Cualquier semejanza con la realidad…

Por: Carlos Ulanovsky

Entre Argentina y Croacia hay 11582 kilómetros aéreos y la travesía entre el aeropuerto ministro Pistarini, de Ezeiza y el aeropuerto Franjo Tudman, de Zagreb, requiere un viaje de casi 18 horas de duración. La serie The paper (El diario en traducción veloz; dos temporadas de 11 capítulos cada una en Netflix) acorta sorprendentemente esos puntos tan distantes, porque, por cínicos, los violentos, los depravados, los inmorales se parecen demasiado en cualquier lugar del universo.

Fue más que interesante verla completa (22 capítulos, casi 24 horas de duración) en tiempos pandémicos, en distintas noches, pero siempre luego de que Víctor Hugo Morales y Gustavo Sylvestre y su equipo se explayaran revelando la trama de espías y espiados, el más reciente, aunque, seguramente, no el último legado del gobierno anterior. Refugiarse en una ficción era, presuntamente, la posibilidad de cambiar de tema, pero no pudo ser: pasar de los atisbadores nativos a la ficción croata fué como viajar de una asociación ilícita a otra. Sin embargo, resultaron causales dos casualidades de la serie. Un jefe policial, brutal y coimero, se apellida Nardelli, igual que uno de los altos ejecutivos de Vicentín. El de Croacia termina muy mal, el de Santa Fé no se sabe. Y la otra: el perverso y pervertido Mario Kardum, que compra el diario Novine para extender desde un medio sus negocios, es un empresario de la construcción que hizo fortuna con la obra pública, como tantos que conocimos. Y, como si fuera poco, el actor que interpreta a Kardum (Alexander Ctekovic) tiene un inequívoco aire al tristemente célebre Matías Garfunkel. Más allá de estos detalles, asombra comprobar cuánto se parecen los políticos corruptos, hablen en argentino o los escuchemos en croata original con subtítulos. Y, peor todavía: en qué estado ruinoso está esa clase de periodismo, tan cercano a los poderes y cuya misión esencial, y casi única, es disimular los fondos ilegales volcados a la política y tapar los desmanes de los acaudalados de siempre.

Ludwig Tomasevic es el alcalde de una ciudad portuaria, tan bella que no merece tener al frente a semejante monstruo.  De derecha y nacionalista, no tiene límites con sus ambiciones (pretende alcanzar la presidencia de la nación) ni medida en su modo de odiar. Maccarthea a la presidenta, enrostrándole su condición de roja, pero es capaz de levantarle la mano a su mujer y a su hija. Ver sus horribles procedimientos lleva a parafrasear aquella legendaria fórmula inventada por el cine de Hollywood: cualquier semejanza con la realidad argentina es de una coincidencia absoluta. Si tiene que mentir, el tipo miente, y, cuando no, chantajea; si debe atacar lo hace con la mayor ferocidad; si necesita proteger a sus peores aliados o proteger sus negocios secretos lo hará sin ninguna clase de remordimientos y llenándose la boca con palabras como democracia, república, transparencia. Su rival en las elecciones es una mujer que cae después de un carpetazo que revela que, diez años antes, le pegaba a la madre.

 Parece que todo puede pasar en lo que fue la vieja Yugoeslavia, estallada y desintegrada por conflictos territoriales, religiosos, civiles. La serie se desarrolla en alguna ciudad de Croacia, en donde persiste la sombra del “partido” y se proyecta el peso de un aparato estatal que nunca se fue o el de una guerra que parece que nunca se terminó. Por eso, Blago, un veterano aparachiqui dice, convencido: “Aquí todo tiene que ver con la guerra”. En el mundo del periódico Novine, no se salva nadie. Hasta los más simpáticos (los periodistas Dijana, Nikola, Martin, Tena) se vuelven caricaturas, necesitados de zambullirse en el lodo de la deshonra. El dueño, Kardum, tiene una mirada que da miedo y con sus gritos es capaz de sentar de culo a sus interlocutores, pero la menos santa es Dubravka, su mamá, que negocia con todos, empezando por el arzobispo y cada paso suyo es una traición. Un secreto tremendo de ella se despliega en el principio de la serie. Cuando, por venganzas cruzadas, va preso, el nuevo dueño del diario, otro empresario, llega con la genial idea de reducir los salarios del personal del diario en un 15 por ciento. ¿Les suena a los cooperativistas de Tiempo Argentino esta clase de decisiones? Seguro que sí. Qué bien hicieron en apropiarse de su destino, de sus decisiones y de sus palabras. Otra vez felicitaciones.

Van a continuación algunos textuales extraídos de distintos capítulos:

* – ¿Cómo quieres la nota? ¿A favor o en contra?

   -Lo mismo da.

* “Cuanto menos sepamos como periodistas, mejor”.

* “Trabajo e integridad: ya no caben en la misma oración”.

* “Las investigaciones empiezan para ser olvidadas cuando conviene”.

*(Los periodistas)” somos instrumento de alguien que quiere alcanzar un objetivo”.

* – ¿Y cuánto me costará?

– 50 mil euros por no publicarlos y 150 mil más para que la policía alivie tu archivo personal.

* Y la más inquietante: “Los diarios ya no necesitan periodistas”. Ja.

Un par de apuntes, sin revelar el final, que no fue el que yo hubiera elegido. En el marco de crímenes por encargo, accidentes provocados y excesos trágicos, todos los protagonistas fuman mucho y beben en exceso. Y algo más, aunque sea parte central de la vida de hoy, se vuelve reiterativo el uso de los teléfonos celulares. Queda claro: sirve para traccionar el argumento, pero se pasan de la raya.  Lo dicho: una noche de estas, deseando huir de los Martinengo y asociados, me conecté con otra realidad que, de inventada, no tenía nada. ¡Una comedia ahí!

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