El casino ya no es la fija del verano

Por: Nicolás Zuberman

Si jugarse "una fichita" fue alguna vez una costumbre para el veraneante promedio de Mar del Plata, son cada vez menos los turistas que apuestan en vacaciones, en un contexto de automatización en el que la ruleta cede terreno ante el auge de las tragamonedas. Sólo en la provincia de Buenos Aires hay 22.400 máquinas, 816 de ellas en la tradicional sala del Provincial.

El presidente del Instituto de Lotería y Casinos, licenciado Matías Lanusse, encabezó la ceremonia de lanzamiento de la ‘primera bola’ de la temporada estival 2017-2018 en el Casino Central de Mar del Plata. Ante un salón colmado, salió el cero.» La noticia casi no tuvo repercusión, pero hasta no hace muchos años, esa primera bola arrojada a las ruletas de La Feliz era todo un acontecimiento, como lo era la llegada del primer turista que cubría los 404 kilómetros de la Ruta 2. Si durante décadas, la asociación entre las vacaciones y el juego nutrió de cientos de afilados tahúres y miles de apostadores de ocasión a las mesas del Casino marplatense, ese vínculo se rompió. Son cada vez menos los veraneantes que se obligan a jugarse un pleno entre un día de playa y el siguiente, y prueba de ello es el notorio abandono del magnífico edificio diseñado por Alejandro Bustillo en los años ’40.

Es que para los modernos timberos, la diosa fortuna también es digital: las apuestas online han ido ganándoles terreno a las presenciales, y en las salas de juego, las opciones más tradicionales –ruleta, punto y banca, black jack– sucumben ante el estridente e instántaneo imperio de las tragamonedas. Según un estudio que dio a conocer este mes la Lotería bonaerense, el 81% de las personas que juegan eligen los bingos, mientras que un 4% sigue fiel al casino. En los 46 bingos y 12 casinos del distrito, el juego que predomina es, entonces, el de las máquinas, llamadas slots o «tragaperras», con un 64% de las preferencias, seguidas por la ruleta electrónica (13,1%) y, más atrás, la ruleta convencional (8,1%). En la Provincia ya funcionan 22.400 tragamonedas.

«Cuando yo entré era otro país y otro casino. Había un gran número de apostadores que iban al Casino Central. No había tragamonedas: era el paño, el black jack, el punto y banca. Se cobraba entrada. Y pagaban entre 15 y 20 mil personas por día», cuenta Roberto «Chucho» Pérez, secretario general del gremio de Maestranza de Casinos en Mar del Plata, con 33 años en el oficio. Esta temporada, informan desde Lotería, el promedio de asistentes es de entre 6500 y 8000 por día.

Gustavo Bruno se jubiló hace dos años, pero entre 1973 y 2015 hizo todo el recorrido en la mesa de la ruleta: de ayudante a supervisor, pasando por juntador de fichas, pagador de ruleta, jefe de mesa e inspector. «Cuando entré era una nube de humo. Parecía una película. Había 120 mesas de ruleta y 60 de carteado. Sin competencia: ni bingos ni tragamonedas. Ahora, las pantallas y las tragamonedas han hecho que pierda fuerza el juego artesanal. Imaginate que yo en diez años de trabajo le hice la casa a mi mamá y me hice mi casa gracias a las propinas, que a fin de mes eran más que el sueldo. Ahora, si no tenés dos laburos, no zafás.» Los números cambiaron y hay menos trabajo para los croupiers. Este verano, hay habilitadas 44 mesas de ruleta americana y dos de ruleta francesa, diez de punto y banca, 16 de Black Jack y 35 de póker, pero las tragamonedas son 816, y su recaudación triplica o cuadriplica a la del paño.

El Casino de Mar del Plata fue el primero en el país: en 1889, el vasco Fermín Olza instaló el primer salón de ruleta en una casilla de madera en la Rambla, mucho antes de que erigiera el Gran Hotel Provincial. Hoy la ciudad tiene cuatro casinos, incluidos los del Hotel Hermitage y el Sasso, en Punta Mogotes. Hay, además, cuatro bingos.

En 1944, un decreto del general Edelmiro Farrell expropió los casinos, que pasaron a depender del Estado. Fue la época dorada del Casino Central. Hasta la década menemista, cuando las administraciones se transfirieron a las provincias. Hoy son doce en los destinos turísticos bonaerenses: los de Mar del Plata, Valeria del Mar, Mar de Ajó, Necochea, Pinamar, Miramar y Monte Hermoso en la Costa, y en las sierras, los de Tandil y Sierra de la Ventana. A fines de los ’90, otro decreto habilitó el ingreso de las tragamonedas a los bingos, y comenzó el declive del casino.

De aquellos personajes aristocráticos que engalanaban las alfombras de las lujosas salas del Casino al refugio de los sin techo de La Feliz en que se han transformado las recovas del Provincial, pasó poco más de medio siglo. Las olas, el viento, las fichas y la timba, esa combinación entre el azar y el verano fue parte central de la historia del gran balneario argentino. Era una tradición global. En Niza, Marbella o Montecarlo, el descubrimiento del mar como escenario recreativo y vacacional y los vaivenes de la suerte crecieron juntos. «La rueda de la ruleta y las cartas del bacará suceden como experiencias análogas a las de la playa, por las que fluye el placer y la angustia, el golpe de fortuna o la ruina», explica la historiadora Elisa Pastoriza en su libro La conquista de las vacaciones. Breve historia del turismo en la Argentina.

¿Cuál es la relación entonces entre los balnearios y el azar? «El juego de apuestas puede ser una diversión o entretenimiento para muchos, pero para otros puede ser un problema. En los momentos y zonas de descanso –afirma Verónica Mora, médica psiquiatra con orientación en juego compulsivo y adicciones comportamentales, miembro de la Asociación de Psiquiatras Argentinos– puede ser una alternativa para el veraneante, pero sería saludable que no sea la única y que su oferta respete las normas vigentes de cuidado.»

Durante enero, la gobernadora María Eugenia Vidal anunció el cierre de tres casinos en la Costa Atlántica (Mar de Ajó, Valeria y Necochea). El Central, en Mar del Plata, no registra mejoras desde hace 15 años –señalan desde la Asociación de Empleados de Casinos Nacionales–, y en la campaña «Elegí Mar del Plata», que incluyó obras para potenciar el turismo, no hubo nada para ese emblema de la ciudad, que va camino a convertirse en un Elefante Blanco. «La decadencia viene de hace años. Pero antes la canilla goteaba. Cada tanto –cuenta una empleada que trabaja en la caja– caía algo. Ahora ni eso. No nos dan ropa. Ni nos proveen materiales nuevos: las cartas, las fichas, las máquinas para contar billetes, los esponjeros y las lámparas que detectan billetes falsos, todo está en mal estado.»

Sin distinción de formato ni de locación, veraniega o no, el juego siempre ha sido una adicción. Y el Casino Central generó su propia industria fuera del emblemático edificio de 7000 metros cuadrados, con comercios que financian a los jugadores empedernidos que se han gastado todo lo que llevaban encima. Sobran las anécdotas: desde gente que se jugó en la primera noche la plata para toda la quincena y vendió la rueda de auxilio para cargar el tanque y volver a Buenos Aires, hasta quienes empeñaron joyas para volver rápido a la ruleta. ¿Cómo se llega a tanto? «El ludópata tiene un trastorno adictivo caracterizado por la compulsión. Pierde así capacidad de controlar voluntariamente su impulso y se lo considera un problema de salud, que requiere y tiene tratamiento. Pero para ello es necesario reconocer el problema», explica Verónica Mora.

A muchos veraneantes les ha ido mal. A otros mejor. Buena suerte tuvo el actor Errol Flynn, que en 1954 llegó para participar del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, con una comitiva de notables en la que también se destacaba Gina Lollobrigida. Flynn tenía problemas con el juego y despilfarró unos U$S 2000 en la ruleta, por lo que andaba fastidioso durante la cena inaugural en la que el presidente Juan Domingo Perón daba una calurosa bienvenida a las estrellas del cine mundial. Raúl Apold, subsecretario de Prensa y Difusión, puso a Perón al tanto de lo que ocurría con Flynn. «No le hagamos pagar un par de noches de mala suerte por venir a la Argentina», pidió Perón, y en un afortunado instante el galán de Hollywood recuperó todo lo que había perdido. «

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