Dos caras extremas de una misma nación

Por: Daniel Wizenberg / Julián Varsavsky

Dos cronistas argentinos viajaron a la península coreana, uno al norte, el otro al sur, sin cruzarse, y luego contrastaron sus experiencias sobre la problemática socioeconómica y cultural de uno de los últimos vestigios de la Guerra Fría. En estas páginas, un extracto del primer capítulo.

El viaje

Nieva sin cesar en todo el noreste de China. Aterrizo en la moderna ciudad de Dandong para pasar la noche previa al tour y rumbo al hotel me llega un email de la agencia de viajes Young Pioneer Tours con una advertencia: «Quedará incomunicado el tiempo que dure el paseo. Nos vemos mañana. Charlotte». Decido armar dos valijas: una para la travesía a Corea del Norte y otra para dejar en el hotel chino con el celular, la laptop y un lente fotográfico 55 milímetros que excede el máximo permitido: el régimen norcoreano no se lleva bien con los zoom.

Los chinos están celebrando el Año Nuevo del Mono y Dandong está decorada con faroles rojos redondos. Sobre los rascacielos estallan fuegos artificiales del Oriente al Poniente. En las avenidas hay enormes pantallas led con publicidades y marquesinas encendidas: todo es luz, mucha luz.

Me instalo en el hotel e intento divisar por la ventana la ciudad de Sinoju del otro lado del río. Quiero ver la República Popular y Democrática de Corea, más conocida como Corea del Norte: sé que está ahí pero no distingo absolutamente nada. Veo los destellos de la pirotecnia china reflejada en el agua pero Corea del Norte sigue siendo, por ahora, un gran agujero negro. Mi primera imagen de ese país es pura oscuridad.

Veinte turistas de diez países hemos pagado 700 dólares para visitar Corea del Norte. La mayoría somos periodistas que hemos mentido en el formulario migratorio sobre nuestra profesión: con solo buscarnos en Google se descubriría el engaño pero en el país más hermético del mundo no se usa Google.

Al amanecer voy caminando hasta la estación de ferrocarril; frente a un monumento a Mao Tse Tung las pantallas anuncian la salida del tren a Pyongyang, la capital norcoreana. Esto no significa que uno pueda ir a la boletería, sacar un pasaje y viajar: solo se puede ir contratando un tour con anticipación. Entre miles de chinos que deambulan, se me acerca una treintañera occidental con acento inglés, rubia, pálida y muy flaca. Es Charlotte, delegada de Young Pioneer Tours. Se presenta, busca en una pila de papeles y me entrega uno:

—No lo pierdas: es tu visa de entrada a Corea.

La visa norcoreana es un documento aparte: en el pasaporte de los 4000 occidentales que anualmente hacen turismo en Corea del Norte no queda registro de la visita. Además, la visa hay que devolverla al salir y es emitida por el tiempo exacto que dura el tour. Advierto que el documento no me habilita para el año 2016 sino para el año 105 de la Era Juche: es un calendario sin año cero que comenzó en 1912 al nacer Kim II Sung, el primer líder supremo de Corea del Norte. Al morir en 1994 lo sucedió su hijo Kim Jong II, quien falleció en 2011. El poder lo heredó uno de sus hijos, Kim Jong Un. Aunque nadie los nombre así, los llamaremos Kim I, Kim II y Kim III para facilitar la lectura.

Pasamos por el departamento de migraciones y me sellan en el pasaporte la salida de China. Es hora de subir al viejo tren. Charlotte cuenta hasta veinte y se señala a sí misma: «veintiuno». Estamos todos. Vuelve a contar. Y otra vez más. Y una última vez. Se obsesiona.

Del viaje anterior Charlotte volvió con un turista menos: Otto Frederick Warmbier –un norteamericano estudiante de comercio en la Universidad de Virginia– quedó arrestado.

—¿Por qué fue arrestado, Charlotte?

—No puedo decirlo.

—¿Pero tan grave fue lo que hizo?

—Solo voy a decir que violó algunas normas.

La versión norcoreana tipifica el delito que habría cometido Warmbier como un «acto hostil contra el Estado». Pero la familia de Otto informó que solo robó un póster de Kim II. Toda imagen de los líderes es considerada emblema nacional y no se la puede doblar, maltratar ni fotografiar cortando alguna parte de su rostro. Mucho menos podría uno llevarse su imagen del país, so pena de un castigo incierto. Otto fue sometido a un juicio televisado en el que acusó a su iglesia en Virginia –la «Metodista Unida de la Amistad»– de querer el póster como «trofeo de guerra». En el video del juicio publicado en Youtube se ve a Warmbier rogando su liberación mientras llora desconsolado durante varios minutos y califica al incidente como el peor error de su vida:

—Le pido perdón al pueblo coreano, el trato humanitario que estoy recibiendo es ejemplar, entiendo la gravedad del crimen que cometí —ampliaba en su declaración. En junio de 2017 Otto Frederick Warmbier fue devuelto en avión a Ohio en estado de coma: murió a los cuatro días en suelo norteamericano. Las causas de la muerte no están claras. La hipótesis de que fue asesinado por el régimen de Kim III –algo que nadie descarta– pierde fuerza cuando se piensa que, si esa hubiese sido la intención, directamente no regresaba con vida a Estados Unidos. El daño cerebro-vascular de Otto pudo haber sido tanto por accidente como por maltrato físico. Si se hubiera muerto en Corea del Norte, su deceso habría acelerado la ya rápida escalada de tensión entre Kim III y Donald Trump. El hecho de que lo devolvieran vivo, no se lo interpreta como una provocación sino más bien como un gesto que apuntaría a no sembrar más discordia. El demonizado gobierno norcoreano, al que se cataloga como «el más irracional del mundo», dio un paso muy meditado. «

En 2009, las periodistas Euna Lee y Laura Ling fueron detenidas mientras grababan un documental para un canal de Estados Unidos –en el lado norcoreano de la frontera con China– a donde accedieron ilegalmente sin revelar nunca de qué manera. Su juicio también duró una semana y recibieron una sentencia de doce años de prisión. Tras seis meses de arresto, el gobierno de Barack Obama envió a Pyongyang a Bill Clinton para gestionar la situación de las reporteras y estas fueron liberadas de inmediato: volvieron a Washington en el avión oficial. La periodista Lee escribió un libro llamado El mundo es más grande ahora, donde cuenta que las condiciones de detención fueron menos duras de lo que la prensa norteamericana suponía: «recibí comida coreana tres veces al día compuesta por platos de arroz con verduras». Cada vez que un turista es arrestado en Corea del Norte, se inicia un proceso judicial pero sobre todo mediático.

En septiembre de 2015 fui a Damasco a cubrir la «Conferencia Internacional de Jóvenes» organizada por Bashar Al Assad con representantes de una decena de países entre los que estaban Corea del Norte, Irán, Venezuela y Cuba: parecía una convención juvenil del «Eje del mal». Cinco de los seis norcoreanos eran dos mujeres y tres varones veinteañeros que no interactuaban con nadie. Un tal Om Yum era el sexto integrante, quien los coordinaba y era el único que sabía inglés (…). Tenía unos cuarenta años y vestía un impecable traje gris con pines de Kim I y II en la solapa. Me contó que era la primera vez que salían del país, nada menos que para visitar Siria en guerra. 

Me había intrigado tanto aquel grupo, que apenas volví a Argentina comencé a investigar qué maneras había para llegar a Corea del Norte. Al planificar el viaje me topé con la web de la aerolínea de bandera Air Koryo y una promoción: «vuelos baratos a Pyongyang». Un pasaje de 631 dólares era anunciado como una oportunidad «única», comparada con los 635 dólares que costaría normalmente un pasaje a Pyongyang desde cualquier lugar. Más abajo, un banner explicaba que ante cada búsqueda se analizan 728 aerolíneas del mundo para dar con la combinación más barata. Tarde o temprano el proceso llevaba al mismo lugar: la web de la compañía turística del Estado que opera con las cuatro agencias de viaje extranjeras –en China, Holanda, Inglaterra y España– que comercializan el destino Corea del Norte: la Korea International Travel Company.

Así di con la más económica de las agencias, Young Pioneer Tours. Ingresé a su web que abre con un lema: «Te llevamos a donde tu madre no quiere que vayas»: Chernóbyl, Turkmenistán, Uzbekistán, Afganistán y países autoproclamados independientes pero no reconocidos por la comunidad internacional como Transnistria, Abkhazia, Nagorno Karabaj y Osetia del sur. Para iniciar la reserva del viaje a Corea del Norte la web pedía elegir avión desde Beijing o Vladivostok o tren desde Dandong. Confirmé la compra a través del sistema PayPal. Inmediatamente me llegó un correo electrónico con un pedido muy especial: «No le diga al operador de su tarjeta de crédito que piensa ir a Corea del Norte, si informa del viaje diga que va a China». Esa mentira deja al turista fuera del alcance de cualquier póliza de asistencia en salud: será un viaje sin seguro.

Mi contingente lo conforman otro argentino, un español, un estadounidense de origen mexicano, un colombiano, una rusa, cinco canadienses que vienen desde Moscú en el Transiberiano, dos franceses, dos alemanes, cuatro ingleses, un holandés y un norteamericano. Al subir al tren Charlotte nos pide los pasaportes que nos devolvería a la vuelta, en el mismo tren.

A las 9 a.m. en punto comienza el viaje. « 

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