En Argentina tener trabajo y ser pobre empieza a convertirse en algo «normal». La indigencia y la falta de acceso a la alimentación en un país que produce alimentos para millones también. Eso debería ser intolerable para toda la sociedad, pero fundamentalmente para la clase política que tiene la tarea y la responsabilidad de dar respuestas a los problemas de la gente.
Sin embargo, en la agenda pública y en los medios hegemónicos la mayor preocupación son las discusiones gubernamentales y las protestas sociales. El discurso de odio hacia los piquetes es peligroso, porque estigmatiza a quienes reclaman en las calles por sus derechos y esconde o busca deliberadamente ignorar que la protesta es la única forma en la que la clase trabajadora logró conquistar derechos en la historia argentina.
Cuesta que la política y los medios hablen de los problemas más urgentes de nuestro pueblo. La falta de acceso a la tierra para producir, la imposibilidad de llegar a fin de mes, la falta de acceso al agua potable en los barrios populares y la indigencia son parte de la deuda interna que el Estado tiene con su población y que sigue ausente de la agenda pública.
Por eso conformamos un Comité de Acreedores de la Deuda Interna: para que la paguen quienes la fugaron y para que la riqueza de nuestro país deje de estar concentrada en 4 o 5 vivos que especulan y ganan a costa del pueblo. Con un país con el 50 por ciento de niños y niñas pobres es necesario repensar las políticas sociales. Reforzar el ingreso es urgente, pero los parches nunca son una solución al problema estructural. Necesitamos construir un plan de desarrollo en donde el ser humano, y no la ganancia, esté en el centro. En donde recuperemos la planificación para dar respuestas a la crisis social, económica y ambiental que vivimos.
Junto a distintos sindicatos y movimientos populares construimos un Plan de Desarrollo Humano Integral, que da respuestas a esa deuda interna. Repoblar la Patria, garantizar un pedazo de tierra donde vivir para todas las familias y un Salario Básico Universal para que nadie sea indigente.
Nos preguntamos: ¿cuándo se volvió un privilegio comer todos los días y tener un techo donde dormir? ¿Cuándo dejamos de sentir en lo más hondo las injusticias y nos resignamos a ver cientos de personas que duermen en la calle?
No es momento de indiferencia ni resignación. Es momento de luchar para que el FMI no presione en cada revisión trimestral las políticas económicas. Es momento de luchar por políticas universales y dejar de lado los parches para conquistar derechos. Que estas medidas sean el primer paso en ese camino depende de todos y todas.
La autora es secretaria adjunta de la Unión de Trabajadores de la Economía Popular (UTEP)
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