En el caso del discurso contra las Universidades Nacionales por parte del gobierno y de los “ciudadanos de a pie” que lo reproducen acríticamente, los “argumentos” que esbozan sus detractores fracasan en al menos dos maneras, i. e., o bien se autorrefutan, o bien terminan por confesar lo más inconfesable de su ideología.
Un ejemplo paradigmático del primer tipo de argumentos deficientes es una pregunta de intención retórica que la militante del PRO María Eugenia Vidal espetó en 2018 en una charla en el Rotary Club de Buenos Aires: “¿Es equidad que durante años hayamos poblado la Provincia de Buenos Aires de universidades públicas cuando todos los que estamos acá sabemos que nadie que nace en la pobreza en la Argentina hoy llega a la universidad?”. A diferencia de lo que “saben” “todos los que estamos acá [en el Rotary]”, todos los demás sabemos que la aseveración sobre la que se monta la pregunta es falsa. Pero esto no es lo que más me interesa resaltar.
Lo tragicómico del asunto es que la intervención de Vidal estaba pensada para justificar desfinanciar universidades públicas cuando, en rigor, es mucho más útil para persuadir a la opinión pública (claro, no al Rotary) de lo contrario. Si “los pobres” no llegan a la universidad pública, entonces hay que reforzar su presupuesto con más becas, más oferta horaria, más espacios de apoyo educativo, más docentes que puedan dedicarse de manera personalizada a asistir a “los pobres” en su paso por la universidad, entre tantas otras políticas que podemos pensar.
Lo que nos lleva al segundo tipo de déficit, la confesión ideológica de un plan destructivo sin sustento explicitable en el foro público. ¿Por qué la derecha hace argumentos tan malos, tan fácilmente refutables? A este gobierno no le importa la solidez de la opinión pública, le interesa apuntalar la ideología antipopular y antiintelectualista que lo anima. Cuando un funcionario, diputado o un simple troll dice que las universidades están llenas de vagos o que no les sirven a los pobres, lo que quieren instalar es el subtexto de sus intervenciones: “los pobres” no tienen que ir a la universidad, tienen que trabajar 12 horas diarias por salarios de hambre.
El objetivo es apagar el deseo de estudiar, convertir el no ir a la universidad en una uva agria, una preferencia adaptativa –convencer a “los pobres” de que ir a la universidad es en sí mismo una pérdida de tiempo y una perversión de abusadores del erario público para que ya dejen de desearlo.
El antiintelectualismo imperante tiene una motivación elitizante. El objetivo es volver a hacer de nuestras universidades públicas un lugar para pocos, devolverles la universidad a las oligarquías, borrar incluso la Reforma de 1918 que nos dio el cogobierno, la autonomía, la libertad de cátedra, la educación laica, el compromiso con la investigación y con la extensión y la ampliación del ingreso a toda la población del territorio.
La educación pública en todos sus niveles difícilmente es deficitaria porque ella garantiza un nivel más o menos alto de la formación comunitaria general, de un acervo cognitivo colectivo mínimo sin el cual nada de lo demás puede funcionar –ni siquiera la economía precaria que este gobierno vino a imponernos. Esta afirmación no es ideológica, es una verdad trivial irrefutable que sólo en un clima de antiintelectualismo nihilista como el que impera en estos días puede ser puesta en cuestión.
Pero la educación pública sí empieza a ser deficitaria cuando se la desfinancia. Desfinanciar brutalmente las universidades es un plan bien consciente del gobierno para que las universidades dejen de funcionar como tienen que funcionar y como funcionan todavía gracias a nuestro compromiso con ella, es decir como la condición de posibilidad de la formación colectiva de toda una comunidad política.
Lo que falta hacer y mejorar en las Universidades Nacionales no es un argumento para destruirlas, es un argumento para fortalecerlas. (Esto es, dicho sea de paso, válido para cualquier conquista popular). Es curioso: cualquier crítica que nos hagan sólo demuestra que necesitamos fortalecer, no destruir, los compromisos democráticos e igualitarios de las Universidades Nacionales y aumentar el financiamiento. Es tan simple que apabulla el modo en que persiste el error en todos los “argumentos” del gobierno de LLA, el PRO y la UCR.
El cuento de Hans Christian Andersen sobre el traje nuevo del emperador ya quedó unas cuántas páginas atrás. Ahora tenemos un rey desnudo que nos hace gestos obscenos y ni siquiera intenta ocultarlo. Quienes sigan creyendo ahora están suspendiendo voluntariamente su incredulidad. Esta es una de las actitudes más irresponsables que se pueden tener como ciudadano de una democracia.
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