El gobierno de Milei enfrenta desafíos políticos significativos en los que coseche quizá solo tristes triunfos pasajeros. Mientras tanto, el pueblo argentino busca defender sus derechos y espacios democráticos demostrando que, incluso en derrotas, puede haber dignidad y un nuevo comienzo.
Pirro fue finalmente vencido por los romanos en la batalla de Benevento y se vio obligado a retirarse nuevamente a Grecia. Allí vagó de ciudad en ciudad intentando conquistas que fracasaban o duraban breve tiempo. Fue a Macedonia, luego a Esparta y finalmente murió en Argos. ¿Quién logró vencer a este increíble militar? Casualmente una humilde anciana que le arrojó una teja desde el techo de su casa. Aturdido en el suelo, el general Pirro fue golpeado por la muchedumbre de Argos que resistía el saqueo y la conquista de su ciudad.
El gobierno de Javier Milei atraviesa un problema similar al que tuvo que atravesar Mauricio Macri a finales de 2017: una victoria en el Congreso con un altísimo costo social y político. En ambos casos, el sujeto inicial del conflicto fue el mismo: el jubilado que lucha contra el recorte de su magro ingreso. Hay cinco millones de jubilados y jubiladas que cobran menos de 350 mil pesos, sumado a que se les quitó la gratuidad o los descuentos de la mayoría de los remedios que necesitan tomar. Uno puede inmiscuirse en cada historia de vida, pero los datos por sí solos son estremecedores.
El miércoles 12 de marzo, el gobierno abrió un nuevo frente: la calle. Una calle que estaba dormida, o implosionando en conflictos y episodios de violencia social cotidiana. Una calle que silenciosamente masticó bronca, temerosa quizá, o disciplinada, o expectante, pero una calle que en estos días habló, y en el camino de ese grito, fue perdiendo el miedo.
Y al igual que Pirro, el gobierno abrió en menos de dos meses una gran cantidad de frentes que terminaron desbordándolo. El discurso homofóbico dado por el presidente en Davos a mediados de enero, que derivó en la multitudinaria movilización del 1F; el perpetuo caso de la estafa con la criptomoneda $Libra, que supone denuncias locales e internacionales; valijas de empresarias cercanas al gobierno que entran al país desde Miami sin declarar; jueces nombrados por decreto; periodistas escandalosamente alineados con el discurso oficial; y podríamos continuar con la interminable lista de dardos lanzados día a día a la agenda por parte de la gestión libertaria.
En todo este contexto cabe hacerse la siguiente pregunta: ¿Está el pueblo dispuesto a aceptar todas estas bajezas políticas e institucionales que laceran fuertemente la democracia con tal de ver bajos los números de inflación? Y esta pregunta lleva a otra: ¿Qué tan sólido es el plan económico implementado con motosierra y balinazos de goma? Lo que quedó demostrado esta semana es que el tan mentado “consenso social” del ajuste, que funcionaba como arma moralizadora de la ultraderecha y desmoralizadora de la militancia popular, no estaba tan sentenciado como parecía.
A la movilización de los jubilados y las jubiladas se le fue sumando lentamente los lados oscuros y marginados de un plan económico no tan cerrado. Un descontento invisible, como el del fantasma de las navidades pasadas, que emergió para demostrar que hay reservas para defender los espacios democráticos conquistados por el pueblo argentino hace ya más de cuarenta años. Y esta aparición se dio justamente en el momento de mayor debilidad del plan económico libertario.
A pesar del cruento sacrificio exigido a los jubilados, a la educación pública, a la salud, a la seguridad, a los trabajadores de la economía popular, a los comercios y pymes, y a los despedidos en el sector público y privado, sí, a pesar de tanto esfuerzo, la inflación no perfora el piso del 2%, el consumo no para de caer y el rebote económico (el famoso “pedo de buzo”) es imperceptible.
A esta altura, el gran capital político (quizá el único) con el que contaba el gobierno era haber domado el fenómeno inflacionario. La caída de reservas y la corrida cambiaria desesperan al gobierno que intenta cerrar un acuerdo con el FMI que significaría un ingreso en dólares en el bolsillo de un ministerio timbero que amenaza con quemarse muy rápido la plata fresca en el mercado paralelo y la fuga.
El gobierno ya no puede vender credibilidad, ni adjudicarse ser el mejor equipo de la historia, tampoco puede vender orden luego de las dantescas imágenes ofrecidas por la desmedida represión ejecutada por Patricia Bullrich. Ya no hay vuelta atrás después del empujón a Beatriz Bianco o el intento de ejecución sumaria a Pablo Grillo. El resto del sistema político ya huele la lenta sangría de la epopeya libertaria, se ubica y juega al mercado persa de los negociados.
La victoria de ayer en el Congreso fue una victoria pírrica, una que quizá implicó un costo tan alto que amenaza con ser el inicio de un derrotero futuro. Como contracara, el extenso y diverso campo nacional y popular ganó una derrota digna, una donde perdió el miedo. Ganó espontaneidad, ganó la participación de sujetos no habituales de las últimas movilizaciones, sujetos que desbordaron los esquemas organizativos encorsetados de las agrupaciones.
Es que todo duelo tiene sus momentos, y afectada ya por una asqueante negación de la derrota que supuso el triunfo mileista en 2023, y luego de golpes, sorpresas y horrores, como en todo duelo, ahora quizá la militancia popular y las clases populares estén pasando a la ira. La ira como una emoción arrojada a la calle y a la historia. La ira que ya no explota entre pares, sino ante un gobierno violento, cada día más antidemocrático, carente de empatía, y deshumanizante.
Surge entonces un nuevo interrogante: ¿Cómo se sigue ahora? Lo sucedido en esta semana (que tiene cierto tufillo épico) escapa a las acotadas y humildes líneas de un análisis político. Las organizaciones políticas, sindicales y sociales deberán reflexionar sobre lo sucedido con sus bases, con sus militantes, con sus dirigentes.
La agenda no se acaba. Estamos a escasos días de un nuevo 24 de marzo que se espera nuevamente masivo, y también estamos a pocos días de un paro general ganado con mucha presión. Queda mucho por ver, reflexionar y hacer, pero dos cosas quedaron más que claras: solo el pueblo salvará al pueblo, y nada interesante sucederá en lo político si no sucede antes en la calle.
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