Para algunos no es otra cosa que lo que vemos en otros países. La única diferencia es que aquí seguimos sumando contagiados y muertos. Más de 800.000 contagiados y más de 40.000 muertos, sólo considerando los confirmados. Los grupos de epidemiologia que vienen acompañando la epidemia son unánimes: esto sólo va a empeorar. Domingos Alves, experto en modelaje computacional de la Universidad de San Pablo y miembro del Grupo COVID-19, al comentar las medidas que empezaron a ser implementadas en San Pablo y Rio de Janeiro, señaló: «Es nuestro deber alertar a la población que fue liberada para ir al matadero».
Sumado al cansancio que todos tenemos después de haber pasado más de 80 días de cuarentena, la naturalización del relajamiento de las medidas de distancia social en el grave contexto que vivimos es el resultado del trabajo sistemático de negación de la epidemia en las redes sociales, en los medios de comunicación y en las manifestaciones del bolsonarismo.
Parte de esa negación tiene que ver con la producción de noticias falsas que cuestionan la realidad de la epidemia: la denuncia de la muerte de un conductor o de un mecánico por la explosión de un neumático que fue registrada como COVID-19, el entierro de cajones vacíos o con piedras para inflar el número de muertos, la manipulación de imágenes de hospitales llenos. Las noticias falsas incentivan el llamado a registrar “la mentira” de los otros, sean políticos corruptos, la “prensa extrema” o los comunistas: abrir los cajones de los muertos con las piedras, filmar las salas de terapia intensiva vacías, tal como el presidente pidió días atrás. Las tragedias que esos eventos generan son secundarios, con los cuerpos fétidos e infectados de los parientes que asoman de los cajones abiertos por exigencia familiar o las peleas en las salas de terapia intensiva con los médicos que no dejan pasar a cualquiera para filmar dentro de la UTI. Importa el desafío lanzado.
El cruce de este juego perverso con la naturalización del retorno a la vida sin distanciamiento social es lo que vengo sintiendo hace semanas. El farmacéutico me dice que los muertos de COVID-19 del barrio que conoce eran todos enfermos de otras cosas. “Le vendía una bolsa así de medicamentos todas las semanas a aquel escritor famoso que se murió. ¿Ahora dicen que fue de COVID?”. Marina, la verdulera de la feria, me dice que pararon de trabajar tres semanas con su marido, después volvieron. Su hijo se enfermó, estuvo internado, grave, pero se recuperó. “No da, tenemos que trabajar”. La semana siguiente me comenta una nota de la televisión: “Están enterrando gente que murió por otras cosas como muerta por COVID, ¿no viste?” Ninguno de los dos es bolsonarista y sin embargo, fueron acomodando sus percepciones a la matriz de sentido que la extrema derecha fue construyendo sobre el virus y sus consecuencias, tal como descripta por los investigadores Bruno Cardoso y Rafael Evangelista. Matriz que vemos operar en otros países, inclusive Argentina: la manipulación del virus, la excusa para tomar medidas autoritarias e impedir la libertad de movimiento y de trabajo, la exageración de la epidemia, el golpe de China para asumir la hegemonía mundial y la colaboración de la OMS.
La otra parte de la negación tal vez sea mejor llamar de eclipsamiento. Son tantas las amenazas, desestabilizaciones y provocaciones que suceden diariamente, que el COVID-19 parece algo de tierras o tiempos lejanos. Son gobernadores investigados por desvíos de fondos destinados al combate de la epidemia; barreras parlamentares para evitar la intervención de universidades; barreras judiciales para evitar el nombramiento de amigas en cargos técnicos o la liberación de munición para consumo individual sin seguimiento; la recreación del Ministerio de Comunicación para repartir entre aliados; la extensión del poder de las fuerzas armadas en la fiscalización de Amazonia y varios etcéteras.
La tragedia anunciada que supone el retorno de las actividades en medio del crecimiento de casos de COVID-19 es una tragedia que, imagino, nadie quiere que pase. Pero según el presidente, esa tragedia no iba a suceder por el clima tropical de Brasil, por la inmunidad de los brasileros acostumbrados a nadar en cloacas, por la cura de la cloroquina o por la ayuda de Dios. Sin embargo, la tragedia se multiplica. Lejos de la “infectadura”, somos gobernados por la muerte.
Fernando Rabossi
Universidad Federal de Rio de Janeiro
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