La producción dirigida por Benjamín Ávila retrata la caída del gobierno de Fernando de la Rúa, el final de la convertibilidad y la cruenta represión. Pedagogía bien entendida y aspectos fallidos.
A continuación de ese potente comienzo, se suceden un racconto de escenas e imágenes documentales que, a vuelo de pájaro dan cuenta de cómo se llegó a este estado de cosas. El calendario retrocede a 1989: asistimos a la asunción presidencial de Carlos Menem y su incitación de líder milenarista a lo que sigan en el camino de hacer entrar Argentina al Primer Mundo. Acto seguido saltamos a 1991 y vemos a Cavallo anunciando el Plan de Convertibilidad que, como por encantamiento, decretaba que el peso argentino valía lo mismo que el dólar. Pero no era magia: el correlato que mantenía la ficción de la paridad peso-dólar eran las privatizaciones -de Aerolíneas Argentinas, teléfonos, luz, gas y petróleo, entre tanta entrega del capital nacional-, el permanente endeudamiento externo, el desempleo y la exclusión social de la mayoría de la población. Finalmente, se presenta el triunfo de la Alianza que permitió el fin del menemismo y el ascenso de De la Rúa-Álvarez con una clásica fórmula: cambiar algo (el signo político, sumar la promesa de disminuir la corrupción y acaso algún gesto de austeridad) para que no cambie nada en términos de modelo económico.
Este prólogo supone la carta de intención del director. En efecto, en Diciembre 2001 Ávila propone un ejercicio de memoria histórica que implique mirarnos en el espejo de lo que fuimos para evitar los costados más destructivos. Para ello, se centra en aquel año que dividió aguas y puso en abismo a la sociedad argentina al manifestar el estrepitoso fracaso de las políticas neoliberales.
Para sus propósitos, el guion de Mario Segade (El puntero) se vale de un personaje puramente ficcional: Javier Cach (Diego Cremonesi), un militante radical que se desempeña como asesor de la Jefatura de Gabinete del gobierno de Fernando de la Rúa (Jean Pierre Noher) y que, en términos narrativos, es el punto de vista principal en el que se pretende situar al espectador. El otro punto de vista y personaje ficcional es Inés Bruno (Cecilia Rosetto), una enfermera y madre de Cach que sufrirá en carne propia los efectos de la política económica y las consecuencias de su propia ceguera clasemediera.
La acción comienza en marzo del 2001, cuando a poco de la renuncia del vicepresidente Carlos “Chacho” Álvarez (Fernán Miras) y en el contexto de una severa crisis política y económica el presidente De la Rúa acude primero a Ricardo López Murphy (que poco tiempo antes había alentado el arancelamiento y desmantelamiento de la universidad pública) y finalmente a Cavallo para sanear las maltrechas finanzas y, para que, padre al fin de la convertibilidad, impida la devaluación del peso. Eso, desoyendo las advertencias de parte de su equipo y en particular de su correligionario Raúl Alfonsín (Manuel Callau), que le advierten del capitalismo salvaje de ambos.
Conforme avanza la narración y se precipita el final decembrino, la ficción describe a un tozudo De la Rúa cada vez más alejado de la calle y de la realidad y más empeñado en mantener la ficción monetaria que alimentó las fantasías de arribismo social de la clase media y condenó a la pobreza a los sectores populares. El resto del Palacio -o la mesa chica del poder- conformada por Antonio de la Rúa y el jefe de Gabinete, Chrystian Colombo (los siempre efectivos Ludovico Di Santo y Luis Luque, respectivamente) oscila entre el desconcierto, la ineficiencia y la arrogancia. Y, en forma concomitante y de manera más acelerada tras el triunfo peronista en las elecciones de medio término de octubre, se acrecienta el poder del antagonista, un Eduardo Duhalde (César Troncoso), que, junto a su esposa Hilda “Chiche” (Alejandra Flechner) se presentan proclives a las conspiraciones, a las traiciones y al “vale todo” para socavar y decretar el fin del gobierno de De la Rúa.
En sus tres primeros capítulos -titulados «El principio del fin», «La plata no llega» y «Más vale malo conocido»-, Diciembre 2001 presenta algunas fallas y muchos aciertos. Entre los primeros cabe señalar ciertas debilidades a la hora de presentar tensión dramática. La ficción argentina no tiene tradición en términos de thriller político al estilo de, por ejemplo, la película estadounidense Todos los hombres del presidente (Pakula, 1976) y se vuelve solemne, tediosa, estereotipada o con pocos matices cuando presenta personajes (la escasa semejanza física y gestual de los intérpretes con sus referentes reales no ayudan a la verosimilitud) y hechos reales. En este sentido quizás hubiera sido más efectivo si hubiera apelado a una mixtura de géneros. Es decir, ¿cómo explicar, que, tras diez años de menemismo y su consecuente desmantelamiento del Estado y fuga de capitales, la fórmula presidencial De la Rúa-Álvarez triunfó prometiendo no tocar el modelo económico? ¿Cómo narrar los días alucinantes de un presidente alienado decidido a mantener la convertibilidad y el poder a toda costa (incluso de matanzas) y que, tras su renuncia se sucedieron cuatro presidentes en un plazo de once días? Frecuentemente, la desmesurada realidad argentina exige apelar a géneros y lenguajes más flexibles que los de la historiografía o el drama. Por ello, las mejores narraciones políticas o las que supusieron verdaderas radiografías de la sociedad argentina son las que supusieron yuxtaposición de géneros y el recurso al policial, a la farsa, la comedia, el videoclip o el grotesco, alternativamente. Tal el caso de la fundacional y pionera Operación masacre de Rodolfo Walsh; Los hijos de Fierro de Fernando «Pino” Solanas; Santa Evita de Tomás Eloy Martínez; Esperando la carroza de Alejandro Doria, Nueve reinas de Fabián Bielinsky y en la cúspide Los traidores de Raymundo Gleytzer.
En términos de aciertos, Diciembre 2001 resulta pedagógica en el buen sentido y terroríficamente actual en momentos en que aquellas recetas económicas que significaron más de una década infame y se cobraron incontables vidas representan un peligro inminente y amenazan volver en plataformas electorales autodenominadas libertarias o redentoras. Es una ficción necesaria cuando, parafraseando la célebre frase de Marx, los hechos y personajes de la historia reciente parecen destinados a repetir la tragedia. «
Dirigida por Benjamín Ávila. Guión: Mario Segade. Con Luis Luque, Diego Cremonesi, Jean Pierre Noher, Luis Machín, Fernán Miras, Nicolás Furtado, Jorge Suárez, Alejandra Fletchner, Ludovico Di Santo y Malena Solda. Disponible en Star +. Hoy a las 23 se emitirá el primer capítulo por El Trece.
Un informe de la Casa del Encuentro identificó 318 muertes por violencia de género en…
El Sindicato Trabajadores Viales (STVyARA) denunció que el desfinanciamiento implica la paralización de obras públicas…
La principal opositora al gobierno de Daniel Noboa encabeza las encuestas de cara a la…
Un informe del Centro de Economía Política Argentina (CEPA) indica que en los primeros once…
La declaración fue impulsada por la Mesa de Reflexión Latinoamericana, que integran entre otros los…
Tres organizaciones civiles presentaron una acción penal contra el ministro de Economía y el subsecretario…
Pese a las lluvias, los focos de fuego que comenzaron el 25 de diciembre, siguen…
En su reporte de perspectivas mundiales, el organismo con el que el país sostiene una…
La empresa de Elon Musk lamentó la falla en el lanzamiento de prueba de la…
El director y pianista, que ya recibió numerosos premios tanto por su trabajo musical como…
El dueño de Meta introdujo cambios en la moderación de contenidos. Un gesto para establecer…
El director dejó películas inolvidables, que revolucionaron la manera de trabajar en el medio. Su…