Se presentan en el Museo Nacional de Bellas Artes 47 trabajos sobre “La Divina Comedia” realizados por el gran artista plástico en dos períodos distintos. La curaduría pertenece al director del museo, Andrés Duprat. La exposición permanecerá abierta hasta el 27 de febrero.
Los trabajos presentados incluyen una variedad de técnicas: dibujos, collages, acuarelas y tintas y fueron realizados en dos períodos distintos. Los de pequeño tamaño, predominantemente retratos de Dante, pertenecen a la década del 60 y varios de ellos, fueron plasmados en Italia en 1968.
El maestro Alonso se preguntó cómo vería el siglo XX el poeta florentino. Para dar respuesta a esta pregunta, estuvo 6 meses en Florencia, indagó en el universo de Dante y, producto de esa experiencia, realizó más de 200 dibujos y collages. Sobre estos trabajos dice el curador de la muestra y director del MNBA Andrés Duprat: “Alonso coloca a Dante, al igual que sucede con la Divina Comedia, como testigo de situaciones críticas, cruzadas por la estética pop y la efervescencia que en esos años vivía Europa -por el Mayo francés- plena de reclamos, consignas y protestas. El resto de las obras tiene fechas comprendidas entre 2000 y 2009.»
Entre los objetivos de Alonso, según informa el MNBA, figuraba utilizar parte de esos trabajos para ilustrar una nueva edición de la Divina Comedia en español, aunque el proyecto no se concretó. Pero esta obra fue adquirida por la empresa Olivetti y varias de las creaciones fueron impresas en una tirada limitada que llevó un prólogo de Ernesto Sábato.
El interés del artista por Dante no disminuyó con el correr de los años, por lo que retomó el tema a partir del 2000 y realizó una serie de nuevos trabajos que llamó Alonso en el Infierno. Parte de ellos están incluidos en la muestra del MNBA. Respecto de esta segunda serie de trabajos opina Duprat: “En esta serie el artista vuelve a reinterpretar distintos momentos del poema para señalar lo ominoso, la violencia y los prejuicios que nos habitan. Algunas de estas piezas presentan escenas apocalípticas, multitudinarias y complejas al estilo del Bosco, en las que en ocasiones está presente el propio Dante.” Y concluye: “Estas dos obras conectan dos épocas lejanas y nos muestran que los horrores siguen replicándose y alimentando las imaginaciones actuales. Al igual que en otros momentos de su producción, Alonso opera sobre un clásico para desplegar su descarnada mirada crítica, dando visibilidad a las múltiples problemáticas e injusticias que ocurren en nuestros días.”
En Alonso confluyen su maestría técnica y “su mirada” lo que le permite traer el Infierno de Dante al siglo XX y al siglo XXI para mostrar que los infiernos sociales no terminan. Él mismo sufrió en carne propia el mayor infierno que vivió la Argentina, la dictadura cívico-militar que se inició el 24 de marzo de 1976 y que se llevó a su hija Paloma un año después.
El artista siempre tuvo la ilusión de que el arte trascendiera más allá de lo meramente estético. En una entrevista realizada en enero de 2019, dijo: “De alguna manera, el arte termina siendo patrimonio de la gente y parte del bien común de la sociedad. Si la obra no está hecha para decorar o expresar la propia existencia, creo que el mejor destino para la obra es que pueda servir para expresar los sucesos y lo que acontece en la vida social. La ilusión es que el arte enriquezca la vida de la gente.”
Sus palabras demuestran que no solo es un dibujante excepcional que domina la línea como ninguno y que tiene una capacidad técnica admirable, sino también que además de una posición estética, tiene una posición ética frente a la vida. El Infierno no está solo en la obra de Dante o en las creencias de la Iglesia Católica, es para él una presencia cotidiana. Dice al respecto en una nota de Página 12 el editor y crítico Fabián Lebenglik: “Así como Dante se presentaba como testigo de un momento histórico del cual el Infierno es la culminación de su Divina Comedia, Alonso también es y ha sido un testigo, porque resulta sintomática la relación entre la obra anticipatoria realizada por Alonso en los años setenta –ya fuera de la serie dantesca-, respecto de la violencia económica y política que se avecinaba en nuestro país.”
El artista dice que aprendió a dibujar antes de aprender a escribir, a pesar de que no tenía ningún artista plástico en su familia, por lo que no contaba con un ejemplo que lo estimulara a hacerlo. “Dibujé siempre, -dice en la mencionada entrevista- pero no como suelen dibujar los niños; en general es una etapa que después se supera. He visto muchos dibujos de niños que no se convierten en pintores. El dibujo que yo hacía apuntaba a la historieta, a un relato, a la descripción gráfica de la vida, de lo que yo veía, no de lo que imaginaba. Esto es lo primero que recuerdo. En el colegio secundario dibujaba todo el tiempo, tanto, que dibujaba en la clase de historia, de geografía, de matemática. Creo que eso me convirtió en una persona algo dañina para el resto de los estudiantes.”
Recuerda que dibujaba historias violentas, batallas, guerras, pero no conserva nada de aquel período temprano. Cuando ingresó al colegio secundario, su vocación no solo persistió, sino que se ratificó. Todos sus cuadernos escolares estaban invadidos por dibujos. “Logré –explica- algo que me reafirmó vocacionalmente, y fue que me hicieran en el hall de entrada del colegio, en Mendoza, una exposición de mis cuadernos, los cuadernos de historia con dibujos, los cuadernos de matemática con dibujos. Supongo que lo hicieron como una forma de abochornarme, pero lograron todo lo contrario. Luego de eso mis compañeros me decían: “che, muy buenos esos dibujos”; “metele por ahí”. Y así fue.”
La escuela resultó, en este caso, expulsiva, pero fue un punto de inflexión positivo en la vida del artista. A los 14 años la abandonó para ingresar a la Academia Nacional de Bellas Artes de la Universidad Nacional de Cuyo.
El resto de la historia es conocida. Hizo una carrera sobresaliente en las artes plásticas a puro talento, sin hacer concesiones de ningún tipo, ni estéticas ni políticas y se metió en las filas del llamado nuevo realismo, un movimiento que no solo tenía una posición estética, sino también ideológica. Este movimiento europeo al que adhirió Alonso cuando se encontraba en Italia, publica en 1960 un manifiesto en el que se proclama como el promotor de “un nuevo enfoque de lo real”.
Alonso tuvo siempre su propio manifiesto: “En la Sociedad de Artistas Plásticos -dice- teníamos ganas de participar y de enfrentar al Instituto Di Tella. Nos oponíamos al colonialismo artístico. También estaban el Grupo Espartaco y algunos francotiradores, del Partido Comunista; muchos de ellos terminaron mal porque hicieron una mala lectura de lo que podía ser un arte revolucionario. Yo quería ir más a fondo, porque en realidad, pictóricamente, algunos artistas del Di Tella me interesaban; siempre me gustaron Macció y Deira (miembros de la llamada Nueva Figuración). Ellos pintaban, más allá de estar en una posición calificada como pintura «pro norteamericana». Con el tiempo nos fuimos mezclando. Primero fue León Ferrari con sus obras sobre Vietnam, después Yuyo Noé con Malvenido Rockefeller, y así empezamos a convertirnos en una trama.”
Su conexión con Dante, como se dijo, es la misma que siempre tuvo con su propio país.
La muestra Dante x Alonso podrá verse hasta el 27 de febrero de 2022, en Museo Nacional de Bellas Artes, Avda. del Libertador 1473, CABA, de miércoles a domingos de 11 a 19.
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