El autor del emblemático libro “El queso y los gusanos” se presentará hoy en el Centro Cultural Paco Urondo y mañana será distinguido con un doctorado Honoris Causa por la Universidad de Buenos Aires en una ceremonia que se realizará en la Facultad de Filosofía y Letras.
Seguramente el molinero del norte de Italia Domenico Scandella, que vivió en el siglo XVI y que fue condenado por la Inquisición por herejía, jamás imaginó que un historiador inquieto, en los años 70 del siglo XX, rescataría su historia de las actas del Santo Oficio y lo haría famoso a tal punto que quienes lo conocieron a través de él lo llamarían por el sobrenombre con el que lo llamaban en pueblo, Menocchio.
Es que su pequeña o “microhistoria” tuvo una trascendencia que solo el historiador de lo pequeño pudo percibir. Menocchio se negaba a admitir que el mundo había nacido repentinamente como una creación. Quizá influido por su oficio, consideró más bien que no se generó de la nada, sino de un verdadero caos, del que emanó “una masa, como se hace el queso con la leche, y el que se formaron gusanos, y éstos fueron los ángeles.”
Por creer que el mundo provenía de ese caos primordial, una teoría bastante similar a la que actualmente explica el origen del universo, Menocchio fue sentenciado a arder en la hoguera. Su big bang lácteo defendido a lo largo de dos procesos inquisitoriales le valió la condena. Quizá no sea un consuelo para el molinero ni para su familia, pero mientras al nombre de los inquisidores no los recuerda nadie, el de Menocchio superó no sólo las fronteras de su país, sino también las de su tiempo. A partir de su relato Ginzburg puedo reconstruir gran parte de la cultura popular de su tiempo y sentar las bases de una nueva forma de hacer historia partiendo de lo pequeño y concreto a lo general.
En una entrevista aparecida en 2018 en el portal El Comercio firmada por Juan Carlos Fangacio Arakaki, Gizuburg reflexiona acerca de las causas del éxito de su libro emblemático: “El queso y los gusanos –afirma- es un libro que ha sido traducido a muchas lenguas y yo mismo me asombro de las lecturas y las interpretaciones de las que ha sido objeto. Me he preguntado cuáles son las razones de su éxito y creo haber encontrado tres: la personalidad de Menocchio, el desafío a las autoridades, y el encuentro y choque entre la cultura oral y la cultura escrita de las altas esferas de la época.”
Más allá de las explicaciones del propio autor, lo cierto es que el libro conquistó tanto a los académicos como a los aficionados a la historia y a la cultura en general. Seguramente, las causas que alega son válidas, pero quizá lo más trascendente sea que fijó su atención en un sujeto histórico diferente, en un modesto trabajador a través de cuya voz era posible rescatar parte de la cultura popular de su época. Su microhistoria, lejos de ser un fragmento aislado, era una pequeña tesela que calzaba a la perfección en la Historia que se escribe con mayúscula y echaba luz sobre ella desde un ángulo muy particular que es, ni más ni menos, que el ángulo de las víctimas y no el de los victimarios.
Su identificación con las víctimas, según lo ha declarado en reiteradas oportunidades, tiene que ver con su condición de judío perseguido. Nacido en Turín en 1939, fue hijo de Leone Ginzburg, profesor de literatura rusa, y de la gran escritura Natalia Ginzburg (1916-1991). Su padre murió en 1944 en una prisión de Roma que había sido tomada por los alemanes. Ya en 1934, Leone había comenzado a ser perseguido por negarse a jurar los principios del fascismo. Su posición le hizo perder su cargo de profesor en 1934 y le costó la vida. Su hijo, Carlo, se creció junto a su madre.
En una entrevista aparecida en Sin permiso declaraba en relación con su identificación con las víctimas: “Algunos han señalado que debe haber una conexión entre mi transfondo e identidad como judío y mi interés histórico por figuras como la de Menocchio. Y probablemente están en lo cierto. Pero no veo que eso sea un problema. Seguimos tratando de poner al descubierto los distintos motivos subjetivos que subyacen al trabajo de los historiadores. Pero, ¿sirve eso para algo? Es obvio que nuestras propias experiencias gobiernan nuestros intereses como historiadores. Y no hay razón para que esos elementos subjetivos tengan que imponer limitaciones al trabajo de un historiador, en vez de abrirle oportunidades. En mi propio caso, el hecho de que no fuera consciente de esa conexión resultó crucial. Permitió que mi atención se centrara, sin verme restringido por la consciencia de mi propio vínculo autobiográfico con el material”.
Su identificación con la víctima va más allá de lo anecdótico ya que devino en una forma distinta de hacer historia.
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