La sustentabilidad del «choque de modelos»

Por: Julio Burdman

La pregunta es si la coalición del 56% que llevó a Milei a la presidencia es la mejor para su proyecto. El problema del modelo regulador kirchnerista es que no está consensuado en toda la Argentina.

Javier Milei está llevando adelante un cambio de régimen económico. El mayor desde 2002. Ese año, tras la ruptura traumática del modelo de convertibilidad y precios libres que instauró Carlos Menem en los noventa, y que Fernando De la Rúa no pudo sostener, primero Eduardo Duhalde y luego Néstor Kirchner edificaron uno nuevo sobre las cenizas del anterior.

La base de ese modelo, que identificamos con la era del kirchnerismo, y que Mauricio Macri quiso pero no se animó a cambiar, es un Estado regulador que interviene sobre una gran cantidad de precios de la canasta popular, con el objetivo de garantizar -y, en cierta forma, promover- el consumo de las mayorías. El Estado regulador kirchnerista administra los precios a través de diferentes mecanismos: subsidios directos e indirectos, controles, una intervención fuerte del comercio exterior y el mercado cambiario, e inclusive acuerdos que fijaban precios de referencia, como los famosos «precios cuidados», ahora en vías de desaparición.

Inicialmente, el Estado regulador del kirchnerismo persiguió el objetivo de compensar a los perdedores del colapso de 2001. Las regulaciones de precios lideradas por el Estado, en tiempos de Duhalde, Lavagna y Néstor Kirchner, se basaban en un concepto de emergencia, y de hecho estaban sostenidas en un marco legal que pregonaba ese principio y su transitoriedad.

Pero con el correr de los años se convirtió en un concepto del que nadie quiso o supo salir. Por un lado, estaba el tema de los costos de la desregulación: ¿quién pagaba la quita de los subsidios al transporte o los servicios domiciliarios? Luego, a medida que avanzaba la experiencia cristinista, y dado que las regulaciones se habían consolidado, aparecieron algunas voces que buscaron darle un sustento teórico al esquema de los precios administrados por el Estado. La intervención de emergencia pasó a ser un tipo permanente de la política económica.

La aparición de Axel Kicillof en el universo kirchnerista tuvo que ver con eso: el entonces ministro de Economía de Cristina fue, también, el rostro discursivo del Estado regulador, ya que comenzó a explicar lo que hacía el gobierno, y a darle una fundamentación de la que hasta entonces carecía. Es muy difícil encontrar un discurso de Néstor Kirchner, y menos aún de Roberto Lavagna, donde se exponga que el Estado regulador de precios era un fin en si mismo, y no una etapa transitoria pero necesaria.

En la etapa final de los gobiernos cristinistas, con Kicillof como voz económica, el Estado regulador aparece elevado a la categoría de un modelo económico del kirchnerismo, alternativo y superador del libre mercado. Allí, por ejemplo, se enuncia la idea del salario indirecto, según la cual el cálculo del ingreso real del argentino promedio debería incluir, además del salario, todo lo que los trabajadores recibían desde el Estado en materia de subsidios directos, servicios gratuitos o precios regulados.

El modelo regulador kirchnerista tiene dos problemas grandes. En términos políticos, que no está consensuado por toda la Argentina, ya que hay una porción importante de la sociedad que lo rechaza y quiere salir de él. Por lo tanto, el modelo no puede durar para siempre, ya que cada vez que los enemigos del mismo ganan las elecciones, como en 2015 y 2023, se proponen desmontarlo.

Y en términos económicos, o técnicos, el problema del Estado regulador es que produce una gran desarticulación de los precios en términos del mercado, ya que algunas cosas subsidiadas o controladas pasan a ser baratísimas, como el gas o el viaje en tren, y otras no, y eso significa que cada salida del modelo es traumática, profundamente desorganizadora de la vida cotidiana.

Ya que los precios no solo aumentan, como en la inflación normal, sino que se enloquecen: no suena lógico que dos litros de nafta cuesten más caros que un buen vino malbec, y sin embargo sucede. Ese enloquecimiento conmociona a la sociedad.

La puja entre Milei y Massa no fue una competencia entre dos aspirantes a gestionar un mismo régimen, como sucedió en las elecciones anteriores y como se supone que debe suceder en las democracias, sino un choque de modelos, donde el triunfo de Milei significaba una demolición del Estado regulador.

La democracia habló. La votación ya fue realizada, el triunfo de Milei fue contundente, y la determinación del nuevo presidente a llevar adelante el choque de modelos es innegable. La pregunta, ahora, es si la coalición del 56% que lo llevó a la presidencia es la mejor para su proyecto. Una paradoja del choque de modelos es que los que más van a sufrir este proceso de transformación profunda de los precios de la canasta popular son los votantes de la clase media, muchos de los cuales votaron a Milei en la segunda vuelta.

Los cambios de régimen dejan muchos perdedores, pero los pobres están más capacitados que la clase media para afrontar el shock. Son quienes mejor se adaptan a las adversidades económicas, y ello incluye modificaciones en los hábitos de alimentación, servicios, transporte y vestimenta para lograr que el mango dure un poco más.

A la clase media, en cambio, acostumbrada a mayores niveles de bienestar, los cambios y las adaptaciones de sus patrones de consumo les resultan más dolorosas y frustrantes, y no les alcanza con escuchar que «hay que pasar el invierno».

El cambio de modelo que impulsó Menem fue con el apoyo de los sectores populares, a los que el riojano compensó y lideró electoralmente durante años, y finalmente fue la clase media, representada por los partidos que luego conformarían la Alianza, la que más se opuso al menemismo.

En el caso de Milei, su núcleo duro de 30% tiene una impronta más popular, pero a grandes rasgos podríamos decir que el bloque cambiemita que acompañó a Bullrich en primera vuelta y a Milei solo en segunda, se parece más al núcleo duro de la Alianza antimenemista que terminó enemistado con las reformas de los noventa. El problema de Milei, por lo tanto, es que su base de respaldo actual incluye a mucha gente de clase media, que se puede frustrar con los efectos del cambio de los precios relativos. Y eso puede dejarlo solo prematuramente si no cuenta con una estrategia eficaz para cuidarlos. «

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