Se juzgan a 16 represores por los crímenes de lesa humanidad cometidos contra casi 500 personas, alojadas en tres ex centros de cautiverio.
La primera en declarar fue la sobreviviente Graciela Gribo, quien fue secuestrada el 21 de diciembre de 1977, cuando tenía 20 años. Estuvo en la Brigada de San Justo y en el Pozo de Banfield. Dio detalles de cómo fue el momento en el que la detuvieron y precisó que antes habían sido secuestrados sus padres (Catalina y Haraiambo) y su hermano (Jorge), quienes fueron liberados al momento en que dieron con ella.
“Se presentaron como del Ejército argentino y me llevaron detenida”, explicó. “Fui sometida a tormentos con picana eléctrica, a golpes. Querían saber cuáles eran mis actividades“, contó la mujer. Días después, dejaron de torturarla y la pusieron con los demás detenidos.
Tiempo después, fue trasladada al Pozo de Banfield. “No tuve ni idea de dónde estuve durante todo el tiempo que estuve en ese lugar”, advirtió. Estuvo hasta mayo en este centro clandestino de detención y exterminio, hasta que fue trasladada a la subcomisaría de Haedo y comenzó el proceso de legalización. A fines de 1981 le dieron la libertad vigilada por siete meses.
Al ser consultada por lo que vino después del secuestro, explicó: “El miedo es algo que te queda instalado porque fuimos sometidos a hechos que nos conectaron con lo más terrible de la monstruosidad que es haber sido tocados por el terror, encima impartido por el Estado. Hay secuelas, que uno puede trabajar y controlarlas”. “Estos espacios nos dan la fuerza para poder seguir viviendo y porque son la voz de todos aquellos que hoy no pueden estar. Se los llevaron con vida y siempre vamos a reclamar que los devuelvan con vida. Estos espacios nos dan la posibilidad de ese siempre”, apuntó.
El segundo testimonio fue el del sobreviviente Néstor Zurita, secuestrado el 22 de febrero de 1978 en Flores. Fue trasladado al Banco, donde estuvo hasta agosto de 1978, cuando fue trasladado al Olimpo. En enero de 1979 llegó al Pozo de Quilmes.
Verónica Natalia Martínez Severo fue la tercera testigo. Es hija de uruguayos desaparecidos, Jorge Martínez y Marta Beatriz Severo Barreto. Sus padres fueron secuestrados el 20 de abril de 1978 en Claypole y a ella la dejaron en la casa de una mujer. Tenía 35 días de vida.
Su abuela lo buscó, al no tener noticias de la familia, y comenzó a visitarla para luego hacer el reclamo correspondiente. “Después de tres meses pude estar con mi abuela, me crié con ella y hace 13 años que falleció”, precisó. Describió “por momentos feliz” su crianza y precisó que siempre le dijeron la verdad sobre lo que pasó pero que le pedían que “no participe” o “no hable”.
Además de sus padres fueron secuestrados sus tíos Ari, Carlos y su esposa. “La destrucción fue del momento cero y así quedamos. Fue una destrucción total a nivel familia“, reflexionó.
El siguiente testimonio que se escuchó es el de Norberto Liwsky, el médico que fue secuestrado el 5 de abril de 1978. “Un grupo civil armado me redujo, me dispararon dos tiros sin que hubiera una situación que lo pudiera justificar”, contó ante el Tribunal. Compartió cautiverio con cuatro detenidos en el Pozo de Banfield.
Precisó que todos comentaron sobre torturas “físicas y psicológicas” y “sobre torturas sobre otros”. “Habían tenido conocimiento de mujeres en embarazadas en cautiverio, en otros casos dando a luz en cautiverio y en otro, reclamando por sus hijos”, dijo en alusión a sus compañeros de celda Rafael Chamorro y el chileno González. Se refirió puntualmente al caso de Paula Logares, la primera nieta restituida a partir de un examen genético, quien declaró en la audiencia del 5 de julio pasado.
El último testigo fue Osvaldo Luis Abollo, sobreviviente al genocidio. Fue secuestrado el 7 de diciembre de 1976 en la casa familiar, de Burzaco, donde vivía con sus padres y su hermano menor. Era militante de Montoneros. “Me vendaron los ojos con un repasador, me metieron en un vehículo y de ahí me llevaron hasta Puente 12, donde estuve alojado durante 14 días y me torturaron con picana eléctrica, asfixia, golpes, simulacro de fusilamiento, etc. Luego de esos 14 días me trasladan a lo que es el Pozo de Quilmes, en donde permanezco hasta el 14 de abril de 1977, día en que soy trasladado a la Unidad 9 de La Plata”, relató.
“Por lo general, se comía una vez por día. Estábamos encerrados, solamente salíamos para comer. Los sábados y domingos no se comía. Las necesidades se hacían en un tarrito, que había que sacar cuando se salía a comer”, explicó ante la consulta sobre las condiciones de detención. Luego, fue trasladado a la cárcel. Mencionó muertes en los calabozos por castigos, fusilamientos y secuestros de familiares que iban a las visitas.
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