El arte salva (también entre estas cuatro paredes)

Por: Víctor Hugo Morales

Las artes, lo que hacen es establecer un mundo mejor. Cuando de forma artística te cuentan algo horrible es para que lo sepas, lo digieras, lo internalices. Y cuando te cuentan algo bueno es para emocionarte a favor de los mejores valores. El arte es fundamentalmente un refugio extraordinario en tiempos de crisis de esta naturaleza.

En consecuencia, es un mecanismo de defensa. Y en un mundo tan gris como éste, de personajes tan detestables, donde los mandamases son tipejos como Donald Trump, Jair Bolsonaro y gente de esa calaña; en un mundo donde hay tanta inequidad y tanta injusticia, que las cosas se sepan y que trasciendan a través de los valores artísticos, es verdaderamente formidable. Es un descanso para el alma, un mecanismo de defensa, un alimento para el espíritu, una forma de seguir creyendo en la especie humana.

Por eso en lo que va de la cuarentena, cuando el trabajo me deja un espacio, en todo momento me zambullí en el arte, fundamentalmente vía la televisión. De todo ese bagaje, puedo recatar cosas maravillosas, algunas muy buenas y otras no tanto. Y recomendarlas sin que suponga un ránking de calidad.

Por caso, en materia de películas, una que se me había escapado porque no la habían dado en Buenos Aires es All The Way (que acá se la conoció como Hasta el final), que es la historia de Lyndon B. Johnson. Se puede buscar en Netflix y vale la pena: es una enorme película con un actor excepcional, Bryan Cranston. Una de las mejores de aspecto político, muestra qué hubo después de Kennedy: la lucha de los negros para poder llegar al voto, las mentiras que les destinaban, el desprecio del que eran víctimas y los ataques de todo tipo. Dentro está el episodio que dio lugar a Mississippi en llamas, que es el mejor film que yo he visto en mi vida.

Otra que me gustó mucho, me tocó de cerca. Sergio, cuenta lo ocurrido con Sergio Vieira de Melo, un funcionario de la ONU, muy prestigioso, que estaba dentro del hotel de Bagdad en el ataque a la ONU, un episodio que tuvo sobrevivientes pero también muchas víctimas, ordenado por el número 2 de Osama bin Laden. Me pareció bárbara. Y una muy entretenida es Ten Percent (10 por ciento): bien realizada, con figuras muy atrapantes del cine francés.

En materia de documentales, estoy muy impactado con una serie que se llama Dirty Money (Dinero sucio), cuyo último capítulo de la primera temporada, dedicado a Trump, es impactante al ver la podredumbre de toda la vida de ese individuo, que obtuvo el extraño resultado, absurdo, de haberse convertido en presidente de los EE UU. Fantoche, fanfarrón, un estafador que queda perfectamente registrado.

También, en materia de series, más que recomendables es Fórmula 1, con capítulos que están bien hechos, ya que no sólo toman las carreras, los autos, todo lo que le gusta a los fanáticos, sino además, lo que importa es el trasfondo, la vida de los pilotos, las familias, los sponsor, los directores, la guerra entre las marcas.

Por supuesto que remarco especialmente que los lunes dan siempre dos capítulos estrenos de The Last Dance (La última danza), la historia de los Bulls en el año de la despedida, con personajes notables del básquet: Micheal Jordan, Scottie Pipen, Dennis Rodman y el técnico entrenador Phil Jackson. Muy atrapante. Muy bien hecha.

Desde ya, me gustó mucho Poco ortodoxa, dedicada a una chica judía de un sector ultrarreligioso de Nueva York, que se escapa para intentar hacer su vida y genera cuatro capítulos admirables. Así nos ven también tiene cuatro capítulos: una violación y crimen de una chica, cometido en finales los ’80, en el Central Park de Nueva York; se lo atribuyen a unos negros, lo que por supuesto que es falso. Muy fuerte, hasta dolorosa, porque narra los años que están presos, las injusticias, pero al mismo tiempo muy instructiva. La serie Algo en qué creer, dinamarquesa, muy interesante: una familia girando en torno a Dios, el pecado y la cuestión económica en el mundo de la religión: son dos temporadas muy bien hechas, muy bien actuadas. The Confession Tapes es una serie que me entusiasmó: las confesiones a través de registros, que le arrancan a personas con cámaras ocultas y que después llevan a la cárcel a inocentes.

También me he clavado con cosas muy malas. Mi temor es que Netflix, por caso, que tiene cosas muy interesantes, que hace algunos aportes muy buenos, también puede provocar que, de alguna manera, se baje el nivel de expectativa que se tiene ante un espectáculo, particularmente del cine. Al bajar el nivel y acostumbrarse a ver cosas que no tienen la más alta jerarquía, el nivel de exigencia vaya decayendo. Es un problema cultural que se podría presentar.

Retornando a mis espacios culturales en esta cuarentena, por supuesto que, para mis gustos es muy recomendable el canal Allegro. Pasaron últimamente un notable material, como por caso, dos versiones de Tosca, la ópera de Giacomo Puccini, interpretada por cantantes argentinos; una, Gustavo Porta (en Israel, en Massada, en el desierto, una producción formidable) y la otra con Marcelo Álvarez (en Baden Baden). Los dos haciendo el mismo papel con distintas producciones. Un regocijo. Continuamente hay muy buenos conciertos y óperas.

También paso mucho tiempo con la lectura. Me impresionó un libro, Apegos feroces, escrito por Vivian Gornick. Por otra parte, quedé subyugado por la última novela de Orlando Van Bredan, La secreta delicia de estar juntos y también cabe destacar que son muy buenos La construcción del enano fascista de Daniel Feierstein, y Leyden Ltd., de Luis Sagasti. Claro que mantengo un lugar preferencial para una obra espléndida de Eugenio Raúl Zaffaroni: La criminología mediática.

En definitiva, como conclusión, es una buena oportunidad para, a través de películas, documentales, libros, mejorar la calidad de información que tenemos. Y que eso lleve a mejorar la calidad de pensamiento. Es muy importante. En eso, en el mundo al que pertenezco sólo como espectador, he encontrado un gran alivio.

Por ello, cuando me preguntan si extraño, digo que soy una persona de inercia. Inercia de actividad frenética: puedo estar años en eso. Inercia de esta actividad más introspectiva, más de caminar sin rumbo por la casa pensando qué es lo que voy a hacer, que también ha sido grato. Tal vez le haya sucedido a muchísimas personas: haberlo pasado mucho mejor de lo que se promociona, que es que hay mucho aburrimiento, gente que se cansa, que reacciona mal. No conozco casos de esos. Hay personas, sí, que están demasiado solas y que se les hace más difícil. Pero aquellos que lo pueden pasar más o menos en familia, en pareja, deben haber tenido (y lo siguen teniendo), momentos extraordinarios, casi de gratitud de que las cosas fueran así, en la cuarentena.

Así que en medio de ese desastre y la tragedia, la cuarentena no me parece tan mala, soporté la inercia que se fue generando y no me ha hecho falta de manera imperiosa aquello de ir al teatro y al cine. Sí considero que el teatro y el cine son en las salas y no en la casa: mirar una buena película en una pantalla de televisión, jamás tendrá el valor que tiene en una pantalla de cine. Y cuando vuelva, iré al cine con enorme placer y esta etapa actual de mi vida ocupará una partecita muy pequeña de mis gustos. Pero mientras no está lo otro, esto no ha sido malo.

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