En el fondo, lo que se está discutiendo es de quién es la culpa. En los últimos 200 años es el capitalismo la forma en que se producen bienes, servicios y se organiza la vida en las sociedades occidentales.
En el fondo, lo que se está discutiendo es de quién es la culpa. En los últimos 200 años es el capitalismo la forma en que se producen bienes, servicios y se organiza la vida en las sociedades occidentales. Luego de un innegable progreso en términos de productividad, pero también de ingresos medios y pobreza -siempre comparando contra el viejo mundo, el mundo feudal- el capitalismo entró en una meseta.
La primera parte del Siglo XX estuvo caracterizada por la disputa entre las naciones por el reparto del mundo, los países centrales luchando por la colonización económica y cultural – a veces también política- de las periferias. Estas disputas terminaron en la Primera Guerra Mundial. De las consecuencias de dicha guerra se engendraron los fascismos, los derrotados de la Guerra encauzaron sus broncas en estas ideas, de ahí la génesis de la Segunda Guerra Mundial. Este es un raconto desbocado y fugaz por el Siglo XX para llegar a donde queremos.
La salida de la Segunda Guerra Mundial, hasta fines de los 70, es la edad de oro del capitalismo, crecimiento generalizado, aumento del PBI y de las tasas de empleo a nivel global. Esto se vio acompañado por mejoras generalizadas -más, menos- en derechos sociales, en industrialización y en niveles de vida. Es la era de los Estados conduciendo los procesos económicos, de los peronismos. Este ciclo se rompe con las crisis de los años 70, la cual culminó con esta etapa virtuosa de la posguerra. El mundo salda ese escenario con la fórmula de Thatcher y Reagan, nos referimos a la era de las privatizaciones, las liberalizaciones y también las crisis de deuda. Es el triunfo del neoliberalismo.
Llegamos al núcleo de la cuestión: la era trágica del capitalismo. Esta era son los 30 años en los que se pasó del pleno empleo a la pobreza estructural y generalizada, la época de las dictaduras militares y los menemismos, la consolidación de las villas miserias, la extranjerización y concentración de las economías. Son los 30 años que mejor explican las desigualdades estructurales que atraviesa nuestra región -y otras- en la actualidad.
En los 2000, con sus particularidades y sus limitaciones, reaparecieron los movimientos populares que intentaron, sin éxito, con mejores o peores intenciones, revertir el ciclo. En diversos lugares se alcanzaron diferentes niveles de éxito y profundidad. Pero lo cierto, es que no se logró revertir las transformaciones estructurales que generó el neoliberalismo.
De esa manera, llegamos a la actualidad montados sobre las frustraciones de décadas de nuestros pueblos. Personas, familias, incluso pueblos y barrios enteros, todos saben que nacen y mueren en la pobreza estructural. Una clase media propensa y falible al marketing y la propaganda, frustrada por la imposibilidad de consumir todo lo que el sistema le exige y agobiada por la inseguridad que este mismo sistema perverso generó. El poder alimenta esa frustración y esa bronca sobre el discurso de que pagan impuestos que van a parar a los bolsillos de aquellos mismos que ejecutan la violencia y la delincuencia.
Aquí llegamos al punto central. Lo que el mundo discute hoy. ¿De quién es la culpa? Desde este lugar planteamos que la culpa de estas injusticias tiene su génesis en la concentración del capital, en la liberalización de la economía, y en la enajenación de nuestros recursos naturales. Nuestra receta es la intervención del Estado para suplir estas deficiencias, un Estado capaz de mediar en favor de los más débiles, igualar oportunidades para aquellos que nacen en un punto de partida más desfavorable y garantizar un piso mínimo de justicia social, sobre la base de la igualdad en la diversidad y la comunidad organizada.
Nuestro argumento se encuentra con la limitación de tergiversaciones -cuando no los atropellos y banalidades- que se han hecho en nombre del Estado presente y la justicia social. Dichos flagelos son más dañinos que 200 años de operación del poder en nuestra contra. Esas conductas -marginales o sistemáticas- atentan contra la credibilidad de nuestro sistema de creencias, más no impide argumentar en favor de su veracidad histórica.
Los ricos del mundo, por su parte, salieron a librar la cruzada del Siglo XXI. ¿De quién es la culpa para ellos? De los inmigrantes ilegales, del ambientalismo que impide el desarrollo del capital, del Estado con su corrupción y sus reglamentaciones, de las disidencias sexuales que pervierten la familia tradicional -familia tradicional por la que abogan, pero ninguno de ellos tiene-.
En última instancia, cada cual es culpable de su propia miseria. No importa en qué situación o contexto hayas nacido. En sus cabezas, la que lava sus culpas y sus traumas, es lo mismo ser el hijo de un multimillonario, como el caos de Elon Musk, o nacer en un barrio periférico de Colombia, Argentina o Nigeria. Muy conveniente para sus fortunas, sus negocios, y repetimos, para sus culpas.
Eso es lo que el mundo se debate, de quién es la culpa de las desigualdades estructurales a las que hemos llegado. Y acá dejamos planteada una idea para futuras bajadas. El problema es de gobernanza global. Los grupos económicos lograron tal nivel de concentración de capital que tienen mayor capacidad de intervención que los propios Estados. Dichos grupos terminan torciendo la capacidad de los Estados para gobernar, tienen capacidad de operar en diferentes países, de manera coordinada, de influir en gobiernos, de generar flujos financieros, bloqueos y un sinfín de mecanismos que terminan atando de pies y de manos a los gobiernos.
Como decíamos, la discusión que se dio el sábado en las calles de toda la Argentina juega en esta clave. De ahí su trascendencia. Ellos plantean poner el mundo en manos de esta élite internacional. Cercenar libertades y garantías de las mayorías, restaurar una agenda conservadora medieval bajo la dictadura del capital. Para ello avanzan en los discursos, y sin duda esos discursos se convierten en acciones.
De este lado, orgullo, comunidad, justicia social, comunidad organizada y convivencia pacífica sobre la base del amor y la igualdad en la diversidad. Esa es nuestra pelea. Por eso estamos peleando. Ese es el entorno histórico de la movilización histórica del día sábado.
*Esta nota se publicó originalmente en la web Nuevas Canciones.
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