La coyuntura política en los albores de las primarias abiertas simultáneas y obligatorias estaba signada por un malestar social alimentado por múltiples derroteros. De modo estructural la pérdida sistemática de ingresos de parte de la clase trabajadora bajo gobiernos de signo político opuestos, se traducía en hastío para con la política. A la desilusión en torno a un oficialismo que, condicionado por los retaceos del FMI, se mostraba incapaz de gestar medidas concretas en beneficio para las mayorías populares, se anteponía una coalición opositora –JxC- que lejos de sintonizar con las preocupaciones del cotidiano, se desgarraba en una feroz interna. Un escenario propicio para que un discurso no solo rabioso sino propositivo lograse conectar con vastos sectores sociales: insulto a la casta política y dolarización para extirpar la inflación.
Alentado por el poder económico para derechizar el debate público y riesgosamente admitido como contrincante por el oficialismo para dividir el campo opositor, el histrionismo mediático de Milei, así como su audacia en las redes sociales, le confirió una explosiva popularidad que lo colocó primero en comicios sin traducción institucional alguna: recordemos, recién en las elecciones generales del pasado domingo los votos definieron diputados, senadores y, en algunos casos, jefaturas provinciales.
Desde una lectura sociopolítica, tres lógicas políticas prefiguraron los resultados del pasado domingo: el triunfo de Unión por la Patria (UxP), el estancamiento de La Libertad Avanza (LLA) y la debacle de Juntos por el Cambio (JxC). La insistencia de parte de esta última coalición por reeditar el clivaje “K vs anti K”, paladín fértil en las elecciones del 2015 (incluso no tan devaluado en el 2019) resultó ostensiblemente añejo-anticuado, carente de productividad política alguna. Máxime con una figura, la de CFK, no ocupando lugar en las listas y con una nómina de dirigentes de la Cámpora prácticamente ausentes en la discusión pública-mediática de la contienda nacional (no así, desde luego, en comicios provinciales y municipales).
En tanto, el ADN autoritario del líder de la LLA sumado a su ostensible inestabilidad emocional, hicieron que su triunfo en las PASO lo impulsaran, junto a sus seguidores inmediatos, a sostener y multiplicar las manifestaciones de odio sobre una pléyade de actores y actrices sociales. Sin descaro antagonizo con la iglesia (en especial frente a la emblemática figura de Francisco), frente al colectivo de mujeres (a la pluralidad de expresiones misóginas se sumó la de desligar a los varones de la responsabilidad frente a sus hijxs), ante activistas ambientales (negación del cambio climático, libertad para contaminar de las empresas), beneficiarios de programas sociales y previsionales (“la justicia social como aberración”), movimiento de derechos humanos (apología del genocidio del ‘76), defensores de la educación pública y el sistema científico nacional (“vouchers” y cierre del CONICET)… en fin, una lista prácticamente infinita de falsos chivos expiatorios propio de discursos neofascistas en donde la otredad solo ingresa en el registro de lo exterminable y en los que, concomitante con su base ideológica anarcocapitalista, todo es susceptible de mercantilización: niñxs, órganos y armas.
A este arco social heterogéneo blanco de su asedio se sumó, tal vez en “un manotazo de ahogado” por vencer en primera vuelta, un intento por desestabilizar la economía (apelación al retiro de depósitos y plazos fijos) que generó además de pánico entre los ahorristas, la alerta en la corporación bancaria (llamado público de los bancos a la “responsabilidad” de parte de los candidatos presidenciales).
Por su parte, UxP, habiendo despejado hasta diciembre los condicionantes del FMI, y tras limitar las exigencias de la mega-devaluación de parte del organismo, comenzó a construir en el lapso entre las dos elecciones una narrativa política popular-progresista de la que prácticamente careció a lo largo de los años de gestión. La batería de medidas y leyes para recuperar ingresos en los sectores medios y populares (reducción significativa del impuesto a la ganancias, beneficios a economías regionales, devolución del IVA, bonos a jubiladxs y beneficiarios de programas sociales, beneficios a monotributistas) fue acompañado con un relato en el que a la vez que se apuntalaron las figuras responsable del daño social (el tándem Macri-FMI como comunes adversarios), se proyectó una promesa de plenitud que encontraría garantía en el próximo mandato de la mano de un rol protagónico del Estado.
Asimismo, determinante en la traducción electoral de esta nueva narrativa política, lo fue la estructura que el peronismo puso en marcha ante comicios en los que, esta vez sí, tendrían implicancias institucionales. La dimensión movimientística del peronismo adquirió envergadura con el repertorio barrio por barrio de los movimientos sociales, del accionar fábrica por fábrica del movimiento obrero, universidad por universidad del movimiento estudiantil, y una multiplicidad de actores y actrices sociales que ante el dilema histórico se volcaron de modo activo en defensa de la democracia.
La posibilidad del conflicto y la tolerancia de la diferencia constituyen, desde una visión constructivista, las dimensiones constitutivas de todo orden democrático. En sociedades desiguales los conflictos lejos de ser una anomalía a erradicar, expresan en sí mismos la oportunidad para rediscutir asimétricos roles y jerarquías sociales así como formas inequitativas de producción y distribución de la riqueza. No obstante, ello exige el reconocimiento del otro no como un enemigo a destruir (propio de las lógicas fascistas) sino como un adversario ante el cual disputar hegemonía.
Desde tales premisas, al revisitar los discursos del cierre de la jornada electoral, observamos que una vez más las fuerzas más votadas ratificaron las lógicas discursivas que articularon a lo largo de la campaña. Mientras el líder de LLA, en una búsqueda desesperada de capitalizar el voto JxC, reprodujo la matriz de significación de la eliminación del otro (sic “le vamos a poner la tapa del ataúd al kirchnerismo”), el candidato de UxP ratificó la vocación de un gobierno de unidad nacional para defender la democracia.
Empero, apenas un día tras el comicio se advierte una inusitada vocación conciliadora en LLA que más allá de su espectacularidad (convocando no solo a la dirigencia de JxC sino a las fuerzas de Izquierda), no debiera ser motivo solo de desenmascaramiento por parte del actual oficialismo sino también, y especialmente, razón para que –coincidimos con el sociólogo Nahuel Sosa– UxP explicite los contenidos/las políticas que un gobierno de unidad nacional democrático ha de vehiculizar en la próxima gestión. Caso contrario, el electorado se encontrará en la instancia electoral venidera con dos coaliciones que más allá de las diferencias nodales, lucirán -ambas- garantes de la unidad nacional y de la democracia.
De allí que ratificar las conquistas de la democracia (entre otras: juicio a los genocidas del terrorismo de Estado, elecciones periódicas y transparentes, libertad de expresión) y preanunciar las políticas para una vida digna de la sociedad argentina (con eje en la justicia social, ambiental y género) sea la garantía para una victoria electoral a la vez que cultural frente al neofascismo.
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