Campi: “Descubrí el humor de chico, desesperado por eludir el bullying”

No hay nada en la historia del cine argentino que se asemeje al fenómeno Esperando la carroza (Doria, 1985). No sólo por su portentoso elenco, su clamoroso prestigio (desde su estreno, cuando Claudio España le reprochó cierta sobreactuación en La Nación, las críticas celebratorias han crecido hasta volverse casi unánimes) y la popularidad que ha trascendido tres décadas y varias generaciones. Sino, porque, no hay otra película local que cuente con comunidades de fans (con la excepción de Un buen día de Nicolás del Boca que tiene el gracioso mérito de ser considerada la mejor peor película de la cinematografía) y que, a la vez, haya legado partes de su guion al lenguaje cotidiano argento. En efecto, frases como “yo hago ravioles, ella hace ravioles…”, “tres empanadas” o “¿Adónde está mi amiga?”, entre tantas otras, ya forman parte del acervo idiomático nacional.

Por la calidad del espectáculo y el éxito masivo de público, la nueva versión de Esperando la carroza promete reverberar ecos del acontecimiento cinematográfico al ámbito teatral. Para ello cuenta con un multipremiado director (Ciro Zorzoli), una gran producción en un Broadway ubicado en plena avenida Corrientes y un notable elenco de figuras encabezado por el comediante, actor y guionista argentino Martín Campilongo, “Campi”, que no sólo se mete en la piel de la octogenaria y legendaria Mamá Cora sino que también encarna otros personajes ya emblemáticos de la ficción cómica. 

–¿Por qué crees que la obra sigue vigente y el éxito perdura?

–Es una locura lo que pasa con Esperando la carroza. Cada vez que la pasan en televisión te enganchás por más que la hayas visto decenas de veces y te lo digo yo que no suelo repetir las películas. Creo que es un espejo, que habla mucho de nosotros. Es una obra que ya forma parte de la argentinidad a pesar de ser de autor uruguayo. Habla mucho de los argentinos, habla mucho del trato con nuestros mayores. Pasa el tiempo y sigue siendo igual ese aspecto nuestro, es algo que debemos mejorar como sociedad: tratar bien y contemplar los derechos de las personas mayores. Con grotesco y un toque de ternura al final, la película denuncia el descarte familiar y social a los viejos. En una sociedad madura y con corazón, los viejos debieran ser prioridad.

–¿Cómo te parece que se logra esa maduración como sociedad?

–El punto de partida es lo individual. Todo empieza en la familia. En mi casa los viejos siempre fueron prioridad al igual que los niños. Yo fui criado así, mi esposa también y es algo que les inculcamos a nuestros cuatro hijos. Debemos entender que los viejos son la memoria, la historia y la sabiduría de las sociedades. Sin embargo, los gobiernos no suelen ocuparse de los derechos de la ancianidad, sino más bien lo contrario, frecuentemente denigran y dejan de lado a los ancianos. Si no lo pensás en términos comunitarios, al menos deberían pensarlo en términos egoístas e individuales. Es decir, uno probablemente llegue a ser viejo. Yo cada vez me acerco más a ese lugar. Cuando cuido y respeto a los ancianos, cuido mi futuro para que se me escuche y se me respete cuando sea mayor.

–En su momento Esperando la carroza fue una película paradigmática de la transición democrática que traslucía un análisis de conciencia de la sociedad ante el pasado reciente. ¿Qué nuevas lecturas se pueden hacer hoy en términos sociales?

–La obra retrata a una familia de clase media que se fue disgregando y cuyos hijos representan diversos estados o escalafones de la sociedad. Así se conformaron diversas clases sociales dentro de la misma familia. Desde la más parte más ricachona y “paqueta” representada por el político y su esposa, pasando por la típica familia de clase media de Sergio y la “pérfida” Elvira en la casa donde transcurre la acción; hasta los dos hermanos menores: uno que está pasando una angustiante situación económica y la otra mujer que es la más pobre que vive en una villa miseria. Es una radiografía sociológica argentina. Muestra una clase media con aspiraciones que, en ocasiones se pueden concretar y que, en otras ocasiones lo hace a través de la corrupción. En efecto, se menciona que el personaje Antonio tiene vínculos con la “pesada” que en la década del ochenta tenía particulares connotaciones con la dictadura. La familia Musicardi refleja también una sociedad de apariencias, de hipocresías y de desprecio.

–Sabiendo lo que Antonio Gasalla fue y es en tu vida y tu carrera, ¿cómo es la experiencia de interpretar a Mamá Cora?

–Fue dificilísimo, de movida dije que no. Después cuando dije que sí se me abrieron un sinfín de miedos, incertidumbres y cuestionamientos. El personaje cobró vida propia gracias a Gasalla. Gasalla es Mamá Cora. A mí me decían quién hace de China Zorrilla, quién de Brandoni y quién de Mamá Cora. Mamá Cora pertenece a nuestra identidad nacional como el Manosanta, como Minguito Tinguitella. Cuando quise hacer mi versión de Mamá Cora, enseguida me di cuenta de que no podía hacer eso porque iba a defraudar al público. Porque el público quiere ver a mamá Cora tal como es, tal como la interpretó Gasalla. Yo no puedo hacer el Manosanta vestido de traje. Igual con Mamá Cora. Uso el vestuario de Antonio. Después le pondré mi cuerpo, mi altura, mi peso y mi voz. Pero terminó siendo el personaje que todos conocemos. En ese sentido, mi Mamá Cora es un homenaje a Gasalla y toda la obra teatral es concebida como un homenaje a la película. Antonio hizo un laburo tan lindo, que es necesario continuar esa tradición y pasarle la posta a los jóvenes para que también lo conozcan. A mí me pasó cuando hicimos El amor después del amor que mis hijos empezaron a darle más bola al rock nacional. Ahora muchos jóvenes ponen en sus playlist temas de Charly, de Fito, de Fabi porque los conocieron en la serie. Está bueno pasar la posta para que continuemos preservando la identidad. Mamá Cora forma parte de la cultura y la identidad.

–¿Cuál es el recuerdo más recurrente que tenés de Gasalla?

–Recuerdo cuando conocí a Antonio haciendo Los Roldán. Yo crecí escuchando un cassette de Antonio y Percivalle en el Café Concert. Poco entendía, pero mis viejos se mataban de la risa. Lo mismo me pasó con Tato Bores. Pasado el tiempo empecé a decodificar de qué se reían, un lujo esos guiones, y me crearon un micromundo. De grande lo vi a Antonio hacer sus programas y me pareció maravilloso. Cuando hacía un año que estaba en Los Roldán me dicen que Antonio iba a hacer de la madre del Puma Goity y que estaba al lado de mi camarín. Fui corriendo y estaba mi super héroe de 1,50 metros en persona y le dije: “Antonio, no sabes lo que te admiro”. Y le empecé a cantar el cassette. Él me contestó: «Yo te admiro a vos» y me empezó a hablar de mis personajes. Y me puse a llorar. Lo recuerdo y se me pone la piel de gallina. Hay cosas de las que uno no toma dimensión. Que uno de mis superhéroes me conozca y me siga la carrera. Ahí empezó una amistad. Después Antonio me dirigió, nos juntamos todos los meses. Una amistad divina.

–¿Cómo es la experiencia de componer diversos personajes en un tiempo récord?

–En la composición del resto de los personajes que son varios y no espoleó cuáles son exploré mi parte más lúdica. Traté de ser muy estricto con el laburo de Mamá Cora y en los otros hago más un juego libre que a la gente le encanta. Ahí hago mi versión y me divierto. La gente flashea con la velocidad con que entra uno y sale otro. Estoy acostumbrado a eso por el under, donde también pasaba de un personaje a otro. Al público lo vas subiendo en energía y no podés bajarlo, no podés irte diez minutos a cambiar al camarín. Igual cuento con cuatro mujeres que me asisten en los vestuarios. Es como entrar con el auto a boxes una carrera. Pero es un chip al que estoy acostumbrado. «

Esperando la carroza

De Jacobo Langsner. Con Campi, Paola Barrientos, Pablo Rago, Ana Katz, Sebastián Presta, Valeria Lois
y Mariano Torre. Jueves, a las 20:30; viernes, a las 19:30 y 22; sábados, a las 19 y 21:30; y domingos, a las 18:30. Teatro Broadway. Corrientes 1155.

Campi: el vértigo y la bendición de ser argentinos

–¿Qué te representa el humor en términos personales?

–El humor es una forma de ver la vida. Si lo sabés manejar se puede usar de muchas formas. A mí me sirvió para tener una vida más linda. Yo descubrí el humor de chico, desesperado por eludir el bullying en el colegio. Ahí me di cuenta que cuando yo me reía desactivaba al tipo que tenía enfrente. Ya no era gracioso hacerme bullying porque no me hacía daño. Ahí descubrí el principio y el poder del humor. Es un arma para defenderse, también para hacer daño. También es un arma de seducción porque gracias al humor conseguí atraer a mi esposa y hace 18 años que estoy con ella (risas).

–¿Para qué puede servir el humor en una sociedad en momentos tan dramáticos como los actuales?

–Al argentino le gusta mucho la comedia. Siempre tuvimos momentos difíciles en este país, nunca fue Disney. Desgraciadamente estamos acostumbrados a los aumentos, la inflación, el zigzagueo económico. Quizás por eso al argentino le gusta tanto el humor, la comedia. Estamos acostumbrados al vértigo de ser argentinos que es estresante y una bendición al mismo tiempo, pero nunca es relajado. Para momentos que no son relajados, el humor y la comedia se vuelven importantes, casi imprescindibles. A la vez, el humor va cambiando en la Argentina. Lo que mejor representa a un país es de qué se ríe. Vos vas a un país, entendés de qué se ríen y entendés cómo funciona esa sociedad. Nosotros no nos reímos de lo mismo que hace diez, ni 20 años. La comedia cuando trasciende el tiempo se convierte en un clásico. Como Chaplin.  Como Esperando la carroza.