En la dimensión informativa, la historia debe ser convertida en histeria. El momento de la acción psicológica.
¿Quién es Sinón? La mayoría de las fuentes acuerdan en que era un actor, amigo de Ulises, que fue dejado atrás de modo voluntario en la playa cerca del caballo, para que explicase y persuadiese a los troyanos la naturaleza divina de ese regalo, así como la necesidad de entrarlo en la ciudad, aún a costa de demoler parte de las puertas, so pena de afrontar el enojo de los Dioses. Sólo Casandra, que todo lo sabía y a quien nadie creía, advirtió el peligro. El resto es historia conocida.
De este modo, Sinón el actor, inaugura la historia de las fake news, o noticias falsas. Historiarlas representa un trabajo que escapa al espacio del artículo tanto como al talento del autor. Solo señalaremos algunas características de las noticias falsas en la era contemporánea.
Como en el caso griego, la legitimidad del emisor es primordial. Sinón convenció a unos pocos. Los medios de comunicación modernos pueden llegar a multitudes y convencer a millones. Y aquí la legitimidad no reside tanto en el talento con el que la argumentación es desplegada, sino por el carácter tecnológico del medio.
Y comencemos con la radio.
El 19 de enero de 1926, la BBC transmitió en vivo y en directo la revolución bolchevique en Londres. Masa de desocupados saquearon la National Gallery, incendiaron el hotel Savoy, derribaron al Big Ben y preparaban el asalto al Parlamento con morteros de trinchera. Algunos ministros habían sido quemando vivos o colgados de algún poste de luz. No, de tranvía. Todo ese relato surgió de la imaginación del Padre Ronald Knox, una eminencia de las letras inglesas con cierta proporción a la ironía. El asunto es que antes de la emisión se dejó bien claro que era una parodia. También después de emitida. Sin embargo muchos creyeron que la revolución social había estallado, así como en Rusia, mientras estaban frescos los recuerdos de la Primera Guerra Mundial. Knox dirá más tarde que tuvo la idea de comunicar algo en absoluto imposible, pero con detalles que le daban verosimilitud, como los efectos sonoros o el pánico de los supuestos corresponsales. Sin embargo hubo una multitud de llamados a la BBC, a las autoridades, presentaciones espontáneas en comisarías o cuarteles para armarse. Aunque ya se hubiese repetido una y mil veces que no era cierto. Como hubo una nevada fuerte esa noche y los diarios de la capital tardaron en llegar a todo el país, muchos vieron la confirmación de la catástrofe.
Aquí es de aplicación la ley de Gresham, esa que sostiene desde el campo económico que «la mala moneda echa a la buena»; aplicada a los medios de comunicación sería algo como «la falsa noticia echa a la verdadera».
Hacía poco tiempo que la radio desembarcaba en los hogares, la novedad tecnológica hizo mucho para crear el efecto verosímil de algo inexistente. «Es cierto porque la radio lo dice». Tamaña maravilla científica no puede mentir. Años más tarde, Orson Welles repetiría el ejercicio con la Guerra de los mundos, de H.G. Welles, ambientada en Nueva Jersey. Con similar éxito.
Hoy parece que no hay canal que no sea de comunicación. La novedad de la internet, los avances de la tecnología, hacen que cualquiera pueda decir cualquier cosa sin necesidad de verificación alguna, apenas basta cualquier verosimilitud. Esa sensación de libertad es el fondo de comercio de las cuatro o cinco corporaciones que manejan el espectro digital. Cuanta más barbaridades diga, mayores serán las interacciones, y así obtendrá favores, seguidores e impacto. En la dimensión informativa, la historia debe ser convertida en histeria. Es el momento de la acción psicológica.
Por acción psicología entendemos la producción de información que puede ser blanca, si la fuente es reconocida y probados los hechos; gris, si es necesario mantener el anonimato de la fuente; negra, si las fuentes no son verdaderas. El objetivo es influenciar pasión, razón y comportamientos de agentes o sectores en un determinado sentido. Afecta de manera directa a la política, en cuanto restringe «la capacidad de gobernar, la habilidad para mandar, la voluntad de pelear, la voluntad de obedecer y la voluntad para apoyar», según un viejo manual norteamericano de acción psicológica.
Cualquiera de nosotros puede rememorar alguno de esos hechos en la actualidad: «Asesinato de Nisman»; «Aníbal, la morsa»; «La fortuna de Cristina». Carecen de espíritu lúdico como en los casos de Knox o Welles: son los cotidianos caballos de Troya que soporta nuestro entendimiento.
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