Un gallo para Esculapio sobresale por su brillo narrativo y la potencia de las actuaciones.
Escrita y dirigida por Bruno Stagnaro Okupas, en televisión; Pizza, birra, faso, en cine, la serie se sostiene también en la producción de Sebastián Ortega y en un elenco de probada calidad que saca jugo a los ricos personajes que les tocan en suerte. Figura geométrica que combina como pocas economía de recursos con solidez, ese trípode en el que artísticamente se asienta Un gallo incorpora a partir de su estructura del relato a todas las generaciones de espectadores.
Abrevando en lo mejor de la ficción televisiva norteamericana reciente dedicada al crimen, se puede ver el rastro de Breaking Bad, pero mucho más el de The Wire. Cosas claras y reveladas en dosis asimilables para el espectador medio argentino, al que se le reconoce desde la primera escena una cultura audiovisual importante. Esa apertura que se inicia con Brandoni preguntándole a su compañero de asalto por qué hablan así en un plural que engloba, sin entrar en detalles, las diferencias generacionales termina en la acción pura y dura del asalto a un camión: el lenguaje de la serie será moderno pero entendible para grandes y chicos. Una joyita de síntesis narrativa surgida de las necesidades de producción, la aleja de la tendencia de que lo novedoso implica asociación automática con la juventud y del nicho que siempre garantiza el target, y la lleva a la búsqueda de la nueva masividad posible: una aún desconocida que tiene que ver con descubrir innovadoras formas de comunicación.
La geografía en la que se desarrolla la historia es parte fundamental de esa estructura narrativa. Como en política, se puede decir que el territorio lo es todo (o casi). Tomando las dos referencias norteamericanas citadas, Breaking Bad transcurre en un territorio de quíntuple frontera; The Wire, en una ciudad portuaria (otro tipo de múltiple frontera) y Un gallo…, en Liniers. Su elección no podría ser más exacta luego de la «limpieza» que el Gobierno de la Ciudad hizo de Once y Constitución, Liniers se convirtió en el refugio de muchos manteros y otro tipo de oficios; ahí aún no llegó «la ley» con su pretendida «pulcritud». Pero no sólo es falta de higiene lo que hace de Liniers una locación inigualable. En un mundo altamente globalizado, toda frontera es una especie de universo paralelo: ese lugar en el que cada cual puede ser distinto al universo oficial.
Por último, un apellido fundamental para esa frontera, punto de clivaje que define la estructura y el juego entre las tres partes del trípode: Ortega. El llamado clan surgido a partir de un padre que vino desde lo que en su tiempo se conocía como pobreza antes que marginalidad, llegó al éxito y dio a la familia una peculiar visión de ambos lados de la frontera social (tanto económica como cultural). Si su hermano Luis en Historia de un clan (que también produjo Sebastián) dio cuenta del detrito social eso que nunca debe salir a la luz, aquí con Stagnaro da cuenta de la otra faz que confiere la riqueza: su fundamento principal es un afiatado sistema de ilegalidades.
Por esto y varias razones más, Un gallo para Esculapio ya hizo historia.
La pelea por un público atomizado
Columna de opinión de Alejandra Páez
Un gallo para Esculapio es una serie original de TNT, co-producida por Underground y Boga Bogagna con apoyo del INCAA y participación de Cablevisión y Telefe. Se trata de un caso innovador en el mercado de la TV local porque se distribuye casi en simultáneo a través de los sistemas lineales TV paga y abierta y online de todas las empresas vinculadas.
Ejecutivos del mercado aseguran que Un gallo busca posicionar mejor a los jugadores tradicionales (operadores y programadores) en un ecosistema digital hasta ahora liderado por multinacionales como Netflix, Hulu o Crackle. En ese sentido, se trata de un cambio de postura frente a los servicios de TV online. Ahora todos los gallos están dispuestos a meterse en la pelea por la atención del público, que cada vez está más atomizado. «
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