El cine de terror argentino tiene ojos de mujer

Por: María Zacco

Lejos de viejos estereotipos, las miradas femeninas se multiplican en las salas y detrás de cámara. Las nuevas realizadoras articulan lo fantástico con retratos de masculinidades tóxicas, temores de la maternidad, los límites de la cordura y mucho más.

El cine de terror siempre tuvo una demanda importante en la Argentina, aunque históricamente haya sido un género menospreciado y muchas veces postergado por las grandes productoras. Si bien las primeras películas locales de los ‘40 no planteaban narrativas muy diferentes a las que imponía Hollywood –inspiradas en la literatura gótica–, con el paso de las décadas apareció y se consolidó un lenguaje cada vez más propio, dominado por lo no manifiesto: lo monstruoso suele estar adentro de cualquiera de nosotros más que en figuras arquetípicas como Drácula, Freddy Krueger, Pennywise o Jason. Sin tanta afición por la sangre y la violencia explícita, el terror argentino casi siempre se alimenta de nuestra historia política y procesos sociales. En ese marco, las producciones del género en nuestro país son consumidas e impulsadas cada vez más por mujeres, las cuales se hacen eco y proyectan relatos atravesados por las múltiples violencias que sufrieron y las despliegan y redimensionan en diversas narrativas del horror.

La era del #MeToo fue clave para el inicio de un cambio del rol de las mujeres en el cine. En el género terror fueron relegadas durante décadas. Frente a las cámaras como scream queens, chicas bonitas, con la ropa rasgada –para mostrar su cuerpo– y con buena capacidad para gritar hasta que un hombre llegara para rescatarlas. O al menos lo intentara. Un mote injusto para actrices como Janet Leigh (Psicosis, 1960), Jamie Lee Curtis (protagonista de la saga slasher Halloween) y Anya Taylor-Joy (The Witch, 2015 y Split, 2016), entre muchas otras. Para transmitir miedo también hay que ser buena actriz. Con el tiempo, hubo una resignificación de esa figura y hoy ser una scream queen es sinónimo de culto. 

¿Pero qué sucede detrás de cámaras? Existe un preconcepto sobre el cine de terror: se suele pensar que solo es dirigido y consumido por hombres. Sin embargo, las mujeres tienen una extensa aunque poco visibilizada trayectoria en este tipo de rodajes, que en los últimos años se acrecentó notablemente. Es insoslayable recordar a las pioneras, como Ida Lupino (The Hitch-Hiker, 1953) y Stephanie Rothman, cuya salvaje Terminal Island (1973) fue considerada “una hábil alegoría feminista” por el New York Times.

En los últimos años distintos festivales, entre los que se destaca el de cine fantástico de Sitges, permitieron conocer a nuevas autoras. Entre ellas, se destacan Jennifer Kent (Babadook, 2014), Natalie Erika James (Relic, 2020) y Julia Ducournau (Titane, 2021), ganadora de la Palma de Oro en Cannes. Estos films se valieron del lenguaje del terror para abordar las masculinidades tóxicas, los temores de la maternidad, el miedo a perder la cordura y la identidad de género.

Por eso resulta particularmente interesante analizar cómo se está redefiniendo este género cinematográfico. Por un lado, se trata de mujeres que les hablan a mujeres. Pero no solo a ellas. Las realizadoras que apuestan por estas historias abordan tópicos muy amplios, aunque con una visceral sensibilidad femenina.

Por supuesto que en nuestro país también hay directoras destacadas y muy prolíficas a la hora de acudir a lo monstruoso como válvula de escape, pero lejos del chiché. Laura Casabé (La vuelta del malón, 2010; La valija de Benavídez, 2016) es una referente del terror que explora el inconsciente y los miedos colectivos. Su última película Los que vuelven (2019) –ganó el premio a mejor dirección en el Festival de Sitges– está ambientada en 1918, en la selva misionera, durante los años posteriores a la Conquista del Desierto, la campaña militar que les arrebató grandes extensiones de territorio a los pueblos originarios, que fueron masacrados. Recientemente participó del ciclo Mujeres al Frente y está disponible en plataformas.

Los mitos populares y los miedos ancestrales también inspiran a Laura Sánchez Acosta, oriunda de la provincia de Entre Ríos, rica en leyendas sobre monstruos y fantasmas. En sus cortos se propone reinterpretarlas para darlas a conocer, pero sobre todo para sacar a la luz el horror de lo cotidiano que suele pasar desapercibido. El terror gótico de Relicto, 2016, aborda la historia de una joven que viaja con su padre a Entre Ríos, en busca de tranquilidad, como parte de un tratamiento psicológico. Pero lejos de eso, se obsesiona con una tenebrosa criatura mitológica. En La solapa, 2019 –ganó el premio Blood Window 2017–, Sánchez Acosta bucea en los miedos de los niños, amenazados a la hora de negarse a dormir la siesta. El título refiere a una mujer siniestra que utiliza a las palomas como espías y se lleva a los pequeños que no se entregan al ritual pueblerino en las calurosas tardes de verano.

Una mirada novedosa también se encuentra en el trabajo de Jimena Monteoliva, fundadora de Crudo Films, una productora especializada en películas de género latinoamericanas. Las historias con protagonistas mujeres o sobre disidencias son su fuerte, donde el terror es una herramienta para hablar de cuestiones que asustan en la medida que interpelan. Su ópera prima, Clementina (2017), se centra en la historia de Juana, quien estuvo hospitalizada tras sufrir violencia a manos de su esposo. De regreso a su hogar, si bien el hombre está prófugo, escucha voces y ve sombras que la persiguen. Su miedo sobrenatural tiene un anclaje muy real. Una constante en sus films, como Matar al dragón (2019) y Bienvenidos al infierno (2021), exhibida en el Festival de Sitges. “Las nenas que se van no vuelven”, es una de las frases que se repiten en Matar al dragón, donde aborda la desaparición de niñas –una práctica recurrente en la Argentina– a través de una historia fantástica y de terror. La protagonista es Elena, quien tras haber sido secuestrada de pequeña reaparece varios años más tarde. Se reencuentra con su hermano médico, quien intenta ayudarla, pero aflorarán los terrores del pasado. En Bienvenidos al infierno, aborda, entre otras cuestiones, la violencia machista. Una mujer embarazada se oculta en una cabaña perdida en un bosque, junto a su particular abuela, para escapar del Monje Negro, líder de una banda de black metal que cometió una serie de crímenes y padre del hijo que espera.   

Esta, como tantas otras películas del género, se rodó y tuvo su posproducción durante la pandemia, un período más que prolífico para las historias de terror. Muchas de ellas verán la luz este año, como Cadáver exquisito, primer film de ficción de Lucía Vassallo, con trayectoria en el campo documental. Tras haberse exhibido en varios festivales internacionales, la película, protagonizada por Sofía Gala Castiglione, abrirá la próxima edición del festival La Mujer y el Cine, que tendrá lugar del 5 al 8 de mayo, y en el curso de ese mes llegará a las salas comerciales. Se trata, según palabras de su directora, de un “thriller psicológico, erótico, que explora los monstruos internos”. Relata la historia de una pareja de mujeres: una de ellas queda en estado vegetativo, mientras que la otra la vampiriza, intenta apropiarse de su personalidad, su casa y su vida.      

Otro estreno anunciado es el de Matar a la bestia, ópera prima de Agustina San Martín, que llegará en mayo al circuito comercial tras su premier mundial en el Festival de Toronto. Según la directora, la historia de Emilia, una adolescente que llega a un particular pueblo religioso en la frontera entre Argentina y Brasil, en busca de su hermano, puede definirse como “un exorcismo queer”.

También Tamae Garateguy (Pompeya, 2010; Mujer Lobo, 2013, 10 Palomas, 2021), otra referente local del género interesada en los modos de la representación de la violencia, estuvo trabajando los últimos dos años en un nuevo proyecto, Auxilio, con producción de Del Toro Films, que comenzó a rodarse en febrero. Ambientada en 1930, la película se centra en una joven rebelde a quien su familia interna en un hospicio para enfermas mentales administrado por monjas.

El 7 de abril, en tanto, volverá a la carga la scream queen argentina, Clara Kovacic, al frente del elenco de El último zombie, de Martín Basterretche. La película, rodada en plena pandemia, tendrá su estreno en el Cine Gaumont y mostrará el avance de un virus en nuestro país, mientras un grupo de personas queda atrapado en una casa en la costa e intenta sobrevivir. Kovacic, con una larga trayectoria en el cine de terror, participó en diez películas solo en 2021, incluyendo una aparición fugaz en el tanque de Netflix Don’t look up, protagonizado por Leonardo DiCaprio y Jennifer Lawrence.

El fenómeno hasta convocó a la directora galesa Prano Bailey-Bond, quien realizará una versión cinematográfica de Las cosas que perdimos en el fuego, el cuento de la cada vez más ascendente escritora argentina Mariana Enríquez. Definitivamente, se trata de un fenómeno en expansión.

Al mismo tiempo, cada vez tiene más participación en festivales dedicados a este tipo de cine, comenzando por el de Sitges. Se suman el International Horror Film Festival de, Nueva York; el Mórbido, Festival Internacional de Cine Fantástico y de Terror, de México; el Toronto After Dark y el London FrightFest, entre muchísimos otros. A nivel local, se destacan la iniciativa Blood Window de Ventana Sur, el Festival Buenos Aires Rojo Sangre y el Terror Córdoba Festival. En esos espacios, decenas de películas argentinas afirman que se puede relatar historias donde la delgada línea entre el bien y el mal, entre la cordura y la locura, ofrece una rendija por donde se cuela el horror cotidiano.  «



Como el dulce de leche
Los zombies son un invento argentino, como el dulce de leche y la birome. Al menos así lo sostiene Zombies en el cañaveral. El documental (2019), escrito y dirigido por Pablo Schembri y estrenado en Cine.ar el año pasado. El film postula la teoría de que este tipo de películas nació en nuestro país, de la mano de Zombies en el cañaveral, del director Ofelio Linares Montt, un largo rodado en 1965, en Tucumán, cuyo original y copias desaparecieron misteriosamente. La trama se ambientaba en las múltiples insurrecciones populares protagonizadas por trabajadores de la caña de azúcar, una industria que se vio afectada por las políticas económicas de la dictadura de Juan Carlos Onganía, que favorecía a las grandes empresas. El ingenioso (y falso) documental hasta se anima a sentenciar que el cineasta estadounidense George Romero se inspiró en Zombies en el cañaveral para darles ¿vida? a sus legendarias películas de muertos vivientes.

Zombies en el cañaveral. El documental desarrolla una desopilante teoría de conspiración y plagio que hasta incluye escenas casi idénticas entre La noche de los muertos vivos y el film de Linares Montt. Según relata Schembri, llegó a ponerse en contacto con el productor de Romero y el veterano realizador se había mostrado dispuesto a sumarse al juego que propone el documental. Lamentablemente, poco después de esas charlas iniciales Romero falleció.


Terror para todas y todos

En los últimos años, el cine de terror experimentó un nuevo auge, especialmente de la mano de un público joven. A pesar del parate que sufrió el cine en general, 2022 se presenta auspicioso para el terror: entre abril y octubre están programados al menos 19 estrenos, según Cines Argentinos. Al menos 14 de los títulos provienen de Estados Unidos, entre ellos: The Twin, The Black Phone y Nope, además de Proekt Gemini (Rusia). En tanto, Impacto Cine anunció la llegada de The Closet, del surcoreano Kim Kwang-Bin, una reescritura del subgénero del cine de fantasmas, y The Medium, del tailandés Banjong Pisanthanakun, que apela al falso documental y al esoterismo.

También el circuito argentino está muy activo, como lo demuestran las novedades mencionadas en la nota central.

Pablo Conde (programador del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata y especialista en el género fantástico) sostiene que en la potencia del terror argentino cumplen un rol esencial la plataforma de promoción Blood Window que “incentiva la realización de este tipo de películas”. Pero también los festivales que permiten darles visibilidad: “El número uno es el Buenos Aires Rojo Sangre, orientado a los films independientes y de bajo presupuesto, que también encuentran difusión en el Bafici y en el de Mar del Plata, tanto en las secciones competitivas como en otras específicas”.



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