La cama, un mueble con una curiosa historia horizontal

Por: Mónica López Ocón

En la cama nacemos, en la cama solemos morir, en la cama hacemos el amor, en la cama nos reproducimos para perpetuar la especie humana. En ella pasamos un tercio de nuestras vidas. La historia de un objeto particular que alguna vez fue de uso comunitario

“Como bromeó alguna vez Groucho Marx: `Aquello que no pueda hacerse en la cama no vale la pena” comienzan diciendo los autores de Lo que hicimos en la cama. Una historia horizontal (Fondo de Cultura Económica), Brian Fagan y Nadia Durrani.

Y a continuación agregan: “Es probable que tuvieran razón, pues los humanos, en un momento u otro han hecho prácticamente todo en la cama. Para los antiguos egipcios la cama era  un vínculo vital con el más allá; en la época de Shakespeare era  un lugar para socializar, y durante la Segunda Guerra Mundial Winston Churchill dirigió la Gran Bretaña desde sus sábanas”.

Según los autores, el carácter de mueble privado que hoy tiene la cama ha desalentado la investigación de historiadores y arqueólogos. Sin embargo, la cama “tiene grandes historias para contar”.

Un solo dato histórico sirve para justificar  esta afirmación: durante la Edad Media era un motivo cristiano recurrente el de los tres Reyes Magos, que mientras descansan en una cama, aparentemente desnudos, son bendecidos con la revelación divina. Seguramente, hoy esa imagen resultaría ofensiva porque las ideas cambian a través del tiempo y la idea de lo que debe hacerse en la cama no es la excepción.

La llamada mujer dormida. 3000 años A,C,

Lo cierto es que, según afirman los autores, es sorprendente lo poco que se ha escrito sobre la historia de la cama en relación con las múltiples funciones que desempeñó a través de los siglos.

Según parece, por lo menos la altura a la que se colocaba la cama está relacionada con el descubrimiento del fuego hace  unos dos millones de años. Los autores lo deducen de nuestros parientes no humanos, los chimpancés. En la Reserva de vida Silvestre Toro-Semliki, en Uganda, los chimpancés utilizan para  construir sus camas –una nueva cada día- ramas de palo fierro ugandés.

Otros chimpancés proceden de la misma forma: construyen su cama cada día para que esté siempre limpia y las ubican en las alturas. También los humanos habríamos hecho lo mismo, es decir, colocar nuestras camas en las alturas para protegernos de los peligros de ser atacados por animales.

Con el descubrimiento del fuego  esta costumbre perdió sentido, ya que el fuego no sólo nos proporcionaba calor, sino también mantenía a distancia a las fieras.

Es así que de dormir en las alturas, pasamos a dormir a ras del suelo y para mitigar su dureza utilizamos precarios lechos de paja o de otros materiales que hicieran de la cama –por supuesto el concepto de cama aún no se había acuñado- un lugar más hospitalario.

La cama y sus curiosidades

Si algo corrobora la historia de la cama es que con el tiempo nos volvimos más individualistas. Hasta mediados del siglo XIX podría decirse que la cama era un lugar de socialización que se compartía tanto con amigos como con desconocidos.

“Durante miles de años –dicen los autores- la personas durmieron unas junto a otras, cerca de fogatas y amontonadas en busca de calor en los climas más fríos, enterradas bajo pieles y cueros. (…) No se conocía la privacidad: las personas formaban pareja, tenían bebés, los amamantaban o morían, todo al alcance del brazo de sus parientes”.  

Cama de Tutankamón

Quizá en esto –y esta es una observación al margen que no figura en el libro- la cama siguió el mismo proceso de individualización que la comida que, en principio, se servía en grandes platos comunes de los comían todos. Según dicen, el mate es casi a única infusión que sobrevivió al proceso de la mesa en común. Para él no hubo una tacita de la que se bebiera en soledad, sino que siguió sirviéndose en un recipiente común que sigue pasando de mano en mano para que lo beban todos de una única bombilla.

Dicen que todo vuelve y la historia de la cama lo corrobora. Si primero dormimos en las alturas y luego en el suelo, en un determinado momento volvimos a elevarnos, aunque no a la altura de los árboles, sino un poco más bajo. Fue,  precisamente, cuando se inventaron las camas con patas y estas se convirtieron en curiosos artefactos cuadrúpedos.

Tanto en Grecia como en Roma, los más ricos tenían camas similares  a las de los egipcios: eran rectángulos con patas altas, al punto que también podían servir como mesas.

Otra modificación importante se produjo en el siglo XII en que las camas se hicieron más anchas: algunas llegaron a los cuatro metros.

La historia de la almohada, sin embargo, no siguió la misma evolución. Muchos hombres pensaron que era un adminículo femenino, por lo que descansaban sus cabezas sobre troncos.

Más tarde aparecerían las camas recargadas con doseles de los que colgaban lienzos que dejaban al durmiente totalmente aislado dentro de su cama. No se trataba sólo de una moda, es que se creía que el aire era insalubre y que convenía no exponerse  a él, por lo menos durante la noche.

La gran cama de Ware

Una cama logró hacerse famosa. Se trata de la llamada “la gran cama de Ware” y tiene su propia historia. En 1596 el príncipe Luis de Anhalat-Kôthen se hospedó en el White Hart Inn, un hostal, posada o proto-hotel ubicado al norte de Londres en  un pueblito llamado Ware.

Quizá para atraer a los viajeros, los dueños de este espacio hicieron construir una gran cama de dimensiones más que generosas. Tan ampulosa y trabajada estaba que pesaba nada menos que 640 kilos, sin duda algo incómoda para correrla en el momento de hacer la limpieza. Los dueños de la posada la publicitaban como la cama que podía albergar con comodidad hasta 12 viajeros.

Y dado que el príncipe Luis quedó tan encantado con esa cama, dejó su opinión registrada por escrito: “Las parejas pueden dormir juntas cómodamente y así quedarse sin tocarse entre sí”.

Tal fama alcanzó esa cama que aparece en Noche de Reyes de William Shakespeare en 1602 y también la menciona Ben Jonson en 1609 en La mujer silenciosa y tuvo muchas otras citas literarias que llegan hasta hoy. En 2001 aparece en un poema de Andrew Motion.

Hoy se la puede ver en el Museo de Victoria y Alberto convertida en una de las mayores atracciones para sus visitantes.

Sin embargo, ya en el siglo XV surgieron detractores de las camas comunitarias, tanto por razones morales como higiénicas, ya que el concepto de higiene a través de la historia fue tanto o más variable que el de la cama. Las pulgas y las chinches también solían ser bienvenidos huéspedes a las cama recargas de telas.

A finales del XIX  ya casi habían desaparecido las camas pobladas. Un médico de esa época, William Whitty Hall, calificó a las sociedades que compartían cama como “las más viles y sucias del reino animal: lobos, jabalíes y gusanos”.

Con el tiempo, la cama pasó a ser algo casi tan privado como el cepillo de dientes. Quizá porque lo tienen grabado en la memoria de la especie, los hijos pequeños suelen despertar a la mitad de la noche para compartir las camas con sus padres. También la comparten las parejas, lo que  indicaría que el máximo admitido en un cama son dos personas aunque, justo es admitirlo, siempre  hay alguien dispuesto a incrementar ese número.  

La cama triste de hoy

Los autores de Lo que hicimos en la cama abundan en detalles sobre la historia de este mueble que son dignos de leerse. Son tan curiosos como representativos de otras épocas. John Lennon y Yoko Ono, utilizaron su propia cama matrimonial para pedir la paz del mundo.

Leer este libro sobre la historia de la cama es un verdadero placer que, seguramente, se acrecentará si lo leemos en la cama, porque, como es obvio, es allí, al lado de la cama de la infancia, que desde tiempos inmemoriales los padres les narran oralmente o les leen historias a sus hijos que los ayuden a conciliar el sueño, es allí, donde se forma el gusto por la literatura. En este sentido tanto la cama como el baño, deberían figurar con legitimidad en las historia de la lectura.

El final de Lo que hicimos en la cama es un tanto melancólico, dado que ha dejado de ser un lugar de socialización.

“La cama que alguna vez fuera un lugar animado donde se desarrollaba toda la vida desapareció en las sombras, pero ahora promete adquirir una sociabilidad virtual”.

“De acuerdo con la artista estadounidense Laurie Anderson: `La tecnología es la fogata en torno de la cual contamos nuestras historias`. En parte tiene razón. A través de la tecnología podemos considerar llevar a la cama a cualquiera o cualquier pensamiento, pero sin la cercanía que nuestros ancestros consideraban normal”.

“Mientras corremos las sábanas del mañana –concluyen-  podemos ver con grandes letras el futuro de nuestro mundo, con todas sus pesadillas atomistas, pero también con sus sueños de interconexión”.

Por suerte, hay por lo menos dos cualidades que la cama no ha perdido: la de hacernos soñar y la de ser cómplice del amor o, sencillamente, de la celebración del cuerpo.

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