El exceso de pantallas en niños y los retrasos en el lenguaje las vuelven esenciales. Sin embargo, la profesión es poco conocida y mal paga. Se reciben seis veces menos que hace 30 años.
El crecimiento de las consultas se da sobre todo en menores de 2 a 3 años. Desde el sector aseguran que el aislamiento los encontró en un período primordial para el desarrollo social, emocional, cognitivo y del lenguaje, aspectos del crecimiento que aún no pudieron completarse: requieren de la interrelación del menor con el mundo, con sus pares y con los adultos que lo rodean. “Se suponía que esto estaba compensado por un mayor contacto con los padres pero como (la pandemia) irrumpió abruptamente en la vida de las familias, complejizó también la posibilidad de interactuar naturalmente dado que los adultos estaban intentando mantener un orden en el hogar compatibilizando la vida familiar con el teletrabajo”, explica a Tiempo la licenciada en Fonoaudiología Inés Olloquiegui, presidenta de la Federación Argentina de Colegios y Asociaciones de Fonoaudiólogos (FACAF) y miembro del Consejo Directivo de Colegio de Fonoaudiólogos de Entre Ríos (COFER). El tiempo on line de los más pequeños frente a diferentes dispositivos electrónicos de conexión a Internet se incrementó notablemente durante el confinamiento sanitario. Situación que produjo varios retrocesos en el proceso del habla y la comunicación.
“A los chicos había que entretenerlos, por lo que aumentó el tiempo en que estuvieron conectados a la pantalla del teléfono, la tablet o el televisor con el consiguiente empobrecimiento de las oportunidades de comunicarse y de aprender a hablar hablando”, cuenta Olloquiegui. “El acceso excesivo a la tecnología es hipoestimulante para el desarrollo social, emocional, cognitivo y del lenguaje y ha sido responsabilizado del entretener, aislando a los niños de sus familias y de su entorno, acrecentando la depresión e incluso contribuyendo a la obesidad”, agregó.
La voz y la dificultad para mover los alimentos de la boca al estómago, proceso conocido como disfagia, son dos temas usuales de consulta. Pero las pantallas constituyen hoy uno de los principales focos a atender, potenciando problemas en el lenguaje, en el habla y en la audición. Las maestras muchas veces no saben adónde derivar al niño. En gran cantidad de colegios ni siquiera hay fonoaudiólogas que integren gabinetes interdisciplinarios. Y las prepagas y obras sociales pagan la mitad que una consulta particular, y en muchos casos a dos meses.
Al incremento en la demanda de atención en niñas y niños, se suma un problema estructural de quienes deben atenderla: la carencia de profesionales. Los pacientes se ven obligados a retrasar el inicio de sus tratamientos porque no hay fonoaudiólogas (más del 95% son mujeres) disponibles, o porque no reciben el tratamiento adecuado a sus necesidades por escasez de especialistas en diferentes áreas. “Faltan colegas en todo el país, en algunas provincias más que en otras y las que nos dedicamos al área del lenguaje infantil vemos que nuestros pacientes peregrinan buscando atención y no consiguen. Es una situación muy grave porque para desarrollar el lenguaje hay un tiempo en la vida, no es que el chico puede adquirirlo a los dos años de edad igual que a los diez”, advierte Verónica Maggio, integrante del servicio de Fonoaudiología del Hospital Universitario Austral. La falta de especialistas afecta seriamente la comunicación y el proceso del habla en aquellos menores que se ven imposibilitados de desarrollar esas capacidades sin ayuda profesional. Maggio afirma que hay casos en que las familias tienen que esperar alrededor de un año o dos para empezar el tratamiento de sus hijas o hijos, «y en algunos casos tienen más tiempo de demora, esto perjudica la etapa más rica de la vida de los chicos. Además, la falta de profesionales sobreexige el trabajo de las fonoaudiólogas que ejercemos la profesión. Yo atiendo pacientes desde las 8 de la mañana hasta pasadas las 17, ininterrumpidamente, todos los días”.
La carencia de fonoaudiólogos se fue profundizando con los años y las cifras son alarmantes. “Hace poco más de tres décadas en la Universidad de Buenos Aires egresaban por año alrededor de 300 estudiantes de fonoaudiología, hoy la cifra bajó a 50, y esta misma situación se repite en universidades privadas donde la matrícula de alumnos y alumnas es muchísimo menor», acota Maggio. Y apora otro dato: hace 30 años la cantidad de residentes era de 500 aspirantes para cubrir 7 u 8 lugares; hoy en día hay 16 lugares disponibles «y algunos quedan vacantes». «
CAMPAÑA
“+Fonos, +Salud” se llama la iniciativa de asociaciones y universidades para incentivar los estudios en esta carrera y sumar más inscriptos. Sostienen que el Estado debe promover el incremento de la matrícula: «es un problema nacional ya que la demanda es altísima, la carencia de profesionales es cada vez más profunda y la consecuencia se ve reflejada en la salud de todos los pacientes”.
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