“Es el primer centímetro de nuestro futuro, dice Andrés Neuman refiriéndose a la nariz en Anatomía sensible. Está a punto de cruzar una meta que se desplaza a la misma velocidad: he ahí su tragedia y también su esperanza. Vanguardia exenta, la nariz se adelanta a su tiempo”. Sin embargo, esta vez, por obra y gracia de la informática, la nariz pegará la vuelta y entrará un centímetro antes en el pasado que el resto de nuestro cuerpo.

En efecto, el 18 de este mes se anunció una iniciativa de carácter internacional que con el nombre de Odeuropa busca, a través de un grupo multidisciplinario conformado por científicos, historiadores, expertos en inteligencia artificial, perfumistas, lingüistas y museólogos, reproducir los olores de Europa desde el siglo XVI en adelante y exponerlos en museos en 2021. «Queremos enseñar a la computadora a ver un olor», le dijo Peter Bell a la agencia AFP. Y agregó: nuestro objetivo es desarrollar una nariz informática”.

El ambicioso proyecto tiene como objetivo capturar desde el “hedor de las primeras industrias hasta los olores perdidos de los perfumes utilizados para combatir ciertas enfermedades”.  Todo esto fue se hará a partir de la inteligencia artificial que permitirá buscar en obras de arte y en los libros los aromas que flotaron en el continente europeo.

No se puede asegurar que el proyecto sea el resultado de que la pandemia señaló la importancia del olfato al privar a muchos de los contagiados de este sentido, pero lo cierto es que, tal como lo señalan sus integrantes, el «el covid-19 ha ilustrado los efectos profundamente negativos que la pérdida del olfato, síntoma y efecto secundario de la enfermedad, puede tener en nuestro bienestar mental y físico» y ha puesto de manifiesto “la fragilidad de nuestro entorno sensorial y la necesidad de preservar los olores que tienen significado para las comunidades.”

Además de sus méritos literarios, la importancia del olfato sirve para entender por qué una obra como El perfume de Patrick Süskind se convirtió en un best seller internacional. Es que quizá, ningún otro sentido nos conecta con nuestro pasado afectivo como el sentido del olfato.

En la Argentina, el periodista científico Federico Kukso, publicó en 2019 un libro apasionante que se interna en la historia cultural del olor, Odorama (Taurus). A su amplia formación como periodista científico especializado en historia de la ciencia en la Universidad de Harvard, y en periodismo y ciencia en el MIT, se suman una escritura que atrapa al lector y un amplio conocimiento de otras áreas como la literatura y la filosofía  que convierten lo que podría ser un tema árido en una materia más apasionante que el mejor libro de aventuras.

En Odorama recorre pasado, presente y futuro del olor y se hace preguntas tales como cómo olían los dinosaurios, qué aromas gobernaban el antiguo Egipto, qué olieron los astronautas que caminaron por primera vez sobre la Luna y a qué huelen una estrella, una galaxia, un agujero negro.

 Después de leerlo se comprende muy bien las razones que han llevado a un grupo de científicos de distintos países a indagar en los olores del pasado y a intentar capturarlos. Los olores forman parte la historia, de la memoria no solo individual, sino también de la memoria colectiva de los pueblos. El historiador de la medicina Roy Porter citado por Kukso en Odorama dice al respecto: “¿Cuántos historiadores nos han dado algún indicio sobre los olores de las sociedades antiguas? Los investigadores han estado muy callados sobre el hedor del pasado, repelidos, al parecer, por la sensibilidad higiénica moderna del presente.”

Aún más tajante, Kukso dice al principio de su libro que los historiadores se han empeñado en eyectar de sus relatos tanto al mundo de los olores como a mujeres como Tapputi, quien dejó en tablillas de arcilla su nombre y una receta donde reunió años de conocimientos, investigaciones y fracasos para elaborar un ungüento fragante para el rey de Babilonia a partir de la destilación de rosas, bálsamo, cálamo, ciprés y mirra. Tapputi fue la primera perfumista y científica conocida de la historia humana. El autor coincide con Alan Pauls en que el pasado ha sido injustamente desodorizado. Leer esta historia en palabras de Kukso constituye toda una revelación. “A los olores –dice- se los silencia, se los ignora. Y en ciertos casos, se lo desprecia y hunde en el abismo de la vergüenza. Aromas, perfumes, fragancias, esencias, hedores, hediondeces, tufos, fetideces, pestilencias, emanaciones, efluvios, vahos y demás declinaciones que componen aquello que englobamos bajo el paraguas de la palabra ´olor´ forman un cosmos oculto, la dimensión invisible e invisibilizada de la realidad pese a que desde tiempos inmemoriales se ha buscado comunicarse con lo sagrado y aplacar la ira de los dioses a través de la quema de resinas fragantes en todas las religiones del mundo. El comercio de sustancias aromáticas ha erigido y ha hecho colapsar imperios. Su búsqueda infatigable impulsó viajes homéricos y el descubrimiento de continentes y territorios desconocidos. Mucho antes que Internet, aromas exóticos conectaron y, como embajadores de lugares remotos, comunicaron a culturas lejanas. Prejuicios olfativos han encendido revoluciones políticas y culturales así como conflictos diplomáticos, raciales y epidemias.”

En efecto, el autor señala cómo el olor fue tomado por ciertos grupos o clases dominantes como un índice de inferioridad para justificar la discriminación, lo que hace aún más evidente y condenable su expulsión de la Historia.

“Mientras los ingleses se ocupaban por distinguir las clases sociales según su olor –cuenta Kukso- (los sectores populares eran llamados con desprecio The Great Unwashed, (“los que no se bañan”), los estadounidenses marcaron claras distinciones en sus relaciones raciales: ya en el siglo XVIII estaba bien difundida entre las colonias británicas la creencia de que los cuerpos negros olían de formas diferentes y eran inferiores a los cuerpos blancos. Thomas Jefferson, en sus Notas sobre el Estado de Virginia (1787), escribió que la naturaleza había hecho ´distinciones reales´ entre blancos y negros, que eran ´físicas y morales´. Además de las diferencias en el tono de la piel, Jefferson creía que los cuerpos negros sudaban más y por lo tanto ´tenían un olor muy fuerte y desagradable´. Esta supuesta repugnancia no impidió que terratenientes blancos emplearan a esclavos negros como sirvientes en los entornos más íntimos.”

Kukso nos recuerda a los lectores que vivimos en un mundo de materia, un mundo de química, un mundo hecho de moléculas y sabemos muy poco de él. “Abordarlo desde la perspectiva de los olores no alienta comprenderlo un poco más, misterio tras misterio.”

El primer olor nació con el Big Bang y se fue multiplicando: las momias perfumadas de Egipto, las togas de la realeza romana que olían a los moluscos con que eran teñidas de color púrpura, los tintoreros y curtidores romanos que eran estigmatizados por su olor, el olor de las personas apiñadas en las casas, el de las especias que podían utilizar las clases adineradas, la fragancias de las palomas que eran salpicadas con agua de rosas durante las Saturnales para que perfumaran el aire, el hedor de las letrinas públicas, el olor de la carne quemada en época de plagas, el olor de los santos, el aroma de las especias, la pimienta y la seda, el perfume de las primeras esencias sintéticas del siglo XIX, la fetidez de la cárcel, el desagradable olor de la muerte… La Historia también puede pensarse como un gran catálogo olfativo.

Restaurar los olores del pasado, según lo señala Porter y queda claro a través de cada capítulo de Odorama, es una deuda pendiente de la Historia. El proyecto Odoeuropa puede ser un buen punto de partida para comenzar a saldarla, para hacer que la Historia deje de ser un relato desodorizado.  Reconstruir lo evanescente parece ser uno de los grandes desafíos de la inteligencia artificial.