Desde el humor hasta la igualdad de la minoría negra en Estados Unidos, pasando por la nostalgia de la estirpe inglesa, las series sobre espía fueron estrellas durante La Guerra Fría.
Para los entrados en años resulta una redundancia, pero si las nuevas generaciones quieren saber en clave de humor cómo era el mundo allá por los años 60, acaso nada mejor que la serie creada por Mel Brooks y Buck Henry. Cuando el mundo estaba bien polarizado en dos -y no como ahora, que está polarizado en múltiples sectores y siempre cambiantes-, él (Maxwell Smart y La 99 ganaban todas las batallas de la manera más absurda. Y si se mira desde ahí, entonces los jóvenes pueden encontrar dos puntas interesantes: una, que toda la parafernalia tecnológica y la ingeniería detectivesca fue nada frente al azar, que para sortearse con éxito depende es mejor el instinto que otro tipo de cualidades; la otra, su anticipación en cuanto a la sagacidad femenina sobre la masculina, y no porque biológicamente hubiera una diferencia: precisamente se trataba de mostrar que la supuesta superioridad masculina respondía sólo a un orden social impuesto. Si ese acercamiento funciona, hay para divertirse un buen.
El agente de CIPOL
Otra producto -que eran dos pese al título en singular- de la Guerra Fría, aunque de una fantasía tranquilizadora: rusos y yanquis no eran lo mismo, según rezaba un cántico callejero, sino que la cosa se dividía entre el bien y el mal; y ambos habitaban en cualquier lugar del planeta. Así que perfectamente podía haber una organización de tipo supranacional que se encargara de desbaratar a todo grupejo interesado en desatar, a través de la provocación a las superpotencias, una tercera guerra mundial, el gran miedo de aquellos años. No por casualidad para armar la estructura del guión estuvo Ian Fleming, el creador de James Bond (personaje que por esos tiempos se ocupaba de lo mismo, como para no molestar al gigante comunista). De eso se ocupaban los agentes Napoleón Solo (estadounidense) e Illya Kuryakin (no casualmente georgiano, la misma nación de Stalin, que en ese momento formaba parte de Unión Soviética), de vencer a los agentes del mal. Morocho y rubio para atraer a la platea femenina, muy seguidora de la serie en busca de sueños y argumentos que los sostuvieran.
Los Vengadores
Un estilo insuperable para la siempre pretendida -y pretenciosa- alcurnia inglesa. Como una estela de lo que los mismos ingleses sentían que había sido su aristocracia, en especial la de su período victoriano, Los Vengadores venían a mostrarle al mundo que ellos eran los verdaderos inventores de la política imperial que regía al mundo durante esos años. La serie empezó con el Dr. David Keel y su asistente John Steed (algo inspirado en Sherlock Holmes), pero ganó glamour cuando sus asistentes pasaron a ser femeninas. Pero no cualquier mujer, sino la nueva: de inteligencia y despliegue físico similar al del hombre. Cathy Gale (Honor Blackman), Emma Peel (Diana Rigg) y más tarde Tara King (Linda Thorson) fueron sus asistentes más famosas. Y las que en verdad le dieron sus toque de distinción.
Jim West
The Wild Wild West, según su nombre original, contaba las aventuras de dos agentes del servicio secreto que se movilizan en un ferrocarril: James T. West (Robert Conrad) y Artemus Gordon (Ross Martin) situados en el viejo oeste durante la administración del presidente Ulysses S. Grant, comandante general del Ejército de Estados Unidos al final de la Guerra de Secesión (1864 y 1865) y presidente número 18 de ese mismo país (1869-1877). No estaba dedicada a la Guerra Fría, sino a desbaratar las confabulaciones de los enemigos internos de Estados Unidos, en especial los que no querían lanzar al país hacia la modernización y la grandeza que varios de sus líderes soñaban.
Yo soy espía
Inscripta en el tiempo de la lucha por derechos civiles de los negros en Estados Unidos, la serie cuenta con dos protagonistas centrales, un blanco y un negro, para desde la televisión generar una cultura audiovisual de tolerancia entre las etnias. Aquí los negros pasan a estar a la par de los blancos: pueden acceder a su lujo, su dinero, sus aventuras, sus mujeres, su inteligencia. Una especie de los negros también pueden hacerlo. Claro que entretenía, pero también respondía más a una necesidad de la política interna norteamericana que a una necesidad artística. De hecho de esta selección de cinco series es de las menos populares y de las que empezó con buenos bríos y cayó sin pausa. Pero no deja de ser un buen recuerdo de series de superagentes.
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