Hugo Campagnaro es un obrero de la pelota. Debutó en Morón, pasó por Piacenza, llegó a Napoli e Inter y fue subcampeón del mundo en Brasil 2014. Se retiró a los 40, en plena pandemia. “Cada vez que entraba a la cancha, mi camiseta quedaba hecha sopa”, dice.
-¿Cómo te formó el potrero de Coronel Baigorria, tu pueblo cordobés de Río Cuarto?
-Jugábamos para divertirnos, no existía esa presión para ganar a cualquier precio. Me permitió darme cuenta de que el fútbol era una de mis pasiones. Pero reflexionando, años después, asumí que no había tenido la base que sí habían tenido jugadores de otros lugares, como el baby fútbol y los entrenamientos rigurosos. De haber tenido esa formación quizá hubiera tenido más cualidades. Estoy satisfecho y orgulloso, y muy agradecido a todos los que me dieron una mano. El potrero te quita presión, jugás por el placer de jugar, te animás a hacer cosas por esa falta de presión. Como base es fundamental, pero no siempre es tan fácil trasladar ese atrevimiento al fútbol profesional.
-En 2002, decías: “No tengo problemas de seguridad: soy pobre”. ¿Qué significa el fútbol para los que menos tienen?
-El fútbol me dio todo, pero también le di todo al fútbol. Cuando se nace en una cuna pobre uno se aferra con todo a sus sueños. Lo que busca es salir adelante, ayudar a la familia, vivir tranquilo, sin necesidades. Pero la carrera del futbolista no es tan fácil como muchos se imaginan. Hay que ser responsable, persistente y tener esa dosis de fortuna, que es fundamental. Sé de muchos chicos humildes que no tuvieron la posibilidad de triunfar a pesar de sus extraordinarias condiciones. A veces es necesario que te ayude mucho el entorno, rodearte de personas que te cuiden y no te distraigan. Sé que el fútbol, para los que menos tienen, es una puerta de salida hacia una vida mejor, aunque a veces la desesperación, no tanto del jugador, sino de la familia y los amigos, termina siendo contraproducente. Se tienen que alinear los planetas.
-“Los futbolistas de élite viven en un mundo irreal”, dijo Martín Demichelis, tu compañero en Brasil 2014, ahora entrenador de la Sub 19 de Bayern Múnich. ¿Coincidís?
-Nunca me consideré un futbolista de élite. Siempre mantuve el perfil bajo, seguí viviendo como siempre, sin lujos y ostentaciones, y no viendo la hora de que llegaran las vacaciones para volver a mi pueblo, que es mi lugar en el mundo, donde juego al truco con mis amigos y como asados. He convivido en planteles con estrellas mundiales, pero una cosa es lo que se dice de ellos y otra es lo que realmente son. Muchas veces la prensa genera imágenes para el público consumidor que no son del todo reales. Pero ya sabemos cómo funciona hoy el marketing.
-“En Argentina se juega mejor. En Italia sólo hay un dogma: ganar. La diferencia es numérica: en Argentina te podés equivocar diez veces en un partido, pero como se llega una vez tras otra, zafás. En Italia te equivocás una vez y perdiste”, dijiste también en 2002. ¿Lo mantenés?
-La esencia del fútbol de mi país no va a cambiar. Ese convencimiento de saber que hasta el último minuto vas a tener una chance más para cambiar la historia no creo que se pierda. Acá la mentalidad fue evolucionando. Todos se fueron dando cuenta que atacar más les iba a dar más rédito que defenderse todo el tiempo. Antes abundaban los equipos catenacciaros, que jugaban todo el partido en su campo, te embocaban un gol de contra y no les empatabas más. Sólo se preparaban para defenderse. Y lo hacían bien porque era lo único que les importaba. Eso fue cambiando. A lo mejor esos equipos se cansaron de perder 1-0 con un gol de penal, de tiro libre, con un gol sobre la hora. Cuando te preparás sólo para defender, te hacen un gol y no sabés cómo reaccionar.
-¿Por qué lo que más vas a extrañar es el vestuario?
-En el vestuario está la sal del fútbol. El reencuentro diario con tus compañeros, la previa que se genera mientras te preparás para comenzar a entrenarte, las charlas, las tristezas después de una derrota inesperada, las alegrías después de una victoria en un clásico. Lo mismo que las pretemporadas o las concentraciones. Son cosas que iré extrañando.
-¿Qué aprendiste del Ascenso?
-Lo primero que aprendí es a no tener miedo nunca más en una cancha. Después de jugar en la B Nacional o en la B Metro, no te asustás nunca más. Lo más importante que aprendí es a tener la mentalidad de un futbolista profesional. A los 18 años comencé a jugar en Primera, a entender que el deporte podía ser mi trabajo, y que podía aspirar a vivir de eso si me lo tomaba con responsabilidad absoluta, si me esmeraba cada día en progresar, si escuchaba a las personas indicadas, y si, además, la fortuna me acompañaba. Todo se dio rápidamente.
-Entretiempo de Argentina-Bosnia, debut en Brasil 2014, salís y no volvés a jugar. ¿Duró poco?
-¡Es que ni me había imaginado que iba a jugar de titular! El Mundial es lo máximo que le puede pasar a un futbolista, es tocar el cielo con las manos. Casi había perdido las esperanzas de llegar a la Selección. Tenía 31 años. Venía teniendo temporadas muy buenas en Napoli. Hasta que un día Claudio Gugnali, ayudante de campo de Sabella, me fue a ver. El cuerpo técnico confió en mí. Para el debut en Brasil, Alejandro eligió la línea de tres, con carrileros y Maxi Rodríguez acompañando a Messi en la generación de juego. Cuando terminó el primer tiempo, que estábamos ganando 1-0, nos dijo que quería volver a la línea de cuatro, y ahí ya no encajábamos ni Maxi ni yo, así que nos sacó. Fuimos el mejor equipo. Sólo un par de acciones desgraciadas nos dejaron sin la Copa, como ese penal que no nos dieron en el primer tiempo de la final, que era clarísimo. Son emociones que tendré guardadas para siempre, igual que el recibimiento cuando volví a Baigorria con la medalla.
-“En Argentina, Campagnaro tiene que mostrar el DNI para entrar a la casa”. ¿Qué se siente formar parte de las frases maradoneanas?
-Tenía razón Diego… ¡Si en Argentina no me conocía casi nadie! No me molestó porque sabemos su sentido del humor. Les molestó un poco más a algunos periodistas e hinchas de Napoli, porque sí me conocían bien y sabían lo que estaba haciendo, y pensaban que era injusto que dijera eso. Después a Diego lo vi cuando fue el Partido por la Paz, que organizó el Papa en Roma. Incluso jugamos en el mismo equipo y tiramos un par de paredes, así que todo bien. Maradona es un monstruo total, nadie puede discutir lo que representa. Y en Napoli, ni hablar.
-¿Solés escribir?
-Cuando somos adolescentes, jóvenes, todos nos creemos poetas. Leía a García Márquez, Benedetti, Neruda. En esa época no estaba el furor de internet ni del WhatsApp. Había que mandarse cartas. Los celulares aparecieron después. Con mi esposa nos carteábamos mucho cuando éramos novios, y hablábamos una o dos veces por semana por teléfono. Pero los tiempos cambiaron y las costumbres también.
-¿Jugabas con un estilo rockero?
-Algunos me decían eso en Italia, en mis mejores épocas. Cuando jugaba en mi pueblo escuchaba determinada música pero cuando llegué a Morón conocí a Héroes del Silencio y a los Redondos, y ahí cambió mi perspectiva. Cuando me fui a Piacenza me llevé todos los CD de esas dos bandas. Y una vez, estando ahí, me invitaron a un recital de Los Piojos, en Milán, porque el batero era hincha del Gallo. Fui y le llevé una camiseta del Piacenza de regalo y se la manoteó Ciro. Cantó durante todo el recital con esa casaca puesta. Mi pasión por la música fue en aumento. Es mi pasatiempo favorito.
-¿Al final, “sólo se trata de jugar al fútbol”, como dijiste?
-Al fútbol le debo todo lo que soy. Cuando asumí que si me dedicaba 100% a jugar y me preparaba con absoluta responsabilidad todo vendría sólo, mi cabeza hizo un click. Lo poco que sabía lo traía de los potreros de Baigorria. Tenía que suplir esas carencias con fortaleza mental, preparación física, alimentación, observación, aprendizaje constante. Y después, cada vez que entraba a la cancha, mi camiseta quedaba hecha sopa. Esa suma me fue ayudando. Y, a mi manera, cumplí.
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