Obligó a renunciar a Sergio Moro, su adalid para llegar a la presidencia, al echar al jefe de la Policía Federal, que investigaba a sus hijos. Los militares toman distancia de su gobierno e impulsan un plan Marshall de crecimiento opuesto al de su ministro de Economía.
Según explicó a la prensa, con ese rostro de prócer malhumorado que supo construirse el exjuez federal de Paraná, el presidente quería en ese cargo a alguien que le contara de qué iban las investigaciones. Algo que según el ahora exministro, es inadmisible para el funcionamiento de las instituciones. La defensa de Bolsonaro fue que Moro era un traidor y que él lo había defendido cuando el portal The Intercept comenzó a difundir los chats con los fiscales que perseguían a Lula en los que se revelaba la utilización de un procedimiento ajeno a las reglas institucionales para detener al líder metalúrgico y dos veces presidente.
Hay, que se sepa, dos fuertes razones para querer en la jefatura de la PF a alguien de confianza. Y ambas tienen el nombre de dos de sus hijos, Carlos y Flavio. Uno, porque la investigación por un coordinado ataque de fake news contra al Supremo Tribunal Federal lo hace responsable de una granja de trols conocida como Gabinete del odio. El otro, por sus vinculaciones con una banda de milicias parapoliciales que, entre otros delitos, no es ajena al asesinato de la concejala Marielle Franco y su chofer en una favela carioca.
La Policía Federal brasileña es un órgano auxiliar de la justicia. Es el equivalente del FBI en EEUU. Moro puso al frente a Mauricio Valeixo, un abogado que se incorporó a la PF en 1996 y al que conoce de Paraná. Fue un hombre clave en el caso Lava Jato, que terminó en condena para dirigentes políticos y fue determinante de la prisión de Lula. Al igual que Moro, Valeixo pasó por Washington, en su caso, como agregado policial, mientras que el exjuez hizo cursos de combate al lavado de dinero.
Carlos, concejal en Río de Janeiro, es el que posteó en Twitter una balacera al grito de Bolsonaro, el día que su padre hablaba en una marcha contra la Corte Suprema. El SFT frenó la intención de decretar el fin de aislamiento que la mayoría de los gobernadores ordenó para evitar la expansión de la pandemia, que ya se ha cobrado 3800 muertos y 55.000 contagios.
Flavio, senador carioca, está en la mira de la fiscalía de Río de Janeiro por un esquema de corrupción que le permitió incrementar su fortuna personal -ahora tiene hasta parte de una tradicional chocolatería – a través del desvío de fondos para una empresa constructora de miembros de la milicia. El testigo más comprometedor de esas intrigas, el exagente policial devenido en mafioso Adriano da Nóbrega, apareció convenientemente ejecutado en febrero pasado. De su chofer, Fabricio Queiroz, el prestanombres que tenía cuentas bancarias difíciles de conseguir con su sueldo, no se sabe nada desde principios de año.
Bolsonaro padre quiere poner como jefe de la PF a Alexandre Ramagem Rodriguez, actual director de la Agencia Brasileña de Inteligencia (ABIN), muy cercano a él desde aquella cuchillada durante la campaña electoral. Para el Ministerio tiene a Jorge Oliveira, actual secretario general de la presidencia, hijo de un capitán del Ejército y amigo de la infancia de sus hijos.
Muchos sostienen que Moro vio la oportunidad de salirse de un gobierno que viene en picada con una alta imagen que le permitiría postularse en las futuras elecciones. La dimisión del ministro de Salud, Luiz Henrique Mandetta, también tenia esta lectura: el médico militar estaba en alza por su postura para el combate del coronavirus, totalmente contraria al dejar hacer del mandatario.
En todo este entuerto, es cada vez más claro que Bolsonaro ya es una molestia para los mismos que contribuyeron a su ascenso. Los militares que conforman áreas claves en su gabinete ya habían puesto al general Walter Braga Netto como jefe de la Casa Civil y virtual comandante de operaciones. Se dijo que era por el Covid-19, pero esta semana presentó el llamado Programa Pro-Brasil. Un Plan Marshall para salir de la crisis económica pero, básicamente, un proyecto más cercano al keynesianismo que a la Escuela de Chicago. Tal vez por eso en la presentación no estuvo presente Paulo Guedes, el ultraneoliberal ministro de Economía, ¿La próxima víctima de esta crisis?
Los uniformados no quieren quedar pegados a un fracaso sanitario del gobierno, que se sumaría al económico, desde antes de la pandemia. Para Bolsonaro, la tabla de salvación puede ser aceptar este cambio de rumbo en medio de la tormenta. Una vez, siendo capitán, fue expulsado del Ejército por no respetar jerarquías. Habrá que ver cómo sigue la historia.
7000
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