El ataque del Gobierno de Javier Milei a la cultura es parte de un plan destructivo orquestado desde la cima del poder político y económico. Es hora de decir ¡basta!
Irrumpieron en las universidades, bibliotecas y librerías para promover y ejecutar una “purga” que consistía en retirar libros y quemarlos en hogueras públicas. Perseguían no sólo para “purificar la sangre” sino también la cultura alemana.
La quema de libros en la Plaza de la Opera en Berlín fue un acto emblemático transmitido a los hogares alemanes a través de la radio. “¡Contra la decadencia y la corrupción moral!” gritaban los nazis mientras arrojaban al fuego los libros convirtiendo de allí en más la vida social en una escena macabra y siniestra.
«Allí donde se queman libros se termina también quemando personas», había predicho Heinrich Heine. El poeta, de origen judío, era uno de los tantos autores que los nazis querían hacer desaparecer de las bibliotecas. La frase de Heine, muerto en 1856 en su exilio parisino, resultó profética. Solo algunos años más tarde, comenzaría el genocidio contra todo tipo de minorías y personas consideradas indeseables, entre ellos seis millones de judíos, en lo que es conocido ahora como el holocausto.
Mi última película documental de puro archivo y financiado en parte por el INCAA cuyo título es Quémenlos se estrenará formalmente en el 55º aniversario del Cordobazo. Asocia esas mismas ideas de la quema de símbolos, de textos, de imágenes, de personas “indeseables” pero en una realidad diferente, en un tiempo de grandes luchas sociales pero las sitúa en nuestro país. El film se concentra en Córdoba, Argentina, y reconstruye aquel proceso de resistencia popular que va desde el asesinato del joven obrero y estudiante Santiago Pampillón (que en 1966 defendía el Comedor Estudiantil de la Universidad Nacional de Córdoba tal como lo habían hecho otros estudiantes en las ciudades de Corrientes o Rosario).
Esos hechos dramáticos ocurrieron tras los intentos del General Onganía de cercenar la vida estudiantil ya que por entonces se politizaba la juventud buscando propiciar el regreso del exilio forzoso del General Juan Domingo Perón al país, como también defender la autonomía universitaria y las conquistas sociales obtenidas por la clase obrera. No es casualidad que los protagonistas de aquellas gestas gloriosas fuera la primer clase obrera industrial cordobesa que en su mayoría estaba compuesta por jóvenes que ingresaban a la vida laboral gracias a las políticas públicas del peronismo.
Entre esas conquistas sociales estaba el acceso de la clase obrera a la posibilidad de estudiar en la universidad. Con ello los laburantes buscaban garantizar sus derechos o el ascenso social en términos económicos o educativos. Antes de las políticas de Estado del gobierno de Perón el acceso de las clases populares a la universidad era sólo un sueño de los Reformistas revolucionarios del 18.
Aquella Córdoba dictatorial con su anticipo fascista de 1974, donde un golpe policial (llamado popularmente “botonazo”) expresó con violencia brutal lo que se avecinaba contra la militancia revolucionaria cordobesa, fue la primera muestra de las políticas que se implementarían posteriormente a nivel nacional tal como ya lo habían hecho en toda Latinoamérica. Atrás de las violaciones aberrantes a los derechos humanos, la soberanía y la libre autodeterminación de los pueblos estaban las políticas criminales del Pentágono y la Escuela de las Américas donde EEUU formaba la casta militar nativa para llevar adelante un nuevo genocidio en el llamado Plan Cóndor.
Las víctimas de aquellas brutales cacerías de brujas impulsadas por las dictaduras cívico militares fueron esencialmente quienes se atrevieron a desafiar al poder. Perseguidos, presos, exiliados, torturados, asesinados fueron los trabajadores, las y los estudiantes, los curas tercermundistas, los intelectuales comprometidxs, los cientos de niños apropiados en las maternidades clandestinas de los campos de concentración. Dirigentes sindicales y férreos opositores políticos como Atilio López, Agustín Tosco, Elpidio Torres, Raimundo Ongaro y millares de compatriotas fueron quienes sufrieron en carne propia la brutalidad y el salvajismo de un plan macabro que se inició con amenazas y quema de libros, tal como en la Alemania nazi del 33.
Hoy en la Argentina vemos nuevamente como una banda de cipayos llevan adelante un plan destructivo del país orquestado desde la cima del poder político y económico. Tienen también el respaldo de ciertas potencias extranjeras que lucran con la guerra en todo el mundo. Esta banda de aprovechadores no tardará en intentar acallar con represión las voces de repudio de los opositores políticos y sociales que surgirán a lo ancho y largo del territorio nacional. Así ya lo están haciendo con los desocupados y sus organizaciones sociales, con los trabajadores de la cultura, los docentes y estudiantes, con los empleados del Estado.
Militarizarán las calles, venderán los bienes del país a precio vil, rematarán las empresas fundamentales para el desarrollo nacional, aniquilarán todo vestigio de políticas públicas de corte productivo e intentarán comprar las voluntades de lo que queda aún en pie y con dignidad en los espacios políticos tradicionales, los cuerpos legislativos y el poder judicial. La receta represiva que aplicarán es la misma pero la respuesta popular no tardará en llegar, así lo demuestra siempre la historia. Organizarse para resistir estas políticas destructivas es algo que enseñaron los dirigentes desde el confín de los tiempos a nuestras generaciones precedentes. No podrán cerrar todos los cines, quemar los libros y películas, censurar las obras de teatro, acallar a los músicos, impedir que los artistas pinten las paredes, destruir nuestros sindicatos y organizaciones culturales. Tampoco lograrán silenciar la voz de los sin voz porque se expresan en las radios, en las esquinas, en las plazas. Verán con estupor “gorila” como pronto volverán a cantar en las calles, a marchar aguerridos y felices los trabajadores de todas las ramas de la producción, no podrán creer cómo se vuelven a colmar las plazas de todo el país con los sindicatos. Lo saben, el Pueblo siempre Vuelve. Pero el Pueblo también lo sabe y para ello se prepara. Pronto veremos como un Pueblo harto de las injusticias cotidianas se pone de pie y dice ¡Basta! tal como profetizaba nuestro artista y referente histórico, el compañero Ricardo Carpani, en los murales de la CGT en 1962.
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