Se enfrentan siete candidatos, y se proyecta una segunda vuelta. Para ganar en primera se necesita un porcentaje de electores mayor al 50%. Ningún candidato supera el 30% de intención de votos, y más del 20% está indeciso. Al contar con un voto no obligatorio, la participación en las últimas elecciones ha sido, en promedio, del 40% del padrón, con un porcentaje más elevado entre sectores de mayor edad.
El país trasandino es una verdadera bomba de tiempo. La violenta represión del 2019 dejó secuelas, casi 400 chilenos y chilenas con lesiones oculares, y al menos 77 presos políticos. La revuelta social que comenzó con el aumento del boleto de subte cambió rotundamente la agenda de la política tradicional. Actualmente, el sur mapuche está militarizado, y hay un proceso constituyente en curso para redactar una nueva carta magna.
A partir del estallido social se fue tejiendo “por abajo” una organización popular que impuso demandas para una nueva política. El movimiento fue articulando consignas que buscan un Estado más presente e inclusivo, con mayores garantías de derechos, y una gestión más justa en torno a lo ambiental. Se trató de una verdadera revuelta que puso en jaque los cimientos neoliberales que estructuran al país vecino, y hoy continúa su curso por vías institucionales.
A esta avanzada masiva dispuesta a conquistar derechos se le enfrenta una reacción conservadora, una ola reactiva a los cambios. Los medios chilenos pasaron de contrastar en un posible ballotage al favorito de las encuestas, el candidato progresista Gabriel Boric, con un representante de derecha más moderado, Sebastián Sichel; a instalar una polarización más radicalizada centre Boric y José Antonio Kast, un referente liberal de extrema derecha al estilo Bolsonaro.
Pareciera que la tensión está puesta en la disyuntiva de quién va a enfrentar en segunda vuelta a Gabriel Boric, el candidato de Apruebo Dignidad, ex referente estudiantil. Más abajo, con escasas posibilidades de pasar a ballotage, se encuentran Yasna Provoste (Democracia Cristiana) y Marco Enríquez Ominami (Partido Progresista), ambos de centro.
El miedo, la carta de la derecha chilena
La apuesta de los medios concentrados de comunicación y los poderes fácticos es instalar un clima de miedo. Como pareciera ser tradición en Chile, se busca remontar el fantasma del comunismo. En el último debate presidencial, donde uno de los principales ejes fue la gobernabilidad, se intentó llevar a toda costa a los candidatos de izquierda a responder por el escenario internacional, queriendo acentuar una imagen de “izquierdistas peligrosos para el orden”, incapaces de generar alianzas estables.
En el último debate, Kast se refirió al proyecto de Boric como parte de aquellos que “vienen a destruir el país”. Sichel sostuvo que la izquierda va a potenciar la violencia en Chile. De esta manera, se instala una oposición entre estabilidad y caos, donde la gobernabilidad estaría garantizada por la derecha extrema.
El miedo es la carta para apelar a la resistencia conservadora y la defensa del estatus quo de los votantes, para que todo siga igual. El miedo a la violencia y al descontrol, al desborde. Sin embargo, subyace la sensación de pérdida entre los sectores tradicionales de la sociedad chilena, que ven peligrar sus privilegios. Cualquiera sea el resultado, las cosas van a ser distintas en muchos sentidos.
Los desafíos para el futuro gobierno son muchos, y las demandas populares van a marcar el ritmo de los cambios. Ante la movilización, y esto también estuvo presente en el último debate, las derechas tienen como respuesta la represión. De abrirse una etapa progresista en el país, se tendrá que avanzar hacia una gestión que pueda dar respuesta a las demandas de las grandes mayorías, que pueda tener recursos para garantizar estos derechos, a la vez que proponga estrategias respetuosas del ambiente y las comunidades. Otro gran desafío será contener las maniobras destituyentes o de boicot, presentes en las oposiciones de derecha de toda la región.
Las elecciones a presidente/a son un escenario fundamental, pero uno más dentro de estas disputas que son más estructurales que coyunturales. El proceso de reforma constitucional señala el pulso más profundo de cómo podrá ser el marco de acción y posibilidades en un plazo mayor, y con qué herramientas se va a contar en caso de ser aprobada.
La tensión se desarrolla hoy entre el deseo de cambios estructurales y el temor a perder privilegios.
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