"Cassavetes dirige" (Entropía) y "Meditaciones sobre cine" (Reservoir Books) revelan de formas muy distintas los universos creativos de ambos cineastas y exhiben las trastiendas de sus cines.
El primero reúne una serie de textos que el director de Pulp Fiction escribió a partir de una breve lista de películas, algunas muy populares y otras no tanto, que él mismo considera pilares de su formación. Pero no solo como director, sino, sobre todo, como espectador. El segundo reproduce el diario de rodaje de la última película que Cassavetes dirigió, Torrentes de amor (Love Streams, 1984), que el propio cineasta le encargó llevar adelante al periodista Michael Ventura.
A pesar del contraste y de que, al menos inicialmente, sus figuras puedan no parecer del todo afines a partir de las diferencias estéticas de sus obras, los puntos en común entre los libros no son difíciles de encontrar. Tanto que sus lecturas pueden resultar complementarias para aquellos lectores intrépidos que se atrevan a construir puentes entre ellos.
Meditaciones de cine está organizado en tres bloques, separados por textos que ofician de apertura. A su vez, estos bloques se componen de varios capítulos dedicados a distintas películas. Todas pertenecen (o casi) a la década de 1970 y coinciden con la adolescencia de Tarantino.
Bajo el nombre de “El pequeño Q ve grandes películas”, el primer segmento aborda títulos como Harry el sucio (Don Siegel, 1971), La fuga (Sam Peckinpah, 1972) o La violencia está entre nosotros (John Boorman, 1972). La segunda, “El Nuevo Hollywood de los setenta”, incluye Hermanas (Brian De Palma, 1973), Daisy Miller (Peter Bogdanovich, 1974) y Taxi Driver (Martin Scorsese, 1976). Mientras que la parte final, que repite el título del libro, hace lo propio con Tormenta Arrolladora (John Flynn, 1977), La taberna del infierno (Sylvester Stallone, 1978) o ¿Dónde está mi hija? (Paul Schrader, 1979).
A partir de estas películas, el cineasta avanza en análisis siempre lúcidos, que de forma invariable acaban en la cita de decenas de otras películas y cineastas que el pequeño Quentin conoció en ese mismo período. Ese universo tiene un Dios más poderoso que el resto, cuyo apellido aparece mencionado a lo largo de todo el volumen: Peckinpah. Siguiendo su rastro (como si de leer Rayuela de Cortázar se tratara) es posible tener una nueva versión del libro, en la que el director de películas como Perros de paja o La pandilla salvaje ocupa el centro de un universo regido por la violencia.
En esa capacidad de Tarantino para asociar nombres de cineastas y películas también aparece el de Cassavetes, a quien considera uno de los “autores contestatarios de después de los sesenta”, junto a Robert Altman, Hal Ashby, Paul Mazursky o el propio Peckinpah. Y una gran influencia para la generación que vendría después, con Scorsese, De Palma, George Lucas, Steven Spielberg o John Millius a la cabeza.
Si algo hace el libro de Ventura es dar cuenta del proceso creativo de Cassavetes y su equipo en torno al rodaje de Torrentes de amor. Aprovechando el formato de diario, con entradas fechadas entre marzo y agosto de 1983, el autor revela la intimidad de aquel set de filmación que el director volvió a compartir con su propia esposa, la actriz Gena Rowlands, con quien había trabajado en nueve películas anteriores.
Creador de una escuela de cine hípernaturalista que el Hollywood de la década de los ‘60 desconocía, las películas de Cassavetes se parecen un poco a los cuentos de Raymond Carver. Apenas recortes de la realidad, donde las palabras pueden quedar a medio pronunciar y cada acción solo cobra un sentido que es tanto ético como estético dentro del universo al cual pertenece.
De todo eso da cuenta Cassavetes dirige, que tiene la virtud de amalgamar la experiencia de Ventura con la voz vívida del cineasta, convertido en protagonista de un relato que, como sus películas, es apenas un fragmento de su propia vida. Un libro revelador en el que su autor sin embargo se esfuerza por preservar la intimidad de sus personajes. “Hay una línea muy delgada entre escribir para revelar sus capacidades creativas y hacerlo para desnudar su cotidianeidad como hombres y mujeres (algo que no debería ser asunto de nadie)”, escribe Ventura. Y se pasa todo el libro respetando su propio límite. El resultado es sobrecogedor.
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