El debate acerca de la “e” inclusiva

Por: Daniel Filmus

La propuesta del uso de una “e” inclusiva tiene su historia. Desde los años 70 los grupos feministas comenzaron a cuestionar las marcas machistas del español. No es muy conocido que fue una argentina, la lingüista Delia Suardíaz, la primera en analizar en 1973 la invisibilización de las mujeres en nuestro idioma. En su tesis “El sexismo en la lengua española” deslizó la posibilidad de generar un cambio lingüístico que incorporara un neutro gramatical inclusivo.

Hace pocos años, la transformación comenzó con la enunciación de los dos géneros para dirigirse al público y de la “x” y la @ en la manifestación escrita. Son recursos lingüísticos cuyo objetivo principal es visibilizar que hasta ahora, y durante siglos, el patriarcado impuso el masculino como genérico. Más actualmente, la utilización del inclusivo denuncia el arbitrario cultural que significa la exclusión del femenino y de las diversidades de género en las formas lingüísticas. En efecto, la “e” reemplaza el masculino gramatical no sólo para incluir a varones y mujeres sino también a las personas que se autoperciben fuera del binarismo hombre-mujer.

Pero no se trata de imponer por decreto que todas y todos hablemos con la “e”, ya que en el territorio de la lengua ninguna imposición funciona. La idea, específicamente en relación al papel de la escuela, es poner en debate las convenciones lingüísticas que naturalizan cuestiones de género que ya han quedado lejos de las teorías y prácticas contemporáneas. La actual propuesta de usar un neutro gramatical (“e”) es antes que nada la invitación a poner el conflicto bajo la lupa, a vehiculizar una denuncia, a evidenciar una rebeldía contra el status quo lingüístico. El neutro “e” apunta a resistir los valores predominantes de una lengua y una cultura que privilegia a los varones, y pone en jaque el binarismo hombre- mujer enraizado en nuestra lengua. Se trata de manifestar lingüísticamente una postura respecto a la igualdad entre géneros que la sociedad ya ha validado en distintos ámbitos.

En efecto, mucho se ha logrado en los últimos años en el terreno de los derechos igualitarios, pero el idioma demora mucho más tiempo en plasmar esos cambios. El lenguaje, según nuestra perspectiva, se va haciendo cargo paulatinamente de las transformaciones sociales, aunque la sedimentación de esas variaciones en el aparato lingüístico lleve décadas o siglos.

Hoy no sabemos si esta transformación propuesta en la gramática del español ingresará en la lengua y en el habla, en los usos formales o informales del idioma, en el decir cotidiano; pero sí sabemos que la voluntad de inclusión que implica su uso en los grupos de jóvenes, en la militancia, en el periodismo, la política y también en los sectores académicos hace imposible que omitamos su existencia, y mucho más imposible, que lo prohibamos en las escuelas, como intentan hacer las autoridades educativas del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires.

Es curioso que uno de los argumentos que utiliza el Gobierno de la CABA para “prohibir” el uso del inclusivo en las instituciones educativas sea la definición de la Real Academia Española, entidad que desde su fundación en 1715 jamás tuvo una directora mujer y que en la actualidad, de los 40 académicos que la integran sólo 6 sean del sexo femenino. En el último Congreso de la Lengua, en 2019, hubo 250 ponencias de 32 países, y ninguna sobre lenguaje inclusivo, un tema tan vigente en todo el mundo de habla hispana. La función de una institución que muestra semejante preponderancia de hombres en su conducción no puede ser otra que utilizar su autoridad para reproducir la desigualdad de géneros en la expresión lingüística. En palabras de Max Webber, transformar la dominación en derecho. Legitimar la discriminación a través de la supuesta neutralidad de la “normativa”.

Prohibir el inclusivo es intentar reprimir, censurar la denuncia. Clausurar todo tipo de reflexión sobre esta problemática es todo lo contrario de lo que debe promover la escuela. Utilizar la coacción para evitar que se exprese la voluntad de igualdad de derechos que se manifiesta a través del lenguaje, es la forma de negar cualquier alternativa de intercambio de opiniones y debate que, justamente a partir de la existencia del lenguaje, es una característica de los seres humanos que los distinguen de otras especies animales.

La escuela ha sido históricamente una de las instituciones que ha posibilitado la transmisión de la cultura machista de una generación a otra. Los roles masculinos y femeninos han sido fuertemente estigmatizados por la institución educativa. Esto ha ocurrido tanto en el currículum explícito como en el currículum oculto (¿qué imágenes de las funciones familiares han transmitido históricamente los libros de texto?; ¿Cuántas mujeres destacadas por sus aportes a la historia o la ciencia hemos estudiado en la escuela? ¿Por qué se distinguen los tipos de juegos o deportes que practican chicos y chicas?). También ha excluido por siglos toda visualización de las diversidades y la educación sexual. Existen una gran cantidad de estudios sociológicos que muestran que, paradójicamente, la creciente feminización de la profesión docente contribuye a legitimar la transmisión de la cultura machista en las instituciones educativas.

Las, los y les educadores no sólo no debemos prohibir el uso del inclusivo “e”. Por el contrario, lo que debemos hacer es llevarlo a las aulas y abrir el debate para elaborarlo pedagógicamente como contenido transversal. Independientemente de la postura personal de cada uno respecto a la implementación del lenguaje inclusivo, las, los y les docentes tenemos la oportunidad y la responsabilidad de trabajar un tema de tanta vigencia -sobre todo en los grupos juveniles- en áreas como Lengua, Historia, Ciencias Sociales, ESI. Por ejemplo, proponer la reflexión acerca de las prácticas y alcances del lenguaje, la función de la gramática y la morfología; mostrar la carga ideológica de la lengua, señalar su poder tanto para reflejar el machismo y los estereotipos sociales, como para cuestionarlos. Se puede aprovechar el estado de debate existente para revisar la historia de los pueblos y sus lenguas, los orígenes del castellano y su evolución. Y no menos importante: a partir del interés juvenil en este punto, trabajar el género argumentativo para que quienes estén a favor o en contra del uso del inclusivo aprendan a defender sus ideas y a utilizar todos los recursos que les ofrece el repertorio de la lengua.

Por último, cabe destacar que ningún argumento resulta más difícil de creer que el que manifiesta el Gobierno de la Ciudad respecto a su supuesto interés por la calidad de la educación. Si así fuera no hubieran hecho caer el presupuesto educativo del 27 al 17 % en los últimos 10 años, hubieran abierto las vacantes necesarias para que los/las niños/as no queden fuera de las aulas o, por lo menos, hubieran distribuido computadoras y conectividad durante la pandemia. La prohibición y la censura son las muestras más evidentes de que las autoridades porteñas no están preocupadas por el aprendizaje de calidad y sin discriminación de ningún tipo en las escuelas de su jurisdicción.

Como sabemos, toda prohibición que no está sólidamente justificada se convierte en una tentación de transgresión por parte de niñas, niños y jóvenes que en la actualidad, y gracias a la democracia, no incorporan acríticamente ninguna prescripción arbitraria, aún cuando provenga de la autoridad pedagógica. También sabemos que toda tentativa de prohibir en el ámbito de la lengua es absolutamente infructuosa. Recordemos la prohibición –durante las dictaduras– de ciertas palabras que referían al peronismo, el silenciamiento de las lenguas regionales, de los pueblos originarios y dialectos en distintos países del mundo, el intento de erradicación del lunfardo y otras proscripciones. Ninguno de estos experimentos logró su cometido, sino más bien lo contrario. Como en todos los órdenes de la vida lo que se prohíbe genera resistencia y lo que se resiste persiste, como decía Carl Jung. Y muchas veces con más fuerza.

Bienvenido el debate.

*Nota de opinión realizada por el ministro de Ciencia de la Nación en exclusiva para Tiempo, en colaboración con Inés Tenewiki. 

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