Brillos, lentejuelas y libertad. Durante unas semanas, travestis y trans salen a la escena pública sin ser señaladas ni perseguidas. Los testimonios.
A pesar de que queda un largo camino por hacer, discursos por desarticular, disputas por dar, políticas por construir, cada vez son más las personas que se rebelan contra un sistema que les ha asignado e impuesto las formas y los modos de estar existiendo.
Los carnavales desde hace muchos años son para las travestis y trans “la fiesta de la liberación”. Quién no esperaba el carnaval para “montarse” sin el temor de ser perseguidas, criminalizadas y marginadas.
¿Qué pasaba con las travestis y trans fuera del carnaval?
Algunas travestis y trans cuentan cómo era vivir el carnaval y los corsos con el retorno de la democracia, las peleas con las instituciones del Estado como la Policía con la vigencia de los edictos, antes de las conquistas legales y los avances culturales y sociales. Narran sus experiencias y describen sus percepciones.
Karen Ayelén Jumilla “La Cata”, es una travesti nogoyaense que empezó a bailar en los corsos en el verano de 1986 con la comparsa Panambí. Sobre su experiencia contó: “Nosotras la pasábamos mal, la gente en nuestras vidas cotidianas nos maltrataba, nos insultaba y violentaba. Éramos unos monstruos, nos tiraban piedras, huevos y tomates. Se creían con el derecho a dañarnos”.
De inmediato, entre el pasaje de la risa a la tristeza, agregó: “Nos sentíamos unas estrellas bailando en el corso, nos aplaudían, éramos diosas. El problema estaba al final del circuito, porque nos esperaba la policía y nos invitaba a subirnos sin resistencia al patrullero. Y no nos oponíamos porque era peor. Lo más leve era que nos tuvieran presas unos días y nos cortaran el pelo para ridiculizarnos y no saliéramos a la calle a laburar. Te dejaban salir antes, pero previo te ‘garchaban’ entre tres o cuatro”.
Históricamente la persecución policial a travestis y trans estuvo amparada en los Códigos Contravencionales, de Faltas y los Edictos Policiales. Estas normas restringían la permanencia y circulación en la vía pública y eran la principal herramienta de control estatal sobre esta población y otros grupos sociales vulnerados.
El carnaval tiene su gestora
Marcel Bordón es una reconocida hacedora carnavalesca en Nogoyá, Entre Ríos. Tiene 49 años y es una sobreviviente que inició sus primeros pasos en el corso de la ciudad en 1996 con la comparsa “Los Gurises” del Barrio 130 Viviendas. Hoy la edición del evento lleva su nombre.
Consultada por Presentes sobre cómo vivía los carnavales en sus comienzos, dijo que cuando salía recibía tantos aplausos como burlas, pero nunca le importó demasiado ni siquiera el cómo la nombraran y comparó: “Era más difícil poder salir en el carnaval en aquella época, hoy hay mayor accesibilidad producto de que se habla del tema”.
Las cuerpas del carnaval
Paola López es una pasista trans paranaense de 49 años. Cuenta que empezó a bailar en la capital entrerriana 1987 en la Comparsa Sirirí: “Era algo contradictorio porque muchas personas no nos aceptaban, pero luego esperaba vernos, esperaba ver el show qué hacíamos. También estaban aquellos que iban porque hacíamos lo que ellos reprimían”.
Además, comentó que su forma de vestir en esa época era “ambigua”, siempre se mostraba como era y para las que percibían travestis era difícil, estaban muy expuestas y no había leyes que las resguardarán en un mundo en el que muchas personas las encasillaban como “varones disfrazados”.
Mónica Estefanía Gómez, es una mujer trans de 51 años que vive en Villa Rosa partido de Pilar, provincia de Buenos Aires. Empezó a salir en los carnavales en el año 1997 con la murga “Los Halcones de Villa Rosa”.
“Era difícil para quienes no estábamos operada ni nada, que no cumplíamos con los estereotipos. Había mucha discriminación, más aún si no tenías ninguna cirugía”, detalló Mónica.
Negar el reconocimiento de la coexistencia de las cuerpas travestis y trans, fue y es motivo suficiente para no concederles los derechos. De eso el capitalismo y el patriarcado se han encargado perfectamente porque les ha mercantilizado y explotado. Son deseadas, pero en la clandestinidad.
Son deseadas ante las miradas camufladas en los eventos donde se imponía representar “estereotipos”, pero ese deseo nunca plasmado fuera de allí, era en la esfera pública.
¿Cuáles fueron los cambios?
Enero y febrero era la temporada contra la discriminación y persecución policial solo por la existencia del carnaval. Estos días eran esperados por la población travestis y trans. Eran verdaderas celebraciones. Las historias se entremezclan con el punto en común: La exclusión y violencia por el hecho de ser quienes son.
Por cuanto al trabajo para los carnavales, Marcel profundizó: “Eran jornadas extensas produciendo y armando trajes, nos demandaba mayor esfuerzo. El corso era más popular, era más artesanal y llevaba mucho tiempo poder armar un traje. Hoy, por ejemplo, podés conseguir cualquier material con brillos y en horas armarte algo para salir y quienes tienen los medios van y lo compran armado”.
“He participado en diversas formas. Fui pasista, máscara suelta, hice carrozas artísticas y mecanizadas, he realizado comparsas y murgas. Para mí el carnaval es un estilo de la vida, es una pasión que siento y que plasmo en cada edición. Hoy mi nombre está en lo alto porque los corsos de mi ciudad llevan mi nombre”, manifestó.
En este sentido, “La Cata” adjetivó a los corsos como “intensos”, ya que tenían que hacer pieza por pieza, bordar semanas y días enteros entre lentejuelas, canutillos y piedras llamativas que en alguna mercería se conseguían y expresó: “Hoy viene todo elaborado, listo para pegar. Antes, por lo menos a quienes vivimos en el interior, era difícil conseguir material y eso que los comercios tenían de todo”.
Nostálgica, recordó aquellos tiempos: “Las chicas hoy deben saber que debajo del puente corrió mucha agua. El carnaval era bello, nos hermanaba a todas las travestis y las maricas de diferentes edades. Juntarnos a trabajar era maravilloso, mientras hacíamos el desfile por el carrusel todo era bonito, pero terminaba y nos perseguían tanto la policía como las personas odiadoras. Nos cagaban a palos”.
Por su parte Paola, contó que vive el carnaval con alegría. Asegura que es el espacio donde la libertad se transita sin temores y manifestó: “Una allí puede volar, sentirse sin señalamientos, es una fiesta que te permite olvidar muchas cosas que atravesamos en el día a día”.
Por cuanto Mónica, recordó los momentos en el los que se “montaba”: “Salía toda hecha con panchos y armaba mis corpiños con alpiste. ¡Horas me llevaba! Deseo que no se apaguen los corsos y que las chicas trans de las nuevas generaciones puedan divertirse sanamente y sin miedos, ya que el corso es diversión. Tienen el desafío de sostener eso que nos ha costado tanto conquistar”.
El cuerpo travesti en la escena carnavalesca, el cuerpo como cuestión revolucionaria que explicita la necesidad de transformarlo todo, porque tenemos una gran pelea contra los espacios a los que solo le servimos como ícono de la particularidad, porque está declarado que estamos en rebeldía hasta que se ponga de manifiesto es el espacio público ese deseo.
*Este artículo pertenece a la Agencia Presentes y es reproducido por Tiempo Argentino a partir de un convenio de publicación para difundir periodismo especializado y de calidad.
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