Finalmente se produjo la salida británica, aunque perduran los serios conflictos internos. Los casos de Escocia y el Ulster. El sostén de EE UU y la importancia de China.
Mientras tanto, los memes ilustraron mejor que nada el clima que se vive en esos lares tras el paso más trascendente para la unidad continental desde que la Vieja Albión ingresó a la Comunidad Europea en 1973. Algunos advertían que iban a disfrutar del último queso cheddar de fabricación europea. Desde ahora, las etiquetas dirán que es importado del Reino Unido. Situaciones como esta serán habituales a partir de este sábado. Pero la transición promete ser menos traumática de lo que los más pesimistas auguran.
Este 1 de febrero empezó un período de transición que al cabo de once meses deberá remover 12 mil regulaciones y 55 impuestos europeos, mientras Bruselas espera el último pago de la cuota de participación como socio de los británicos. Paralelamente, se instalarán controles fronterizos aunque en el caso de Irlanda, el punto más importante es que no se impondrán aduanas para no azuzar viejas disputas entre el Ulster y la República de Irlanda a las que la pertenencia a la UE pusieron fin hace más de 25 años.
El caso de Escocia tiene también su peso. Descontentos y víctimas de políticas neoliberales que devastaron su industria desde los años ’80, en 2014 el clima popular anti-inglés llevó a una salida arriesgada pero que resultó efectiva. Se llamó a consulta popular y por un 55,3% a 44,7% los escoceses eligieron quedarse en el Reino Unido.
Pero en ese momento –era premier británico el conservador David Cameron– hubo promesas de revertir añares de decadencia y grandes firmas amenazaron con profundizar la caída dejando el norte de la isla británica para mudarse a Inglaterra.
Dos años más tarde, envalentonado por ese éxito, Cameron pretendió acallar las voces antieuropeas con otro referéndum. Pero el tiro le salió por la culata. Con un aditamento: si bien en la general el Brexit ganó por un ajustado 51,9 a 48,1%, tanto en Escocia como en Irlanda del Norte triunfó el voto por permanecer en la Unión Europea. En Ulster el resultado fue del 56% a 44 y en Escocia un abrumador 62 a 38. Es más, en el distrito de Londres el resultado fue del 60% por quedarse y 40% por permanecer.
Esas tensiones están creciendo en el norte de la isla de Gran Bretaña, al punto que la ministra principal escocesa, Nicola Sturgeon, busca el modo de ir nuevamente a las urnas para otra consulta independentista. A mitad de enero, el primer ministro Boris Johnson rechazó al permiso pero el tema no se acallará así como así.
«Voy a hacer todo lo posible para conseguir un referéndum este año», insistió Sturgeon. «Los conservadores provocan a Escocia. (Los nacionalistas) estamos ganando y ellos lo saben». Por otro lado, ya no está el paraguas re la UE para solventar la unidad nacional y hasta no sería extraño pensar que sotto voce del otro lado del Canal de la Mancha alientan el separatismo.
El Reino Unido y Europa nunca fueron un matrimonio bien avenido y desde la creación del Mercado Común, a fines de los ’50, el entonces presidente francés Charles de Gaulle se opuso al ingreso de los ingleses. Recién después de su muerte, y con el presidente Georges Pompidou en el Palacio del Elíseo, París dejó de lado la bolilla negra. Pero siempre fueron una piedra en el zapato: no quisieron formar parte de la zona euro ni aceptaron sumarse al pacto fiscal continental o a la libre circulación a través de las fronteras.
El principal sostén en esta nueva etapa será para Londres el gobierno de Donald Trump. Johnson espera cumplir con el deseo manifiesto de los británicos: volver a ser una potencia militar y recuperar el fulgor imperial. Aunque sea bajo el ala del imperio estadounidense.
Pero si es así, ya empezó con el pie izquierdo. El jueves le dio luz verde al desarrollo de la red 5G a la compañía china Huawei. Como para que sus nuevos mejores amigos sepan que con los ingleses matrimonio y fidelidad no suelen ser sinónimos. «
También influye sobre Malvinas y GibraltarMás allá de los cimbronazos económicos y sociales que producirá el retiro del Reino Unido de la Unión Europea, hay dos aspectos geopolíticos que también quedarán expuestos, muy cercanos al corazón de los argentinos y los españoles: el reclamo por la soberanía sobre las Islas Malvinas y el Peñón de Gibraltar.
Hasta ahora, la UE representaba para Londres la seguridad de que podría patear la pelota afuera eternamente sobre dos cuestiones que tanto españoles como argentinos mantienen como un símbolo de su cultura e identidad.
En el caso de las islas del Atlántico Sur, el Tratado de Lisboa, de diciembre de 2007, una suerte de Constitución regional, reconocía al archipiélago argentino como territorio británico de ultramar. En el caso de Gibraltar, en posesión inglesa desde 1713, existió el compromiso sellado en Bruselas para mantener un diálogo a tres partes: Londres, Madrid, y las autoridades locales, para establecer reglas de convivencia o un eventual traspaso. Los gibraltareños se ponen a «cambiar de monta» pero, conocedores de su particular situación, en el referéndum de 2016 votaron casi en forma unánime (97%) por quedarse en Europa.
Ahora deberían instalarse aduanas en el puerto y es probable que se produzcan tensiones habida cuenta de que cerca de 10 mil españoles trabajan día a día en ese lugar y hasta ahora tenían frontera libre. Para Argentina, el Brexit representa una oportunidad para hacer cumplir la Resolución 2065 aprobada durante el gobierno de Arturo Illia, que insta a mantener negociaciones entre ambas partes para resolver la soberanía.
«En Malvinas tenemos una tierra a la que nunca vamos a renunciar y siempre vamos a reclamar como propia», arengó el presidente Alberto Fernández a los tripulantes del rompehielos Almirante Irízar al poner en marcha la campaña antártica, el 4 de enero pasado. «
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