Las directoras analizan el potencial impacto de la ley ómnibus impulsada por Javier Milei. Por qué pone en vilo al cine argentino y sus políticas de equidad. La resistencia de los feminismos.
-¿Qué cambios encuentran en los últimos años en términos de avances de la mujer en el cine argentino?
Paula de Luque: -Hace veinte años, cuando yo empecé a hacer cine, éramos muy pocas: en el año 2005 ya éramos más y hoy somos muchas las directoras de cine. No fue el mismo crecimiento sostenido en los últimos veinte años, porque hubo diferentes gobiernos y con esto diferentes políticas relacionadas con el área audiovisual. Se entiende el área audiovisual no sólo como un fomento de artistas, sino como la posibilidad de la ciudadanía de tener un cine propio. Porque, tal como decía Fritz Lang y yo suscribo, el cine es para el pueblo. De acuerdo con el proyecto cultural de país se tiene un cine más grande o un cine más pequeño. El proyecto cultural es la medida del proyecto de país. Un país sin proyecto cultural es un país pobre y dominado. Si no miremos a Estados Unidos, a Francia, Italia, Holanda y Alemania, que tienen un fuerte sostén del Estado en sus industrias culturales. Cuando el Estado tiene una fuerte política cultural, hay más oportunidades. Entonces, en ese círculo virtuoso surgen más películas y surgimos más directoras mujeres.
Albertina Carri: -Hace treinta años empecé a hacer cine como asistente de cámara y tuve la fortuna de trabajar con las únicas mujeres que dirigían por aquel entonces: María Luisa Bemberg y Lita Stantic. En aquellos rodajes el cuerpo técnico estaba mayormente formado por hombres y las pocas técnicas mujeres que circulaban en el set, estaban dedicadas a la producción o al vestuario. A mí no me interesaba dirigir por aquel entonces, sino ser guionista y camarógrafa. Por esa razón trabajé durante años en equipos de cámara, siempre conformados por hombres, para formarme como una técnica pura. Éramos apenas tres mujeres en el país las que nos dedicábamos a tal tarea. Con el paso del tiempo me di cuenta de que mi sueño de ser camarógrafa no sucedería nunca, debido al machismo que circulaba dentro de aquellos equipos. O que al menos tardaría demasiado y que el camino sería muy áspero. Ya lo era siendo asistente. Entonces decidí probar dirigir mis propias piezas y así poder tomar la cámara con mis manos.
Amparo Aguilar: -Yo formo parte de Barda, cartelera transfeminista, espacio de productoras y directoras mujeres feministas, lesbianas, no binaries y otras identidades no hegemónicas. Creo que nuestro mayor aporte es habernos sentado a pensar y ver películas en clave de perspectiva de género. En ese sentido, tras realizar un trabajo de arqueología podemos afirmar que, desde el cine mudo, en la Argentina había directoras mujeres, solo que no eran visibilizadas. En los últimos años, hay ciertos avances que focalizan la mirada en las personas que no somos varones y que hacemos cine. Sin embargo, para las personas feminizadas siempre es una carrera más ardua porque accedemos a presupuestos menores. O sea, todo bien con las con las chicas que hacen cine, pero recibimos menos dinero para gestionar. Eso está asociado a una brecha salarial y a cierto imaginario social perdurables y que puede resumirse en el lema: “No darle un auto caro a la mujer”.
-¿Cuáles pueden ser las consecuencias de aplicarse la ley ómnibus o de seguir en vigencia el DNU presidencial?
A. C.: -Yo puedo decir que el machismo reinante de los años noventa, me llevó a convertirme en directora. No solo por la necesidad de encuadrar mis propias ideas, sino también por la necesidad de formar mis propios equipos. Trabajar con técniques idóneas, pero también con quienes me sintiera cómoda en términos sensibles. Cosa que no sucedía en aquellos equipos conformados por hombres y que traían un bagaje militarizado en su lenguaje, sus modos y sus signos. Ciertas lógicas de aquellas épocas parecían haberse extinguido, pero sin embargo apareció un líder político, al que el pueblo lo votó con convicción, que trajo consigo mucho de aquellos modos autoritarios, ultra mega patriarcales y que banalizaban cualquier comunión con la solidaridad, la escucha, el respeto y la igualdad de oportunidades. La lista podría seguir, pero la queja y el llanto, no son mi lengua. Aunque lo más preocupante sobre el nuevo presidente es su lenguaje violento y su modo prepotente para conducir a un equipo tan complejo como el de un Estado nacional. Sus maneras me recuerdan a muchos que vi en aquellos sets de antaño. Recién hablábamos de los avances. Sin embargo, una pandemia, un gobierno inoperante y un movimiento geopolítico brutal con tramas que incluyen varias guerras, nos entregaron a este modo que parecía extinto. Y lo que esa epistemología tan vieja como el mundo pone en peligro, es lo más preciado de la existencia humana: la manera de vincularnos les unes con les otres sin abismarnos. No parece posible semejante empresa frente a un presidente que está dispuesto a la disolución definitiva de todo lo nacional, incluyendo el remate de nuestros recursos naturales. En este contexto, sin dudas el arte cinematográfico se enfrenta a un nuevo desafío, que es el de no olvidar, que más allá de los caprichos de los mercados, la materia que nos ha convocado y nos seguirá convocando siempre, es la posibilidad de transmitir lo invisible de lo singular y de lo común que tenemos como pueblo. Todo lo demás que filmen hombres o mujeres, propongo llamarlo propaganda de un capitaloceno que nos está devorando.
P. D. L.: -No hay una propuesta de gobierno en materia de política cultural. Yo entiendo por política cultural la importancia que desde un gobierno se le da a la cultura como hecho popular y nacional, como las expresiones de una nación y de un proyecto de país. Si estamos en una situación donde todo va a estar liberado al mercado, el cine desaparece para el pueblo. No es a los artistas ni a los productores de cine: se le acaba al pueblo la posibilidad de tener un cine propio. En tiempos de globalización y competencia, no hay ninguna posibilidad de que el cine argentino tenga impronta propia. Vamos a estar con el destino triste de mirar desde afuera aquello que nunca seremos. El cine no se financia con la plata de los impuestos, el cine no se financia ni con la mía ni con la tuya, ni la de nadie. El cine se financia a sí mismo y tiene un círculo virtuoso por el cual el INCAA, que es el órgano de aplicación de la Ley del Cine Nacional toma un porcentaje de las entradas con que se financia el cine y se produce la industria nacional que otorga aproximadamente un millón de puestos de trabajo directos e indirectos. Es decir que es una industria que mueve la economía. Si eso se cae, no solamente caen un millón de puestos de trabajo que quedan cesantes, sino que hay algo que es igual o peor, que es que nos quedaríamos casi sin personalidad. En un gobierno que postula “¡Viva la libertad, carajo!”, les quitás a las personas la posibilidad de elegir.
A. A.: -Por el efecto Milei para muchas de nosotras, lo que está en riesgo es la vida misma y recién después la posibilidad de hacer cine. Yo le dijo a mis hijes “mira si este señor fascista absurdo me va a decir si yo puedo hacer o no cine”. Lo vamos a hacer igual. Hay una pretensión aleccionadora, revanchista en relación con el articulado de cultura de lo que el mileísmo propone. Lo que está muy en riesgo es la posibilidad de que eso sean puestos de trabajo en condiciones dignas, que el país tenga una cinematografía en términos industriales como tenemos y somos una referencia en el mundo. Sorprende que siendo economistas no vean todo el aporte al mercado interno, además del aporte simbólico que esta industria produce. Mas allá de eso, apuntan a las bases, cerrar las ENERCS, el lugar de estudio y formación de generaciones y que cuenta con referencias enormes a nivel mundial como Lucrecia Martel. Es una posición obtusa y revanchista y parece volver al cine un lugar más elitista e inaccesible.
Vanessa Ragone: -Los últimos diez años del cine argentino han consolidado a una importante cantidad de mujeres directoras gracias, por un lado, al incansable trabajo de puesta en agenda del tema por parte de las directoras y de todo el sector, como por las políticas de fomento del INCAA en relación con las óperas primas, los cortometrajes, concursos específicos para proyectos escritos y dirigidos por mujeres que fueron dando espacio a estas voces que estaban silenciadas o eran muy escasas. Mi primer largometraje como productora, Hermanas ( 2003) fue dirigido por Julia Solomonoff y en ese momento las directoras mujeres eran escasas: María Luisa Bemberg como faro siempre a seguir, y luego la generación de Julia, Lucrecia Martel, Paula Hernández, no muchas más. En estos últimos años las directoras mujeres han podido producir sus películas y dar a conocer su mirada y punto de vista. Hacen su propio cine, pero también son convocadas para dirigir proyectos de plataformas, como es el caso de Ana Katz, Lucía Puenzo, Anahí Berneri, Paula Hernández, Fabiana Tiscornia, Lorena Muñoz… El proyecto de ley del gobierno, en lo que respecta al INCAA, implica un desfinanciamiento total y no queda claro qué se financiaría con los magros fondos que le restarían y, en vistas del sesgo completamente machista del gobierno y sus legisladores (con sólo escuchar a la legisladora Lemoine queda clara la postura general del gobierno y sus representantes en el Congreso) no pareciera que el apoyo a la diversidad (mujeres, diversidades sexuales, voces nuevas) esté en agenda
Tamae Garategui: -Debido al desfinanciamiento que el gobierno pretende a través del DNU, está en riesgo el cine, por ende, el cine hecho por mujeres se verá doblemente perjudicado, ya que representa el veinte por ciento de las películas estrenadas en el país. La ficción hecha por mujeres, que es lo que yo hago, por ejemplo, es del diez por ciento de las películas estrenadas. Si bien el techo de cristal se mantiene en ese 20%, el cine hecho por mujeres había conseguido mayor visibilidad tanto de las películas como de sus directoras. Pero si no se mantienen los apoyos y las políticas de fomento y equidad todo lo logrado en materia de igualdad de oportunidades se perderá.
Existe un largo debate académico sobre si existe o no el cine de mujeres. De existir ¿es el dirigido o protagonizado por mujeres? ¿Aquel cuyos personajes principales son féminas? ¿El que aborda temas del feminismo? ¿El que denuncia las inequidades o refleja las luchas de las mujeres? O quizás, sea una categoría política que remite al cine que acompaña las luchas de género, contra las sociedades patriarcales y heteronormativas.
Albertina Carri: -Se me hace difícil hablar de cine de mujeres porque no creo que tal categoría exista o al menos es un modo de cerrar filas sobre el arte cinematográfico que no me resulta conducente ni cómodo. Porque hay películas dirigidas por mujeres que destilan misoginia como si nada fuera y porque el hecho de ser mujer no nos salva de los abusos de poder, ni de las concesiones con respecto a nuestro sagrado arte
Amparo Aguilar: -¿Estamos incluyendo a lesbianas, mujeres trans, no binaries en el cine de mujeres? Quizás haya que hablar de un cine de subjetividades que no se presentan como en el centro del mundo. En todo caso, lo que define a estas subjetividades es que establecen otra forma de relación con la estructura dramática. También siempre queda en suspenso una pregunta. ¿Quiénes hacemos cine? El cine es un arte que es caro, es muy virtuoso, genera muchos puestos de trabajo, pero es el de más difícil acceso.
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