Recientemente, la película de animación "Lightyear" de Pixar fue prohibida en 14 países por contener una escena homoerótica.
Más allá de la controversia coyuntural, hay un largo desarrollo crítico acerca de las ficciones de animación infantil y los cuentos de hadas tradicionales en los que la mayoría de estas películas están basadas. La crítica feminista anglosajona fue la primera en tomar consciencia sobre el papel desempeñado por el mito tradicional y los cuentos de hadas al proponer roles de género estereotipados. En 1970, la novelista Alison Lurie escribió para The New York review of books un artículo titulado “Fairy tale liberation” -que luego se editó como “No se lo digas a los mayores”- en el que argumenta a favor del efecto liberador de los cuentos, destaca que las películas de Disney no son representativas de los cuentos de hadas tradicionales y coloca a estos últimos entre los más subversivos de la literatura infantil.
A raíz del artículo de Lurie, en los años setenta se inició una gran polémica en relación a la importancia de los cuentos de hadas y su efecto en la construcción de subjetividades, que generó una serie de respuestas por parte de la crítica feminista. La primera en responder fue Marcia K. Lieberman, escritora y periodista norteamericana. En su ensayo “Some day my prince will come: female acculturation through the fairy tale” inaugura una de las críticas más audaces hacia los cuentos de hadas. Expresa su total desacuerdo con Lurie y subraya el hecho de que las historias más conocidas, las que todos han leído o escuchado, son las popularizadas por Disney. “Millones de mujeres seguramente deben haber formado sus autoconceptos psico-sexuales, y sus ideas de lo que podrían o no podrían lograr, qué tipo de comportamiento sería recompensado -y la naturaleza de la recompensa misma- en parte a través de sus cuentos de hadas favoritos. Estas historias se han convertido en repositorios de los sueños, esperanzas y fantasías de generaciones de niñas y niños”, señala Lieberman.
La autora decide centrarse en estos cuentos, que son los que más influyen en la construcción de roles de género, para analizar el papel que desempeñan en la aculturación de los estereotipos sociales tradicionales. Afirma que los cuentos de hadas (y, podríamos agregar, las ficciones que estos suscitan) resultan claves en el proceso de subjetivación de las infancias, presentando patrones para establecer su identidad de género y desarrollar las opciones de lo que pueden o no lograr. En este artículo denuncia el impacto de los cuentos en la infancia, en la medida en que instauran un esquema sociocultural en el que el desarrollo vital de una persona viene determinado por su género: “Entre otras cosas, los cuentos presentan una imagen de los roles de género, el comportamiento y la psicología, y una forma de predecir el resultado o el destino según el sexo, lo cual es importante debido al intenso interés que los niños tienen en los ‘finales’”.
Además, insiste en el énfasis dado a la belleza como única cualidad relevante para la realización individual de una mujer: “la hermosa niña no tiene que hacer nada para merecer ser elegida, no tiene que mostrar valentía o ingenio, es elegida porque es hermosa», destaca la autora. Hay una distribución particular de recompensas, las historias reflejan un espíritu intensamente competitivo: tratan sobre concursos, para los cuales sólo puede haber un ganador porque sólo hay un premio. Mientras las chicas ganan el premio si son las más bellas de todas, los varones ganan si son audaces, ingeniosos y activos.
Por otro lado, los cuentos de hadas, afirma Lieberman, presentan tres tipos diferentes de dicotomías. Una dicotomía entre las mujeres bellas, amables, pasivas y justas; y los hombres malvados, activos y feos; otra dicotomía entre la bruja y la doncella; y la tercera dicotomía entre la bella y la fea. Las mujeres poderosas y mayores, por su parte, son presentadas como brujas, malas y repulsivas (las hadas, sabias y poderosas, no cuentan porque no son humanas) y se las opone a la juventud, la belleza y la docilidad y pasividad, que sí es el modelo deseable.
En 1972, Marcia K. Lieberman se preguntó, en un interrogante que nos trae al presente, hasta qué punto el comportamiento arquetípico femenino presentado por los cuentos es un modelo posible para las infancias.
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