Una coalición liderada por EE UU lanzó un bombardeo un día antes de la llegada de los expertos que deben determinar si se produjo un ataque con armas químicas y quién lo provocó. La publicitada participación de Gran Bretaña y Francia en la agresión realizada por fuera de la ONU ubica de nuevo a los ex imperios coloniales en los territorios de Medio Oriente.
El viernes por la noche el presidente estadounidense justificó su decisión de atacar el territorio sirio aclarando, empero, que «los EE UU no buscan una presencia permanente en Siria», y limitando eventuales expectativas: «Los Estados Unidos serán un aliado y amigo, pero el destino de la región está en las manos de sus propios pueblos». Y el sábado usó su cuenta de Twitter para declarar: «No podía haber tenido un mejor resultado. ¡Misión cumplida!», usando las mismas palabras elegidas en 2003 por George W. Bush, tras la invasión a Irak.
Por el contrario, el sábado la primera ministra británica Theresa May se amparó en la ley humanitaria para fundamentar los bombardeos.
Por su parte, el presidente ruso Vladimir Putin declaró que «la escalada actual tiene un impacto devastador en todo el sistema de relaciones internacionales. La historia ya ha depositado en Washington una pesada responsabilidad por las masacres de Yugoslavia, Irak y Libia».
En la mañana del sábado se reunió el Consejo de Seguridad de la ONU, pero con ocho votos y cuatro abstenciones rechazó la moción condenatoria presentada por Rusia y apoyada por China y Bolivia. El borrador de la resolución consideraba que el ataque representa una violación del derecho internacional y de la Carta de Naciones Unidas, y pedía a las tres naciones que eviten en el futuro el uso de la fuerza contra el gobierno de Bashar al-Assad. A cambio, la representante de EE UU, Nikki Haley, lanzó una agresiva advertencia: «Estamos preparados para mantener la presión si el régimen sirio es tan estúpido como para poner a prueba nuestra voluntad». Y fue aún más lejos al advertir que «si el régimen sirio usa gases venenosos nuevamente, EE UU está cargado y engatillado».
Según el gobierno sirio, en tanto, con el bombardeo se buscó impedir el trabajo de los expertos de la Organización Internacional para la Prohibición de las Armas Químicas (OPAQ) que, a pesar del riesgo, ayer comenzaron sus investigaciones en Duma para determinar si el 7 de abril efectivamente se usó gas clorín en un ataque contra civiles y quién lo utilizó. Ya el viernes, el ministro de Relaciones Exteriores de Rusia, Serguéi Lavrov, se había mostrado convencido de que el ataque fue «una nueva puesta en escena» y el vocero de las fuerzas armadas rusas, Igor Konachenkov, fue aun más lejos y denunció directamente al Reino Unido como autor del mismo.
En tanto, el presidente de Siria Bashar al-Assad pidió el sábado «que las potencias occidentales que apoyan al terrorismo reconozcan que han perdido el control (sobre la situación en Siria)».
De acuerdo al jefe de operaciones conjuntas en el estado mayor ruso, Serguéi Rudskói, 103 cohetes fueron lanzados hacia el país árabe, pero «71 de ellos fueron interceptados». «Ningún proyectil entró en la zona de responsabilidad de Rusia», indicó el militar en rueda de prensa en Moscú, por lo que «nuestros sistemas antiaéreos no fueron utilizados».
En el ataque participaron buques y aviones norteamericanos junto con las fuerzas aéreas británicas y francesas. Fueron afectados un objetivo en Damasco y dos en la provincia central de Homs. Según el jefe ruso, fueron bombardeados depósitos abandonados hace tiempo y algunos de esos puntos resultaron parcialmente destruidos, pero «no había personas ni equipo en ellos», aseguró. «La OPAQ ya constató que no hay instalaciones de producción de armas químicas en Siria», acotó Rudskói. Si las hubiera habido, los gobiernos occidentales habrían incurrido en complicidad por no haberlas denunciado antes.
En la acción se dispararon el doble de proyectiles de los que se usaron en una similar hace un año y se atacaron tres objetivos en lugar de uno, pero Trump se preocupó por no afectar unidades rusas o iraníes.
A falta de evidencias objetivas, todo indicaría que el sábado 7 en Guta hubo un atentado «de falsa bandera» para opacar el triunfo del ejército sirio y justificar una intervención occidental, arrastrar a Irán a un conflicto frontal y contener a Rusia y Turquía. No casualmente el supuesto ataque con armas químicas se produjo poco antes de que el Ejército del Islam terminara de evacuar la ciudad con un salvoconducto ruso. Trump trató de limitar la acción para mantener el diálogo con Putin, pero ahora el líder ruso está compelido a responder. No es de extrañar, entonces, que se intensifiquen los ataques gubernamentales contra los islamistas en la norteña provincia de Idlib, que avance la liberación de los territorios al este del Éufrates bajo ocupación norteamericana y que Hezbolá tenga vía libre para responder a las provocaciones israelíes. Barack Obama quería imponer el imperio universal de EE UU y fracasó. Donald Trump, por el contrario, es un nacionalista realista que quiere salvar lo que queda del imperio, pero quedó igualmente entrampado en Siria. Si retrocede ante Rusia, pierde. Si avanza, se enfrasca en una interminable guerra regional a lo George Bush. Este sábado ya cometió el peor de sus errores al dar patente de guerra a los viejos imperios coloniales. Gran Bretaña y Francia sólo pueden arrastrar a EE UU a horrendas aventuras sin responsabilidad ni capacidad para afrontar las consecuencias. La debilidad del presidente norteamericano agrava el desorden mundial.
Preocupación del Papa
El Papa Francisco se mostró «preocupado por Siria», en una conversación que tuvo ayer con el patriarca ortodoxo de Moscú, Cirilo, en la que ambos religiosos hablaron de «frenar la guerra» en el país asiático.
«Tuvimos una conversación con el Papa Francisco en la que compartimos las mismas preocupaciones por la situación en Siria», aseguró Cirilo en diálogo con la agencia rusa Tass. Luego el vocero papal Greg Burke confirmó la llamada.
«Fue un diálogo significativo por la paz. Hablamos también de cómo los cristianos deberían influenciar el curso de los eventos con el fin de hacer cesar la violencia, frenar la guerra, evitando todavía más víctimas», reveló el líder de la más grande de las Iglesias ortodoxas del mundo.
«Lo hicimos porque los cristianos no pueden estar a un lado, limitándose sólo a mirar lo que está pasando en Siria», aseguró el principal líder religioso de Rusia y aliado de Vladimir Putin.
Francisco y Cirilo se encontraron en febrero de 2016 en Cuba, en una reunión que marcó el fin a casi 1000 años de distanciamiento entre la Iglesia católica y la principal Iglesia de Rusia.
Con Kiril al frente, el Patriarcado de Moscú y toda Rusia suman unos 120 de los 200 millones de creyentes ortodoxos. «
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