En una sesión que comenzó sin la presencia de Cambiemos y se extendió más de lo esperado, los legisladores fijaron postura frente a la situación en Bolivia.
La alternativa del voto a mano alzada fue parte del consenso parlamentario entre los distintos bloques para que la sesión se pudiera llevar a cabo. De esa manera, Cambiemos logró ocultar sus diferencias.
Pese a los acuerdos parlamentarios y la visión compartida de que era necesario que el Congreso se pronunciara ante la situación que se vive en Bolivia, la sesión comenzó una hora más tarde de lo previsto por la imposibilidad de avanzar en un texto conjunto.
La falta de acuerdo en una primera instancia hizo que Cambiemos abandonara el recinto y no diera quórum: Emilio Monzó, el presidente de la Cámara de Diputados, dispuso un cuarto intermedio y ordenó la sesión que desde ese momento transcurrió con tranquilidad.
La votación terminó reflejando la tensión política, apenas disimulada. El titular del interbloque Cambiemos, el radical Mario Negri, pidió votar en conjunto los tres proyectos en cuestión -el propio, el del peronismo y un tercero del bloque Evolución-, con el argumento de que se trataba de una declaración y no de una ley.
Sin embargo, esa moción fue rechazada y se sometió a votación el proyecto del Frente de Todos. Por impulso de Monzó, la iniciativa fue aprobada a mano alzada, un formato que benefició al oficialismo que se debatía entre la abstención o abandonar el recinto.
“Ante el impedimento de la mayoría, nos abstenemos a los efectos de la votación. Pero que quede constancia de que estamos ante el acto antidemocrático más importante después de haber invocado la democracia durante 10 horas”, denunció Negri una vez consumada la votación, mientras los diputados ya se levantaban de sus bancas.
El encargado de abrir la sesión fue Felipe Solá, mencionado como posible canciller del gobierno de Alberto Fernández. Sin sutilezas, sentenció: “No hay ninguna duda de que en Bolivia este fin de semana hubo un golpe de Estado. No tiene sentido entre hombres y mujeres políticos empezar a discutir técnicamente qué es un golpe de Estado. Esto no es una academia”. Así dejó ratificada no sólo su posición personal sino también del próximo gobierno.
“Está claro que se quebró el Estado de Derecho el domingo”, insistió Solá. Y recordó que “el gobierno de Evo (Morales) convocó de nuevo a elecciones corrigiendo errores previos, pero los errores y los éxitos se cobran en las urnas, no en los estrados de la OEA (Organización de los Estados Americanos), ni en ningún otro lado”.
Para finalizar, y apuntando al gobierno saliente, Solá se preguntó: “¿Por qué se duda de que en el caso de Bolivia hubo un golpe de Estado? ¿Qué tecnicalidad (sic) hay que pueda ocultar el instinto cívico la naturaleza democrática? ¿Qué cuestión académica puede haber para decir que no estamos ante un golpe de Estado?”.
Sobre el cierre de la sesión, el titular de la bancada del Frente para la Victoria, Agustín Rossi, destacó: “No encontré ningún discurso que no haya condenado el golpe de Estado. Lo que surge es que lo que pasó en Bolivia es un golpe de Estado. Me complace”.
El exministro de Defensa advirtió que “empieza a aparecer en América Latina un nuevo papel, que son las Fuerzas Armadas”, y “(Jair) Bolsonaro tiene mucho de culpa en eso”, a la vez que Estados Unidos, con Donald Trump, “tiene mucho que ver”.
Por su parte, Daniel Lipovetzky, aún dentro del PRO, plasmó sus diferencias en cuanto a la postura mayoritaria de Cambiemos, al sostener que “cuando ocurre un golpe de Estado tenemos que ser muy claros, no hay grises”, y llamó a “dejar de lado las diferencias” para aprobar un texto común.
“Cuando uno escucha que el jefe de las Fuerzas Armadas de un país hermano sugiere o exige la renuncia a un presidente, está claro que estamos hablando de un golpe de Estado”, sentenció Lipovetzky.
El bloque de Martín Lousteau también se ocupó de marcar sus diferencias con Cambiemos, más con la mira puesta en lo que viene que en el proyecto en discusión. La mano derecha del exministro de Economía, Carla Carrizo, remarcó la postura histórica del radicalismo frente a los golpes de Estado en lo que fue un claro mensaje al núcleo duro del PRO.
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