Más del 70% de los cereales y frutales dependen de las abejas para completar su ciclo, pero en los últimos años la acción humana disminuyó sus poblaciones. Agroquímicos, pesticidas y quemas atentan contra la gran responsable del rinde natural.
Poco es sabido que, en los cultivos de soja –si bien esta es autógama– la disposición de colmenas en los alrededores para la polinización cruzada puede mejorar el rendimiento en hasta 18%, según los estudios de campo realizados en la campaña pasada por la Estación Experimental del INTA Marcos Juárez.
La polinización es fundamental para la supervivencia de los ecosistemas, crucial para el 80% de las plantas con flores y mejora la producción del 75% de los cultivos importantes a nivel mundial, y la Argentina no es la excepción.
El problema es que el avance de la frontera agrícola, ganadera y forestal con algunas prácticas depredatorias, sumado al cambio climático y a los desastres ambientales, acorralan a las obreras de esta actividad simbiótica. Viven desde hace 100 millones de años y en el último siglo han sido diezmadas.
En un ambiente libre de insecticidas y agroquímicos, sin rozados ni laboreos, los insectos voladores hacen que las plantas cumplan su ciclo de manera natural, pero desde hace décadas sus poblaciones están amenazadas y cada vez es más difícil encontrar tierras aptas para la producción orgánica.
Para certificar un producto con ese estándar, además de contar con suficiente tiempo y dinero para acceder a la certificación, es necesario establecer el cultivo en un suelo que esté libre de contaminación química y que, además, no registre aplicaciones en un área considerable a su alrededor.
Con esa premisa, las producciones agroecológicas argentinas tienen una larga historia, que desde la década de 1990 llevaron a un boom de exportación de productos de altísima calidad, con sellos de normas internacionales y precios de venta de especialidad.
Sin onerosas etiquetas y con soberanía alimentaria como premisa, la mesa de las familias argentinas también debe acceder a alimentos que en su producción respeten el ambiente, cumplan las buenas prácticas en el campo y protejan la salud y el bolsillo de los consumidores.
Para proteger a los polinizadores naturales, entre los que reina la abeja –aunque también participan mariposas, polillas, moscas, avispas y escarabajos–, los agricultores, fruticultores y quinteros que ponen a la ecología dentro de la ecuación económica realizan varias prácticas que buscan un equilibrio entre el lucro y la calidad de vida.
Para proteger la supervivencia de las abejas y sacar provecho comercial de la polinización, que realizan de manera natural sin pedir nada a cambio, se pueden conservar los hábitats seminaturales y disponer de corredores seguros para los insectos cerca de las áreas de producción intensiva.
Además, se pueden usar plantas que atraigan a los polinizadores, como girasoles, equináceas, rudbeckias, ásteres, zinnias y lavanda, y nativas hospederas para el caso de mariposas, colibríes, murciélagos y otros insectos beneficiosos que buscan néctar, polen y forman parte de la biodiversidad del hábitat.
También es posible desarrollar estrategias de polinización dirigida que permitan controlar el destino de las abejas, como realizaron el año pasado un grupo de expertos argentinos con las flores del kiwi, que no tienen néctar pero sí polen y un aroma particular. Luego se probó en girasol, peral, manzano, almendro y arándano.
El trabajo experimental, publicado en Scientific Reports, estuvo liderado por el doctor Walter Farina, investigador superior del Conicet y del Instituto de Fisiología, Biología Molecular y Neurociencias de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA.
En la horticultura familiar rural y hasta en las huertas urbanas, donde la necesidad de rendimiento no está puesta por encima de la conciencia ambiental –y mucho menos la estética del producto sobre su sanidad–, la presencia de polinizadores naturales es beneficiada por el control biológico de las plagas, el abonado orgánico sin fertilización química, la siembra sin laboreo mecánico y el desmalezado a mano.
Incluso, la variabilidad de tamaño, forma y color, que a nivel industrial se va de las normas comerciales y suele descartarse, en las pequeñas y medianas producciones campesinas son una prueba de la diversidad de la naturaleza, que poco y nada se parece a los estándares de aspecto clonal y brillante que exhiben las góndolas de los supermercados.
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