Nueve periodistas fuimos invitados por la Embajada de Estados Unidos y el Departamento de Estado a ser parte de su programa IVLP (International Visitor Leadership Program) bajo el título de “Desarrollo de medios regionales en la Era Digital”. Viajé en representación a Tiempo Argentino -único medio de Buenos Aires y cooperativo que participó- en una recorrida de dos semanas por diarios, universidades y redacciones en Washington, Cleveland, Austin y San Antonio.
Desde la enormidad de la capital de Estados Unidos, la limpieza de sus calles y la variedad de museos gratuitos, el coronavirus parecía una preocupación que sólo se encontraba en los medios masivos. No se sentía la tensión en las calles y en los aeropuertos con más tráfico del mundo apenas se veían algunos pasajeros con barbijos. La perspectiva cambió en poco tiempo.
A medida que íbamos debatiendo sobre los nuevos modelos de negocios en tiempos de crisis de las ventas de papel y de la caída de la publicidad, o mientras conocíamos experiencias de redacciones que se transformaron de papel a digital y que redefinieron sus ingresos basándose en sistemas de membresías y cercanía con sus audiencias, el alcohol en gel se iba haciendo protagonista. Mientras, en una conferencia de prensa en la Casa Blanca, Donald Trump afirmaba que el coronavirus era menos letal que la gripe. Sus palabras recibieron críticas. Y se extendieron más allá. La revista Vanity Fair publicó un artículo crítico sobre una charla que dio Melania Trump en escuelas y en las que no hizo ninguna mención sobre el coronavirus. A Trump no le gustó la nota y en uno de sus ataques en Twitter escribió: «Sus reporteros falsos de tercer nivel, que inventan fuentes que no existen, escribieron otra pieza falsa y aburrida». La revista no tardó en capitalizar la declaración y la transformó en el slogan para invitar a que se suscriban: “Únete hoy y lee otra pieza falsa y aburrida”. Hoy Estados Unidos está en emergencia nacional y su sistema de salud pública en crisis.
El último destino del programa era en San Antonio y en un Walmart local ya no quedaba alcohol en gel ni barbijos pese a que habían recortado la cantidad que podían comprarse por persona. Adelante mío un hombre se llevaba un chango repleto de agua mineral; otro, comida para meses. La imagen era la del miedo al desabastecimiento o la del individualismo extremo. La última reunión en la Universidad de Texas en Austin fue el cierre del programa. La vuelta al país empezó a preocuparnos más en ese micro de regreso a San Antonio cuando nos enteramos que Alberto Fernández había dado una conferencia con nuevas medidas de prevención para contener la propagación del virus en Argentina y que Estados Unidos empezaba a estar incluido en la lista de países de riesgo por la cantidad de casos. La cuarentena iba a ser necesaria para todos.
Al otro día dejamos San Antonio rumbo a la Argentina con escala en Atlanta. El panorama ya era otro: se veían muchos barbijos, los pasajeros limpiaban con alcohol las pantallas del avión, cinturones y todo lo que pudieran, y la mayor amenaza era escuchar que alguien estornudara o tosiera. El vuelo de Delta Airlines 101 rumbo a Buenos Aires tenía que partir. Ya arriba del avión el capitán avisó que estaba esperando la confirmación de Argentina de que íbamos a poder aterrizar en Ezeiza al otro día a la mañana, ya que las medidas iban cambiando constantemente y tal vez no podíamos regresar esa noche.
Aterrizamos el jueves a la mañana con la declaración jurada firmada en mano sobre nuestro estado de salud que completamos en el avión y en el que informamos dónde estuvimos y dónde vamos a estar los próximos 14 días. Nos encontramos, luego, con un control médico que sin respetar el protocolo, juntaba y amontonaba en un estrecho pasillo a cientos de pasajeros de distintos vuelos. Lo único que había que hacer era pasar por delante de una cámara que controlaba la fiebre. Cada uno de los participantes del grupo se organizó de la mejor manera para aislarse. Hasta hoy nos mantenemos en contacto por WhatsApp para compartir esta cuarentena de manera virtual.
Son días de soledad con alcohol en gel, trapos con lavandina, barbijos y silencios largos. Algunos ya extrañamos las calles de Buenos Aires, las birrerías, los planes de fin de semana con amigos y el asado del domingo con la familia. Nuestras costumbres deberán esperar. Y mientras escribo me acuerdo de aquella nota de un periodista estadounidense que reflexionó sobre la amistad y los argentinos como homenaje a los cinco rosarinos que murieron en un atentado terrorista en Nueva York en 2017. “Hay algo especial en Argentina. El talento nacional para forjar camaradería que dure toda la vida es seguramente lo mejor del país”.
Son días de pensarnos. De empezar a tomar consciencia de cuidarnos para cuidar a otros, y así a todos.
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