Despedazados por mil partes

Por: Leandro Barttolotta

Una banda que desde arriba del escenario vio pasar tantos gobiernos, también lo hará con quién resignificó su canción. Mientras tanto nos cantamos con fuerza esa canción que tanto habla de lo que pasa abajo del escenario: “Tripa y corazón”.

El rayo de sol pega justo en uno de los ojitos brillantes del Búho que está en la etiqueta. Unos segundos de irrealidad en los que desconozco la botella: ¿vos que haces acá? Pero el fuerte olor dulzón me arranca del extrañamiento por el objeto nuevo que estoy sosteniendo y regreso concentrado a la tarea de tirar el chorro de Fernet Buhero en un vaso grande de aluminio donde ya flota un cascote gigante de hielo. Si bien el ajuste llegó hace años, el veranito shockeado (promovido por quienes no parecen tener drama en poner a la sociedad a tomar las curvas sin bajar un cambio) aceleró a fondo la sustitución de alcoholes que se estrenó de manera masiva en las fiestas de fin de año. Que haya recital, cancha, fiestas y te retiren de la mano el Fernet Branca es un sinceramiento del mercado etílico que te hace tambalear, pero que te obliga rápido a agarrarte de otra bebida y continuar. Un “Yo te conozco” no lo tenía en sus góndolas (“Por ahora hay este nomás”) y en un Chino lo querían vender a precio-órgano. En verdad, el que me saca del cuelgue es Cristian que se pone a evocar cuando, hace más de 20 años atrás, tomábamos y veíamos flotando en las calles los Vittone, Imperio o incluso el Fernandito.

Hoy es sábado a la tarde y es el cuarto y último de los recitales de La Renga en el Estado de Racing Club. La charla la tenemos mientras hacemos una previa de la previa en el playón del estacionamiento del Shopping Alto Avellaneda que, al igual que todos los alrededores de la cancha e incluso lugares más alejados, se dejó habitar sin inconvenientes por la familia renguera. Se desplegó un entorno blando para que se acomoden los grupitos que se arman; para que se escuchen los discos por los parlantes de las camionetas o los comercios; para que caigan sin molestias latitas y envases y para plegar sitios imprevistos y transformarlos en paradores. Un entorno blando, pero cuidado. Primero y principal, en el plano sensible. Porque no hay ganas de bardear y porque sabemos que tenemos que proteger el último acontecimiento nómade y multitudinario que nos queda y porque la invitación es rotunda: juntarnos a escabiar, transpirar y respirar todos juntos en el primer banquete que se realiza luego de la asunción de un presidente que viene con ganas de retorcernos más que a remera mojada.

Mientras el evento desbloquea los recuerdos sensibles y sociales de las crisis anteriores y el calor descongela algo de esos pasados que se habían criogenizado como anécdotas de otra era, nos convencemos que, incluso sin saberlo, las memorias subjetivas son siempre la primera política vital anticíclica. Para no perderme en estas digresiones y adelantar un poco la tarde, desde allá enfrente, asomándose apenas de una Suran, un sub-50 mueve un tubo de vino como un malabarista y pega un grito pidiendo un sacacorchos. “No tenemos, che: mandale unos golpecitos que sale”. “Se, quédate tranquilo que lo vamos a tomar igual”, responde largando una risotada.  

La nave del olvido

En enero del año pasado, La Renga tocó en Mercedes, Provincia de Buenos Aires. Un verano del 2023 en el que todavía teníamos la resaca del mundial. Al menos, cada tanto, un rayito de sol entraba por la ventana, rebotaba en la Copa y ese resplandor te levantaba el ánimo popular.

Ahora es jueves, es el tercero de los cuatro shows, y vinimos en bandita. Además de recordar lo que hicimos el recital del verano pasado -y entre las obligadas rondas de quejas sobre los precios y los días- repasamos anécdotas de viejos recitales. Alguien recuerda que la última vez que La Renga tocó en el conurbano bonaerense fue también en zona sur: en el Club Argentino de Quilmes. Fue en el año 1997, luego de presentar el disco Despedazo por mil partes. Apenas antes de participar en el Festival que organizaron las Madres de Plaza de Mayo por los 20 años de la asociación y un año antes del recital, también en Racing, de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota. Entre esos años y esta tarde pasaron muchos recitales en el interior de la Provincia de Buenos Aires y en la ciudad de La Plata: el 2003 en el estadio de Gimnasia (el día de la represión feroz de la Policía Bonaerense), el 2011 con el trágico recital en el Autódromo donde falleció Miguel Ramírez y luego el salto a los shows en el año 2022. Después del veto del gobierno de Vidal para tocar en el 2016 en el Estado Único (a la que se agregó la censura del 2018 en Mar del Plata que hizo que el banquete se mude a San Luis). Si esto no fuese una crónica demasiado participante y no estuviese en modo verano y con el ventilador removiendo aire caliente, podría hacer el esfuerzo de chequear todos estos datos anteriores. Lo que seguro no tiene margen de error y no falla es el reflejo del músculo político de una banda que parece saber que estas eran las coordenadas exactas para tocar en medio de un eterno verano de malaria obscena (que miran y les pega a los reviaje, a los previaje, a los sinviaje y a los nipalviaje).

Hoy parece ser el día perfecto  

Una panza perfecta. Las que tienen esa curvatura que parecen una letra C. Mirada de lejos podría ingresar exacta en esos transportadores semi circulares que usábamos en la escuela. Atrás se asoma una heladerita térmica salvadora sostenida por un brazo que la zarandea sin esfuerzo. Un outfit mayoritario de remeras negras, que resaltan como moscas en las paredes blancas del Coppel, bermudas de jean o shores de fútbol y cuerpos en cuero que paseamos sin ocultar las cicatrices de clase, las papadas, o los tatuajes de las tribunas y el rocanrol del país que a la distancia parecen figuras deformadas de alguna ley de etiquetados frontales. Acá no entra el estilo aesthetic y los filtros. Se repele, a nivel fisiológico y por igual, la ostentación trapera y la austeridad sacerdotal. Pero más se rechaza la exigencia de sacrificio hasta que duela. Ese nuevo cover del rito de los órganos-bolsillos sangrando.

Pasan pegadas una madre con la hija, ambas con la misma remera con la imagen del águila gigante, o por ahí son una tía con la sobrina, o una hermana mayor con una hermana menor. En un mapa de calor, una mancha etaria amplia mete a los que están entre los veintilargos, treinta y pocos y los cuarenta y muchos. Después están los más cincuenta que siguen viniendo y los y las de la sub-21 que se exiliaron o negociaron con las playlist de la época, pero igual están acá. Como ese flaquito que tiene escrachado el logo de las Viejas Locas en el antebrazo, me dice que tiene 20 años, es de González Catán y “escucha rock nacional por los amigos del padre”. Todavía se acercan los que recién empiezan a caminar la vida adulta y ya renguean. Rituales de pasaje que sí funcionaron (muchos de quienes pudieron transmitir qué música escuchar, pero, quizás, no a quién votar).

Se hizo de noche. Puede ser la del jueves o la del sábado y estamos en la segunda y última previa, la del pasillo extenso, sinuoso y embriagado a los ingresos al estadio. Hay vendedores y vendedoras de todas las edades y procedencias sobre estoqueados de cerveza. Nos custodian a los costados o nos siguen como los vendedores de panchos a Homero. Entre la micro especulación, el regateo y la confusión propia de la inflación descontrolada los precios de las latas no se quedan quietos. A entrada revuelta también ganancia de escabiadores. Alguien festeja que compró unas Heineken a 1000 pe: “El mismo precio que allá atrás tenían las Brahma, boludo”. Si el pensamiento mágico de la convertibilidad argentina recuerda escabios y drogas baratas, lo cierto es que en esta crisis las birras están carísimas y muchas marcas nos saludan despidiéndose de nuestros labios. En la ciudad amigablemente sitiada también hubo lugar para la economía desregulada. Se dice que algunos trapitos pedían 5000 pesos y otros 10000. Se dice que algunos vecinos y vecinas guardaban los autos en improvisados garajes por 15000. Se ven, se huelen, unos choris radioactivos y atractivos a 3000 pesos y unos Patys completos a 4000.

Alejado de la red

Creo que era el año 2000 o 2001, Baby Etchecopar conducía un programa de televisión llamado El ángel de la medianoche y la cortina musical era el tema “En el baldío”. La Renga, en aquellos años, prohibió su uso. Esa canción integra La esquina del Infinito, el mismo disco que tiene “Panic Show”. ¿Quién se iba a imaginar el arco narrativo que el Rey León -protagonista de esa vieja canción- tendría en la serie postapocalíptica argentina de los últimos años? Son los primeros recitales de La Renga con el presidente que usó las estrofas de la canción en los actos de campaña e incluso la recitó después de dar su primer discurso y desde la Casa Rosada. Esta vez, no solo no se pudo evitar el uso proselitista de la canción (con el comunicado que lo enviaba al ostracismo rengo), sino que se transformó en banda de sonido de los libertarios. Además de los palazos en otras canciones (“Vende patria clon” a tono con la consigna La patria no se vende y de paso con el imaginario de clonación) y dos canciones para “estos tiempos oscuros” (que recordaron aquel mítico show de noviembre del 2002 en la cancha de River) “A tu lado” y “HielaSangre”, que sirve como “conjuro protector” con el “Un paso atrás, ¡No me toques!” (durante estos años ese fue también el enunciado que dio nombre a un Colectivo feminista roquero). En la tercera fecha sonó, finalmente, “Panic Show” y Chizzo le traficó un mensaje leyendo la reescritura libertaria. Si el parafraseo incluía el “Toda la casta es de mi apetito”, la frase que se agregó incluyó tuteo y hasta un lugar crítico para que se manden las y los defraudados: “Atención, Javier: el león se quiere comer a la casta y resulta que están todos al lado tuyo”. Hablando de castas, me cuelgo pensando en una noticia que en algún momento leí sobre la India: parece que hay gente que vive del aire. En una de esas venía por ahí el significado.

La luna existe aún si no la miras. El árbol cayó en el bosque aún si nadie lo escuchó. Y La Renga siempre, durante estos 35 años, se mantuvo en la ruta aun cuando no la viste en las pantallas (o la viste en los momentos en que apareció el zócalo televisivo o la editorial criminalizante). Estos recitales son parte del cumpleaños de una banda que se formó en la noche vieja de 1988, también en medio de una inflación intensificada (se podría superponer en algún gráfico el porcentaje de inflación y el nivel de ingresos de la población argentina en cada uno de los años de los recitales más emblemáticos de la banda). A dónde me lleva la vida y a dónde va la Argentina. Dos preguntas que en verdad son una para las mayorías populares cuyos cuerpos funcionan con la arritmia de la economía nacional.

Una banda que desde arriba del escenario vio pasar tantos gobiernos, también lo hará con quién resignificó su canción. Mientras tanto nos cantamos con fuerza esa canción que tanto habla de lo que pasa abajo del escenario: “Tripa y corazón”. Canción de la buena esperanza y del optimismo de la voluntad. La que siempre escuchamos conmovidos -y para cargar el tanque anímico- en recitales y en auriculares: música de agite público y de trincheras privadas. En la ruta a los banquetes y en el viaje a los laburos: “Es tu canción la que quiero oír en mi voz, cuando me digas que todo va a estar mejor”.

Truenotierra

Faltan segundos para que se apaguen las luces. Si hoy es jueves, en un rato vamos a estar agitando el arranque con “Buena Pipa” y si hoy es sábado lo haremos con “Tripa y corazón”. Dicen que algunos problemas no se resuelven: se disuelven. La frase calza perfecta para la forma-adulta que vamos a deshacer por unas horas: en el pogo, en esa gran exfoliación natural en la que friccionando los cuerpos dejamos caer la piel muerta (exorcizando los dramas que se pegan como la humedad).  Se ven figuras geométricas: un rostro alegre que forma un círculo, un cuadrado conformado por varios cuellos con tendones iluminados, un triángulo que arman brazos en alto que por momentos se tocan. Vuelan remeras, hay pantallas de celulares que filman el recital y hay celulares que ya se están despidiendo de su dueño para ir a parar al bolsillo de alguna piraña. Parece un pogo más pesado, más lento, pero más intenso. Que se levanta un poco menos del suelo. Se ven también ondeando los trapos de las localidades (con sus delegados): Caraza y el histórico paraguas, Merlo, Ezpeleta, Solano, Catán, San Miguel y sigue la lista infinita con todas las localidades, ciudades, provincias de la patria renguera que vinieron hasta Avellaneda. Flamea una bandera de El Diego, la de Macri Gato que quedó fijada en el campo desde el 2017 o 2018. Años en que el MMLPQTP fue enunciado que se escuchó por primera vez en tribunas de fútbol y luego en recitales y en otros eventos. Un grito que expreso una sensibilidad popular que rechazaba el ajuste y que, si bien no tenía aún representación política, se viralizó rápidamente (junto con el icónico dibujito). Pero estamos en otra galaxia. Todavía no hay una bandera o un enunciado sustituto de aquel que gastamos de tanto cantarlo. Enunciado que salió espontáneo y desde bien abajo. Se escuchan, en la previa y luego de algunos temas, las canciones de protesta: “El que no salta votó a Milei” (que al oído se confunde con el que no salta es un inglés o votó a un inglés) y con más fuerza: “La patria no se vende”. Pero se oyen más canciones de repudio que bocas y cuerpos cantándolas. O se oyen fragmentos que no se sostienen mucho, que les falta insuflarle más aliento. Quizás porque hay algo aún de inercia y el set list quedó bastante tildado en modo-balotaje (y la elección pasó hace mil años); quizás porque La Renga siempre fue The Working Class Band argentina y entonces (como buena muestra representativa) hay todavía muchos y muchas que mantienen esas esperanzas que desmiente la Realidad y miran para otro lado o agachan la cabeza; quizás también muchos no saltan y se prenden porque falta esa canción que sea fuerza motriz y toque una fibra sensible. Porque aún falta inventar (o falta traducir a consigna que se agite y se viralice) ese enunciado nuevo que muerda profundo en las sensibilidades populares descontentas y huérfanas; quizás tendría que dejarme de joder un poco con este párrafo porque esto es nuestro banquete y son días de disfrute que hay que exprimir al máximo (y es necesario olvidarse de todo y no cortar tanto el mambo. Ni siquiera con la coyuntura).  

Son las dos de la mañana del sábado y estamos saliendo tranquilos del estacionamiento del Shopping. Repasamos la lista de temas y nos asombramos, una vez más y como siempre, de la energía vital desbordante del Tete. Pienso que faltó “Bailando en una pata” y me cuelgo pensando en esa frase: Podrán sacarme todo, todo, menos: … En esa línea punteada cada quien completa, en un imaginario y cruel juego de la vida ajustada, que cosas son las últimas que se va a dejar arrancar. La canción ya viene con su vieja respuesta: el rocanrol.

Mientras nos alejamos de las inmediaciones del estadio y el cierre relámpago gigante que mostró esa sociabilidad encantadora y fuera de la rutina (esas fechas de cansancio alegre ganadas al almanaque) comienza a cerrarse, se ve allá adelante, apenas asomando entre dos edificios, una M roja gigante. Puede ser la letra de algún supermercado. O puede ser la eme del Marzo que espera aterrorizando y entonces también la eme del Moloch hambriento de más sacrificios. Ese banquete de distinto signo: en donde el alimento que se devora son las vidas laburantes.


Autor de Saldo negativo. Crónicas conurbanas (2013-2023) (Sudestada, Buenos Aires, 2023)

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