Ello no ocurrió. América Latina vive en el siglo XXI experiencias algunas políticas transformadoras, pero otras conservadoras y regresivas. Una de las experiencias transformadoras se lleva adelante en México. La cuarta transformación liderara por Andrés Manuel López Obrador es pacífica , electoral y dentro de los marcos de la Constitución.
Su matriz política histórica es la Revolución Mexicana y su epicentro jurídico es la Constitución de 1917 que institucionalizó la sangrienta Revolución iniciada en 1910. Esa Constitución sufrió alrededor de 400 reformas entre 1988 y 2018 para adecuarla a los cambios en el Estado y la sociedad que impulsaron gobiernos presididos por el PRI, el PAN, y las necesidades generadas por el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá.
En el sexenio que culmina Andrés Manuel López Obrador se han impulsado más de sesenta reformas constitucionales, privilegiando la recuperación del sentido nacionalista, la dimensión social, y la apertura al cambio institucional que caracterizan a la Constitución de 1917.
La joya de la corona de ese esfuerzo de cambio es la reforma al poder judicial que se aprobó recientemente en el Congreso de la Unión y en más de los diecisiete congresos de las entidades federativas que establece la Constitución y se publicará en el registro oficial el 15 de septiembre, el día del grito, celebrando la independencia de México.
El diagnóstico que fundamenta la reforma al poder judicial es la corrupción, la no impartición de justicia pronta y oportuna a los sectores vulnerables de la sociedad, el dictado de sentencias, otorgamiento de amparos favorables a miembros de la delincuencia organizada, y de la delincuencia de cuello blanco en detrimento de los intereses nacionales y populares. Además del nepotismo e influyentismo, que ha fomentado que más del 40% del personal de ese poder del Estado tenga relaciones familiares entre si, con el consiguiente conflicto de intereses.
A ello se agrega el cúmulo de privilegios inconstitucionales, carentes de moralidad, como salarios tres veces mayores que los del Jefe del Estado, fideicomisos, gastos diarios y suntuarios que otros mexicanos sufragan de sus ingresos. En resumen, son condiciones que convirtieron a magistrados y jueces en una casta privilegiada inaceptable en una sociedad democrática del siglo XXI.
La esencia de la reforma al poder judicial es que los impartidores de Justicia, a partir del 2025, serán electos popularmente. Se establecen las condiciones de idoneidad profesional para ser candidatos y su postulación la harán en cantidades semejantes los tres poderes del Estado: el ejecutivo , el legislativo y el judicial.
No habrá campaña electoral en el sentido común de la expresión. Existirá una difusión de las cualidades profesionales, personales, de los postulados, y el soberano elegirá libre e informado, tal cual elige ahora a los titulares del ejecutivo y del legislativo. Esa reforma ha recibido fuego graneado de los partidos de oposición, de sectores empresariales y mediáticos, nacionales y extranjeros.
Incluso se atrevieron a mostrar su oposición violando toda norma internacional los embajadores de Estados Unidos y Canadá, a quienes el presidente López Obrador y la presidenta electa Claudia Sheinbaum pusieron “en pausa”, congelando toda relación personal hasta que los mencionados embajadores no corrijan su burdo y fracasado ingerencismo.
¿La reforma al poder judicial garantiza un sistema judicial carente de todos los vicios de que adolece el existente? Eso lo dirán los hechos de la realidad a partir del 2025. Ni el sabio filósofo de la historia Carlos Marx, profeta de la utópica sociedad comunista universal, se atrevió a escribir que en su utópica sociedad las personas que la habitasen serían ajenas a los defectos y debilidades del ser humano como la corrupción, la envidia, la frustración, el odio y varios más.
López Obrador, con la reforma judicial, ha culminado la construcción del primer piso de la cuarta transformación en la historia de México. Sheinbaum tendrá el gratificante desafío de construir el segundo piso de ese histórico proceso. La inteligencia, formación académica y sensibilidad social mostrada en la campaña electoral, cuyo resultado le fue aplastante, son magníficos augurios para el pueblo de México.
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