Todo sea por construir la falta de mérito de una clase oligárquica que confunde herencia con meritocracia.
Si en algo es buena la alta administración de justicia de la Argentina es en encubrimientos. Desde la Embajada de Israel, AMIA, Río Tercero, tráfico de armas a Ecuador y a Croacia hasta el caso de Loan, la especialidad de la casa es eliminar pruebas, borrar celulares, truncar investigaciones. Ni hablar del endeudamiento externo o el saqueo de las empresas públicas para cobrar comisiones. Todo sea por construir la falta de mérito de una clase oligárquica que confunde herencia con meritocracia. El atentado contra Cristina no será la excepción: todo quedará reducido a una banda lumpen llamada “copitos”, con total ausencia de autores intelectuales, financiadores y beneficiarios del crimen.
Hubo compañeras y compañeros que fueron esa misma noche a Plaza de Mayo. Pero sin orgánica. Todo eran rumores: que había que movilizar, que no, que desde “arriba” (qué arriba, cuánto arriba) decían que había que guardar la calma. ¿Pero qué calma, si intentaron matarla? ¿El amor vence al odio? Esa pasividad –disfrazada de tiempismo, el mantra de los indecisos- les faltó a los trabajadores y trabajadoras de la Swift y de la Armour que arrancaron desde Nueva York y Marsella, en Berisso, para llenar la Plaza y liberar al General, en columnas cada vez más nutridas para cumplir el 17 de Octubre de 1945, mojarse las patas en la fuente y hacer entrar a la Argentina en la modernidad popular. Si la tocan a Cristina, ¿qué quilombo se va a armar? Nada de eso. No hubo nada. Nada es lo que hubo. Y allí lo perdimos todo.
Para la oligarquía estuvo claro: si no salieron por Cristina, entonces no van a salir por los Derechos Humanos, los derechos sociales, por las privatizaciones, por las mujeres, por las diversidades, por los pueblos originarios, por los trabajadores sin salarios, por los jubilados sin pensiones, por los enfermos sin medicamentos, los niños sin comida, los científicos sin ciencia, los docentes sin universidades, las cocineras del pueblo con ollas vacías y todos los restos. La Argentina está servida: del nunca más al otra vez. Así tenemos hoy una vicepresidenta del partido genocida y un presidente que representa a los monopolios privados, locales e internacionales, ya que la muerte y el dinero parecen llevarse bien. Pasamos de la épica del Bicentenario en 2010 a la obscenidad de Milei en 2024.
¿Y el movimiento nacional? ¡Pobre peronismo! Siempre capaz de resistir a embates exteriores, desde bombardeos y proscripciones, desde golpes hasta desapariciones, que parece condenado a ser destruido sólo desde adentro, por aquellos que reivindican esa pertenencia. A veces pareciera que no hay peronismo, sino peronistas. Sobre esa inorganicidad se yerguen las provincias de Formosa con Guildo Insfrán que es justicia social; La Rioja de Quintela que es política con una constitución modelo 1949; La Pampa, que es Comunidad Organizada; la Provincia de Buenos Aires, que con Axel Kicillof asume como en otros tiempos las responsabilidades que abandona el nivel nacional.
También digamos que si el peronismo desea encolumnar al movimiento nacional, necesitamos conductores y referentes que carezcan de terminales en las embajadas de Estados Unidos, Reino Unido e Israel, o en las tres. Que los hay muchos e ilustres: los podemos reconocer a las internitas de gambeta corta que inventan, las mismas que pavimentan futuras derrotas electorales. Son los que prefieren reinar en el infierno a servir en el Cielo, como decía Milton. No por algún capricho, sino porque la posibilidad de elaborar e instrumentar un Proyecto Nacional es imposible con tales articulaciones externas. Sería condenar al peronismo a ser un alimento más del sistema, cuyo horizonte de poder será el de otorgar nuevas concesiones y legitimar viejas entregas, lucrativas actividades que debemos dejar a nuestros enemigos. Porque esa noche de septiembre cayeron todas las máscaras: hoy vivimos bajo un régimen de excepción, sufrimos la suma del poder público, y el pueblo pronto será extranjero en la propia patria. Así que le debemos un 17 de octubre a Cristina, un destino a la sociedad y un peronismo recuperado para la Liberación Nacional. Ahora, el tiempo es sangre. «
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