El avión del 5 a 0: «Venía de frente, directo a nosotros. Pensé que me moría ahí»

El libro "La Argentina increíble", de la periodista Emilse Pizarro, narra "historias de viveza criolla". Uno de sus capítulos deportivos es el vuelo de Aerolíneas Argentinas que casi impacta contra las tribunas del Monumental durante la goleada de Colombia a la selección en el histórico partido de 1993.

El 5 de septiembre de 1993 era domingo y hacía un sol de cancha: como un perro al que le acarician la barbilla, los hinchas apuraban el mentón al cielo para que les pegara en los párpados y se activara el mecanismo de calefacción que solo funciona en los estadios de fútbol. Los ojos, conectados directamente al culo, calientan los cachetes congelados que aguantan en las gradas.

Argentina debía ganar para asegurarse la clasificación directa a la Copa del Mundo Estados Unidos 94. Tenía 7 puntos; Colombia, 8. El grupo A lo completaban Paraguay con 5 y Perú con 0. El partido anterior había sido un empate pobre ante Paraguay y el último encuentro con Colombia, un baile con un marcador de muerte digna: 2 a 1 en Barranquilla.

En la previa, al tiempo que las calles de Núñez, como Lidoro Quinteros, Figueroa Alcorta y Udaondo, comenzaban a convertirse en un embudo para los cincuenta y cinco mil hinchas que llegaban a la cancha a ver a la selección nacional en el último partido frente a Colombia por las eliminatorias, el vuelo 227 de Aerolíneas Argentinas que partía desde el aeropuerto de Santiago de Chile con destino Buenos Aires aún no había llamado a embarcar, pero ya había cola frente al mostrador. Porque los argentinos nos repelemos en el exterior, pero no soportamos esperar a mezclarnos en el aire, colonizar los apoyabrazos a fuerza de codos afilados y comer fideos pegados o carne nerviosa. Si aceleramos las cosas parece que el sufrimiento será más breve. Así es como tornamos lo incómodo en insoportable.

Con las tribunas ya repletas, el MD-88 hizo escala en la provincia de Mendoza. Al ingresar al avión, la pregunta de los pasajeros a las azafatas se repetía: «¿Nos vamos a enterar cómo va el partido?». Argentina y Colombia jugarían desde las 18, mientras que el avión aterrizaría en Aeroparque a las 18.45.

Puntualísimo, el árbitro uruguayo Ernesto Filippi pitó a las 18. Entonces, el toque de Gabriel Omar Batistuta para Leo Rodríguez le dio el tempo a la tragedia. El cronometraje de una de las vergüenzas más grandes del fútbol argentino ya estaba en marcha. Iban treinta y dos minutos del primer tiempo y el partido estaba empatado en cero. En ese momento, Leo Rodríguez encaró un ataque en velocidad con un autopase larguísimo. A diferencia del comentarista Enrique Macaya Márquez, que lo celebró en la transmisión televisiva porque «terminó mal pero es lo que debe hacer el jugador argentino, buscar el desequilibrio», los espectadores de la tribuna San Martín solo pudieron pensar en seguir vivos: un avión venía directo hacia ellos.

Para cuando la nariz asomó desde Udaondo detrás de la tribuna Belgrano, el ruido de los motores ya atronaba al estadio. En un acto reflejo, quienes estaban en la parte más alta de la San Martín cerraron los ojos y agacharon la cabeza para escapar a la paloma de chapa de cuarenta y cinco metros de largo. Quienes no, vieron el tren de aterrizaje como nunca antes: de cerquita y desde abajo.

Matías, por entonces en sus veintis y, por ende, inmortal, fue uno de los que apretó los ojos. Entregado al horror, con el miedo subiendo por la garganta, comprendió en milésimas de segundo algo para lo que le faltaba al menos una década: la vida es corta. Solo quedaba esperar el impacto.

«Venía de frente, directo a nosotros. Pensé que me moría ahí».

Mucho más abajo, a un costado del campo de juego, estaba el fotógrafo Carlos Bairo. «Primero pensé que era un avión de combate –recuerda el reportero gráfico de Clarín–, pero cuando lo vi pasar esperé escuchar un estruendo enseguida: era seguro que chocaría».

A la altura de la cancha de River, la ruta habitual de los aviones que llegan a la ciudad de Buenos Aires es entre el Río de la Plata y la avenida Lugones. Desde el aire, la postal es el río a la izquierda y el estadio Monumental a la derecha. La del vuelo 227 fueron los arqueros Óscar Córdoba a la izquierda y Sergio Goycochea a la derecha. De frente, José Basualdo, el Turco García, Sergio Vázquez, el Beto Acosta, Alfio Basile; el banco de suplentes completo.

Apenas la cola pasó por encima de las luces de la tribuna, la nave giró hacia la izquierda y se metió, a doscientos cuarenta kilómetros por hora, en el corredor de entrada a la pista, del que se había apartado doscientos cincuenta metros. Minutos después, a las 18:35, aterrizó sin ningún inconveniente. Y diez minutos antes de lo previsto.

Cuando los pasajeros se agolpaban en los pasillos para descender, el pibe Valderrama le daba un pase exquisito a Freddy Rincón que, con tranco colombiano, convertía el primer gol de la peor derrota como local en la historia de la selección nacional. Fue el primero de cinco que dejaban a la Argentina fuera del mundial de 1994. Lo impidió Perú, que empató con Paraguay en Lima. Con apenas un gol más paraguayo, Argentina no hubiese accedido al repechaje frente a Australia.

Al otro día, lunes 6 de septiembre, los diarios hablaban de «papelón histórico», pero solo la revista El Gráfico –en su edición de tapa negra con el título «¡Vergüenza! Argentina 0 – Colombia 5»– y Clarín publicaron la foto del avión escapando del estadio. El diario decía: «Apenas se levantó para superar con lo justo la bandera de la platea San Martín. Por segundos dio la impresión de que iba a tocar la tribuna. ¿Por qué semejante maniobra del piloto? La pregunta por ahora no tiene respuesta».

Un rumor, según Bairo, el fotógrafo, era que Eduardo Duhalde iba a bordo del MD-88 y fue a pedido suyo que sobrevoló la cancha. Duhalde no estaba, pero sí el senador radical mendocino Pedro Videla. «Tanta fue la satisfacción que antes de abandonar el avión, felicitó al comandante y le agradeció el pase espectacular», escribió el periodista Roberto Solans en La Nación a dos días del 5 a 0. Otra pasajera contenta, María Ángeles Iozzi de Calderoni, le contó que no recordaba «que el comandante nos hubiera anunciado que pasaríamos sobre el estadio. ¿Miedo? En absoluto, ninguno de los pasajeros se alteró, sino por el contrario. Me alegré y vi a mucha gente sonreír por esa vista fantástica que nos estaban regalando».

Más de veinticinco años después agrega: «Los que no estaban del lado de la ventanilla se pararon para acercarse y mirar. Si el movimiento hubiese sido brusco como dijeron los periódicos, nadie podría haberse levantado de su asiento. Hubo un aplauso rotundo. Fue un guante».

Sobre la maniobra se abrieron tres investigaciones: la de la Fuerza Aérea (que le pidió la foto a Clarín), la de la Asociación de Pilotos de Línea Aéreas (APLA) y la de la empresa, Aerolíneas Argentinas, que rápidamente anunció que los primeros resultados de las pericias indicaban que no había habido riesgo para los ciento ocho pasajeros ni para los cincuenta y cinco mil espectadores que presenciaban el partido, que el comandante había sido suspendido momentáneamente y que Clarín mentía: la foto «presenta un ángulo engañoso».

A Luis Del Marco lo conocen todos en el mundillo aeronáutico pero nadie quiere dar su teléfono. Todas las fuentes consultadas se negaron a ponerme en contacto con él y todas ofrecieron lo mismo: avisarle de mi interés. Fue por otra vía que di con un e-mail al que le escribí para invitarlo a dar su versión. Un excompañero, comandante como él, confirmó que era la casilla correcta, «pero no te va a hablar; es muy reservado».

Dos meses después llegó la respuesta: «Agradezco su invitación, pero nunca hice manifestaciones públicas sobre ese episodio. Solo lo hice en organismos oficiales encargados de la investigación del suceso. Habiéndome retirado hace algo más de un año al haber llegado a la edad límite para volar en línea aérea que fija la reglamentación, prefiero mantener esa misma postura. Mucha suerte con su libro y con otros trabajos que emprenda».

A más de veinticinco años, un comandante ya jubilado como Del Marco, alterna sonrisas con sorbos de café en un bar de la avenida Libertador. Fue su compañero de Jumbo durante años y parte de la comisión de investigación de la línea aérea. Y dice:

—El tipo que sacó la foto lo trae en un plano que lo mete adentro de la cancha, pero no pasó tan cerca.

—¿Por qué pasó por arriba de la cancha?

— Porque lo autorizaron a cortar.

—¿Fue una indicación de la torre de control?

—No sé si fue indicación. Nosotros hicimos parecer que sí.

Cuando el comandante Luis Del Marco inició la aproximación, el cielo era una autopista: nada de viento, nada de nubes y un sol de querubines. A la altura de San Fernando debía meterse en el haz de planeo del sistema de aterrizaje por instrumentos, ILS (Instrument Landing System). La señal de radio que parte desde la pista de aterrizaje le marca la altura y el rumbo para la aproximación y lo lleva a destino en una senda segura, dándole el eje de pista y el haz de planeo. Pero Del Marco cambió su plan de vuelo por instrumentos por una «aproximación visual»: pilotaría con sus ojos.

Lo que los hinchas sintieron como vuelo rasante, según Enrique Piñeyro, oficial de seguridad de APLA en los años noventa, pasó a treinta metros, «arriba del embudo libre de obstáculos que tiene que haber para la aproximación a la pista. No hubo ninguna infracción». Alejandro López Camelo, también secretario de seguridad en APLA en aquella época, coincide: «Se analizó y no se salió de la pendiente de seguridad. Simplemente fue como si lo hubiera desplazado el viento hacia la cancha de River; cosa que sucede». Aunque el MD-88 cruzó por el medio de la cancha a los treinta y dos minutos del primer tiempo, una inmensa mayoría de los argentinos que estuvieron ahí aquella tarde recuerdan que fue antes de que comenzara el partido. Aun ante la evidencia de las crónicas periodísticas de la época, tanto argentinas como colombianas –¡¿por qué mentirían?!–, sostienen que fue antes. La explicación posible tiene nombre y apellido: Freddy Rincón. El delantero marcó el primer gol a los cuarenta y un minutos. El avión los peinó cuando aún no cantaban por Maradona para que los salvara frente a Australia.

En el estudio de Tiempo Nuevo, el programa televisivo que conducía Bernardo Neustadt, Sergio Goycochea soportaba el monólogo aleccionador y retroactivo de José Sanfilippo: «… Siempre le amagaron, usted se comió todos los amagues, pibe», le escupía el hombre que en su época había sido una gloria del fútbol de San Lorenzo. El arquero lo escuchó en silencio hasta que Carlos Bilardo entró al estudio para llevárselo. En Colombia, la alegría por la hazaña futbolística era tal que logró la liberación de un hombre secuestrado hacía más de setenta días y por el que pedían novecientos mil dólares. Según cuenta un cable de la agencia ANSA y el diario El Tiempo, el empresario ganadero declaró que se escapó gracias a que «los que me tenían prisionero estaban extasiados mirando por televisión el partido final por las eliminatorias, rompí el candado que aseguraba la puerta de mi habitación sin que nadie se diera cuenta y salí de la casa tranquilamente». Y en una oficina de la Fuerza Aérea Argentina, un comandante, en off the record, le decía a Solans, el periodista de La Nación: «Lo vamos a tener que sancionar porque lo vio todo el mundo y están todos sobre él. Pero te digo: qué envidia la muñeca de ese tipo para poner el avión como lo puso al entrar en Aeroparque».

Dos años después, otro piloto hizo una maniobra similar en Johannesburgo. El 24 de junio de 1995 los Springboks de Sudáfrica y los All Blacks de Nueva Zelanda, jugaban la final histórica del mundial de rugby; era el primer gran evento deportivo organizado en el país a un año del fin del apartheid. A minutos de comenzar el partido, un Boeing 747 sobrevoló el estadio Ellis Park. En su panza y en sus alas llevaba un mensaje escrito: «Good luck Bokke». South African Airllines (SAA), sponsor del torneo, le deseaba suerte a su equipo. El estadio entero vitoreó la hazaña que Clint Eastwood recreó en su film Invictus (2009). El piloto comercial, Laurie Kay, se transformó en héroe.

—Si ese día le ganábamos a Colombia, hubiesen dicho «¡Qué grande Aerolíneas!»— asegura el comandante compañero de años de Del Marco—. Pero salió en los diarios y había que tapar la vergüenza de que los colombianos se habían hecho un pícnic con nosotros.

—Podría haber sido una tragedia.

—No.

Sobre la sanción hay dos versiones: que voló como copiloto durante un año y que solo lo hicieron pasar por un vuelo de prueba en el simulador. Sobre la personalidad del piloto, unánime: un hombre experimentado y muy tranquilo que jamás había cometido errores. Hasta ese día, según Piñeyro:

—Lo único fue el mal criterio de hacerlo un día que perdimos 5 a 0.

—¿Por qué lo hizo?

—Porque las condiciones meteorológicas estaban inmejorables, estaba jugando Argentina y dijo: «Bueno, hacemos una pasada por arriba de la cancha».

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