La escritora argentina acaba de publicar "La Justiciera", novela policial en la que conviven lo trágico y lo risible, cuya protagonista es una comisaria de la mujer en Carmen de Patagones, quien debe resolver dos crímenes sin conexión aparente.
La acción se desarrolla en Carmen de Patagones, donde Silvana Mangano asume como comisaria de la primera Comisaría de la Mujer. Se trata de un personaje muy rico en matices, con las dudas y conflictos de cualquier mujer separada y con una hija adolescente, Anita, aunque el hecho de ser comisaria la obligue a no dejar traslucir sus debilidades.
Allí, en Carmen de Patagones, se producirán dos crímenes que, aparentemente, no tienen conexión entre sí, aunque un hecho fortuito marcará sus puntos en común. Otra característica de este policial es el sentido del humor que les confiere a los personajes un carácter humano que excede los roles sociales que cumplen. Igual que en la vida cotidiana, en La Justiciera conviven lo trágico y lo risible.
El prólogo de María Inés Krimer es un plus que abre las puertas de una novela que transportará al lector a una historia, seguramente, muy distinta de la propia.
-Me causó mucha gracia que la comisaria se llamara Silvana Mangano que es el nombre de una actriz del neorrelismo italiano que fue muy famosa entre los 50 y los 60. ¿Por qué le pusiste ese nombre?
-Sí, ese nombre no es muy conocido, porque es de la generación que hemos visto ese cine. Ella era una bomba sexual del neorrealismo. La comisaria de la novela se llama así por diversos motivos. Cuando se me ocurrió la novela, lo estaba leyendo a Andrea Camilleri, creador del comisario Salvo Montalbano, que suena parecido a Silvana Mangano. Me di una panzada de Camilleri. Por otro lado, me parecía que la comisaria Silvana Mangano es como el otro lado de la moneda de la actriz popular, de su belleza, de una feminidad indiscutible, por lo menos en su imagen pública, popular, ya que desconozco su vida privada. Yo me llamo Patricia Suárez y tengo millones de homónimas, incluso dos escritoras más. El año pasado viajé a Colombia y me detuvo la INTERPOL.
-No te puedo creer. Eso sí es un hecho novelesco. ¿Y qué pasó?
-Mi nombre les hizo sonar una alarma. Evidentemente había una mujer con orden de captura que se llamaba Patricia Suárez. Esto de los homónimos es gracioso y con las redes lo podemos ver con mayor claridad. Ahora sé que hay alguien con orden de captura internacional que se llama Patricia Suárez. Yo tengo, además, otros nombre y otro apellido, Recchi, un derivado de la palabra oreja en italiano, que está en mi pasaporte pero a INTERPOL le sonaba Patricia Suárez, según me explicaron. Te podría pasar a vos si les suena Mónica López.
-Voy a estar prevenida entonces, porque López es más común que Suárez (risas). ¿Y qué pasó con INTERPOL?
-Estuve 40 minutos mientras averiguaban en los que me dejaron con mi celular y todo fue muy calmo, pero en ese momento te asustás.
-Me imagino. Hay escritores que planifican mucho antes de escribir y otros que se largan sin red. ¿Cuánto margen hay para jugar en una novela policial en la que, necesariamente, hay un camino para llegar a la resolución del enigma?
-Yo empecé escribiendo novelas por donde me llevaba el camino y así fue como dejé cuatro novelas sin terminar, porque me dispersaba mucho y nunca más volvía a la línea troncal de la historia. Después descubría que la maravilla para el lector es la estructura, la arquitectura de la novela, mucho más que el lenguaje. Eso viene después. Por supuesto, hay escritores que tienen un muy buen lenguaje, escritores que se deciden por un lenguaje súper popular y parece que no hubiera un trabajo con él… Yo comencé haciendo carpetas con etiquetas y algunas las dejaba en blanco. Por haber escrito mucho teatro, sé que en tal acto va a pasar tal cosa o tal otra. Generalmente divido en tres o en cuatro momento. La justiciera tiene la estructura de las novelas de Agatha Christie: hay un crimen frente al cual estamos que lo investigamos, que no lo investigamos, que lo resolvemos, que no lo resolvemos cuando nos decidimos, sucede un segundo crimen.
-Más allá del núcleo, en La justiciera son muy fuertes los personajes, no sólo Silvana Mangano, sino todos los demás, como el comisario, por ejemplo o Dorita que lee Selecciones del reader’s digest… Todos los personajes están muy delineados. ¿Eso puede tener con el hecho de que sos dramaturga?
-Sí, totalmente. Cuando escribís una obra de teatro, lo primero son las voces, el habla de cada personaje. Cuando investigás esa habla, está el personaje. Como dramaturga no sólo tenés que saber cuál es el conflicto de la obra, por ejemplo “vamos a robar un banco”, sino también los conflictos de los personajes, qué vida tiene cada uno de ellos, quiénes son para que mostrando sólo un fragmento, ese fragmento lo diga todo.
-¿Y la idea de La justiciera cómo surgió?
-Fue capricho o, más psicoanalítico, deseo. Estaba, como te conté, leyendo a Camilleri, me había casado y me había ido de viaje de bodas a Sicilia, había visto en Porto Empedocle la estatua del comisario Montalbano. Me gusta esa escritura policial que no es excesivamente realista y que te hace sufrir. A principios del año pasado yo había publicado a través de The Orlando Books otra novela policial, Cien manera de matar a Bea Suleimen, que es una joven de 30 años que muere en vísperas del año nuevo en el Riachuelo y sufrí muchísimo porque traté de hacerlo de la forma más realista posible. Luego me dije que no puedo escribir así porque me hace mal, porque me deja doblada. Entonces me propuse una novela que tuviera más ritmo, un poco de sentido común, porque la vida también es eso, una sucesión de tragedias y alegrías.
-Justamente iba a decirte que La Justiciera tiene un gran sentido del humor aun estando pegada a la averiguación de un crimen.
-Es que si no les ponés un poco de humor todas las novelas policiales tendrían que ser muy luctuosas, muy macabras, porque estás hablando de una muerte. Por más que elijas entretener al lector, el fondo es siempre un homicidio, siempre se segó la vida de una persona. Hay otras novelas que traten de un robo, de una estafa, pero comparado con la muerte ése es un mal menor. Pero cuando se trata de la muerte, si te compenetrás con lo que eso significa, creo que nadie podría escribir ni leer novelas policiales con tanto placer como el que suelen producir.
-Claro, Dorita es un personaje risible y eso actúa a modo de balance. Además, está muy enojada porque ella quería ser secretaria de Cultura y no se le dio.
-Sí, eso está inspirado en los ’90 y principios de los 2000, cuando Duhalde era gobernador y la mayoría de las secretarias de Cultura eran “la señora de” como si ese fuera su destino natural. Ella aspiraba a eso, pero su marido se murió antes de que lo pudiera lograr.
-Además, la novela también tiene otros planteos que están más allá de los crímenes en sí. Por ejemplo, Silvana Mangano es la primera comisaria de una comisaría de la mujer.
-Es que escribí la novela cuando aún Milei no era presiente y los siete meses perdió vigencia porque cayo el Ministerio de la Mujer. Es decir, no se cayó, lo tiraron.
-No perdió vigencia porque los problemas subsisten. Lo que le confía Estela a Silvana respecto de la violencia de género de la que era víctima persiste, lamentablemente.
-Sí, los problemas son los mismos.
-¿Qué sabías de la novela en el momento de sentarte a escribir?
-Tenía muy claro quién había realizado los dos crímenes desde el principio. En 2018 ya lo había anotado en cuadernito. También tenía claro que arma se había usado que hacía que no pudiera determinarse con exactitud de qué arma se trataba. La primera búsqueda fue ésa: cuál era el arma que utilizaba quien había cometido los crímenes y a quién estaba usando para llevarlos a cabo.
-En eso, creo, la novela es un tanto atípica porque lleva a preguntarse quién es el verdadero asesino, si el que planea o el que ejecuta. Además, está el tema de los crímenes anteriores que realizó esa misma persona.
-El caso de la mujer rusa que se menciona en La justiciera es real. Rusia era un país con mucha violencia doméstica antes de la Revolución y supongo que ahora también porque eso está en la raíz de los países. Entonces, algunas mujeres le pagaban a determinada asesina para que ejecutara a sus maridos. En realidad, los envenenaba porque, en general, las mujeres envenenamos.
-La persona asesina provoca hasta cierta ternura cuando es descubierta. Podría tomarse como indicio que el comisario no la quería pero lo pensé después, al llegar al final.
-Además, somos argentinos y estamos predestinados a ver en la policía el causal del crimen. Es el famoso decálogo de Carlos Gamerro que dice que al leer un policial argentino de quien primero desconfías es de la policía. Por eso, nunca un investigador puede ser un policía.
-¿Qué hay en el género policial que te tienta a la escritura?
-Paradójicamente, es un género del que sólo he leído los clásicos, porque me molesta que el crimen siempre sea descubierto y que se haga justicia, que se considere que no existe el crimen perfecto. No sé quién inventó ese apotegma, porque los crímenes perfectos ocurren todo el tiempo. Por eso, en Cien maneras de matar a Bea Suleiman escribí sobre un crimen perfecto en el que sólo el lector conoce al homicida. Entonces la Justicia no tiene el peso que uno querría como ciudadano. Eso me gustó mucho.
-Vos sostenés que existe el crimen perfecto y los crímenes de La justiciera podrían haber sido perfectos de no mediar un hecho fortuito. Posiblemente, la línea de investigación no hubiera llevado a ninguna parte, porque no existía una forma de conectar los dos crímenes.
-Sí. Las historias policiales se reparten entre el fragor científico norteamericano de encontrar un pelo que permaneció durante 20 años sobre una roca y que gracias al análisis de ADN, se descubre que… Una cosa híper científica y el otro tipo de historias en que la revelación es como una epifanía, se produce por azar. Pienso en el petiso orejudo, por ejemplo, que fue al velatorio de uno de los niños que había matado y eso es lo que se vuelve sospechoso. Creo que la mayoría de los crímenes se descubren por azar. No sé si la palabra adecuada es serendipia, pero tiene que ver con esto. Si no tendríamos que creer totalmente en la ciencia y yo creo que la ciencia es una mala religión. Está demostrado que si sos psicópata el detector de mentiras no funciona bien. La ciencia no es infalible.
“Como la Highsmith, Patrica Suárez hace de todo. Y lo hace de maravillas. Si esta novela (de género) policial merece ser leída, no es por su trama compleja (a la que no le faltan asesinatos, envenenamiento y una acertada referencia histórica) sino por la presencia rutilante de la literatura: un tono narrativo preciso y el memorable personaje, entre otros, de la comisaria Silvana Mangano, titular de la Comisaría de la Mujer en Carmen de Patagones, en el que el último caso hasta el momento ha sido bajar un gato de un árbol. Pero el caso se espesa cuando Celestino Villegas, un peón de campo y domador de caballos aparece asesinado con un tiro en medio de la frente. Señoras y señores, empieza la función.”
Fragmento de prólogo de María Inés Krimer a La justiciera.
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