Benito Cerati: “Hoy la comunidad LGBT se ve obligada a estar unida y a ser más combativa”

Por: María Zentner

En su nuevo disco, "¡Viva la devolución!", invita a desconectar de tanta tecnología y a encontrarse con el otro. Siente que hay un retroceso frente al que tanto la sociedad como la música no están pudiendo reaccionar.

Dice la maldición china: “Ojalá te toque vivir tiempos interesantes”. Una amenaza de la que los artistas suelen servirse, como en el judo, y usar esa fuerza en el propio beneficio. Por acción u omisión, el arte se mezcla y se entromete, deforma y altera la realidad. El arte que imita la vida que imita el arte, ¿no? Lo dijo el poeta: sacar belleza del caos. Es virtud. El mundo en general –y la Argentina en particular– atraviesan “tiempos interesantes”. Tiempos de violencia, de crueldad, de soledad, de angustia, de persecución, de miseria y miedo. ¡Viva la devolución!, flamante disco de Benito Cerati, pertenece al grupo de obras que nace del dolor de la sociedad e invita a transformarla. “Es una observación y una crítica. Con estas canciones, apunto a parodiar un poco el mundo tecnológico. Hay cosas que están sucediendo más rápido de lo que nuestro cerebro puede procesar. Para contrarrestar eso, creo que la estrategia es hacerse presente desde los afectos, estar ahí para el otro, sentir compasión. La propuesta del disco es volver a la empatía, al amor”, explica Benito, en diálogo con Tiempo Argentino.

 ¡Viva la devolución! es un álbum breve, el primero de una trilogía, en el que el músico juguetea con ritmos y texturas de los primeros 2000. Melodías dulces se filtran entre la frialdad de las máquinas; un trip-hop oscuro que describe los estados de ánimo más profundos convive con temas burbujeantes y bailables; arreglos de cuerdas se entreveran con reminiscencias piazzollianas; un valsecito espectral se estrella contra un rock sin guitarras, pero con dos bajos: todo un universo con el que Benito Cerati busca dar cuenta, respuesta o, al menos, algún tipo de llamado de atención sobre esos asuntos que se vuelven cada vez más urgentes y a la vez desatendidos, consecuencia del desmadre que se produjo tras el advenimiento de Internet: la gran estafa de la revolución.

“Para mí hay que apagar las pantallas. Entiendo que todo es aprendizaje y de todo podemos sacar algo bueno, pero siento que estamos desbordados como sociedad. Hay mucha gente con ansiedad, depresión, cuestiones que van más allá de lo difícil que es vivir y llegar a fin de mes. Todo es competencia, todo es frenético. Necesitamos la tecnología, pero creo que hay que intentar usar sólo lo que sea beneficioso”, resume. Con ese objetivo, eligió pararse desde un lugar poco solemne y abordar estos temas que son tan dolorosos y agobiantes con humor: “Aposté a mantener lo lúdico, que para mí es lo más importante porque si no te estás divirtiendo, si no podés darle una vuelta de tuerca… Hay músicos que dedican la vida a hacer música de militancia y me parece súper válido, pero siento que al abrirlo un poco y darle un sentido de diversión, cada uno puede encontrarle el mensaje o la utilidad que más le sirva”.

–En este disco hablás de individualismo y egoísmo, de crisis ambiental, de salud mental, de los desafíos de una época que se presenta muy hostil. ¿Pensás que la responsabilidad del artista es tomar una posición activa frente a los temas que lo preocupan?

–Es una decisión del individuo, más que el artista. Cada uno tiene la posibilidad, no la obligación, de politizar lo que hace. Y es válido siempre que sea genuino. Porque se han vivido muchas épocas en las que hubo gente que se politizaba porque le convenía. Está en cada uno, lo que cada uno puede o quiere hacer. Un arquitecto también puede elegirlo.

–Pero un artista tiene más llegada que un individuo cualquiera. Vos mismo en algún momento contaste que decidiste hacer pública tu salida del closet porque entendías que de esa manera quizás ayudabas a otras personas.

–Sí, hay gente que pasó cosas muy tremendas y en ese momento yo sentí que mi voz quizás servía para amplificar eso. Y lo sigo pensando, sólo que el mundo ha cambiado y hay muchas cosas que se hacen más difíciles. Y que si bien por ahora todavía no es tan tremendo, hay una sensación de retroceso, de peligro o alerta. Es complejo el tiempo que vivimos. Es un cambio de paradigma. Siento que algo bueno que se puede rescatar de esto es que hoy la comunidad LGBT está obligada a estar más unida y a ser más combativa. No está nada bueno lo que está pasando, pero en cierto sentido hace que la hermandad se solidifique otra vez. Yo no sé qué va a pasar. Esperemos que nada muy grave, porque se siente mundialmente un acecho, una búsqueda de chivos expiatorios, tipo «esta gente es la culpable: el inmigrante, el lgbt». Es triste ver cómo se repite la historia pero hay que seguir luchando.

Foto: Pedro Perez

–En una entrevista hace poco, en Nacional Rock, hablás de la incorporación de dos bajos en el disco y la decisión de no usar guitarras porque querías alcanzar “una comodidad rockera sin lo obvio”. ¿Qué es para vos el rock hoy?

–Quería desarticular la idea de que el rock es un tipo de formato. En realidad es algo que se puede generar: una sensación, una liberación. El rock es eso: actitud, una forma de afrontar las cosas. Alguna vez fue contracultura, un lugar de rebelión. No es que yo esté proponiendo una rebelión, pero sí un lugar de descarga, de «apaguen la cabeza un rato y salten». Creo que hay propuestas muy buenas, una escena revival de postpunk con Mujer Cebra, Buenos Vampiros, esas bandas que están teniendo un efecto en la gente joven, pero siento que falta algo de la sensibilidad y la apertura a la que apelaba el rock argentino de los ’80, que mezclaban el mensaje con la diversión. Una especie de pop, que no era solamente suciedad y distorsión. Ahora está todo compartimentado. Yo lo veo en pibes de 13, 14 años, fanáticos del rock nacional, que viven en esa fantasía ochentosa permanentemente, pibes a los que nadie les habla, que buscan eso que todavía no apareció. Algo de hoy, que les diga «te entendemos, vení a olvidar tus problemas, pero también sabé que estamos todos en la misma».

–Siempre decís que estudiar antropología en su momento te hizo conocer el trasfondo social de la música: de la música como expresión de lo que está pasando, de la importancia de saber en qué mundo estás parado para saber qué arte estás haciendo. ¿Cómo ves el panorama de la música joven en la Argentina, ese mainstream que habla del éxito exclusivamente en términos de dinero y lujo?

–Es la primera vez que me pasa que sentía que estábamos yendo hacia un mundo mejor y de repente, hace unos años, como que se estancaron las cosas. Atravesamos malos manejos, inclusive de la gente que nos representaba o que uno se sentía más afín. Todavía estamos un poco azorados, en el sentido de ¿en qué momento se fue todo a la mierda? El aprendizaje es que el progreso no es lineal. Y siento que por ahora, hasta que no haya alguna especie de evolución cerebral, estamos condenados a vivir todo el tiempo lo mismo. Igual, las expresiones a las que te referís siempre estuvieron. Por ejemplo, en los ’80 en el mundo estaban destruyendo todo y las músicas más populares estaban bastante vacías de contenido. Pero si lo ponés en el contexto tiene sentido: cómo algunas bandas tuvieron el éxito que tenían porque eran funcionales, sin saberlo, a las políticas que se llevaban adelante en ese momento. Lo que sí siento es que ahora es más difícil encontrar contracultura porque todas las formas de contracultura ya fueron incorporadas. Experimentar, salirse de la norma, está dentro de la norma. Creo que lo que está costando, tanto política como musical y socialmente, es encontrar cómo responderle a lo que está pasando ahora. La conclusión a la que llego es que lo que nos queda es el afecto, el cuidado, no perder al otro. Desconectar de tanta información. Estamos como conectados por un tubo a un sueño permanente, un sueño que por muchos momentos es pesadilla. Es una lástima porque priman un montón de sentimientos que no están tan buenos y se pierden otros que son los que nos hacen humanos. El ser humano es capaz de muchas cosas, pero depende del contexto político y social en el que esté, se exacerban ciertas formas u otras. Para mí no hay nada más lindo que el ego se satisfaga por hacerle bien a otra persona.

–¿Pensás que la música es un vehículo para eso?

–Yo creo que sí, que por lo menos puede paliar o hacerte salir por momentos de ese sueño y hacerte ver que existen otras cosas. En mi generación todavía creo que es así. Lo que no sé es cómo se le podrá hablar a los más chicos, espero que llegue el momento del ciclo en que dé la vuelta, que no tengamos que llegar a una distopía, que podamos frenar antes.  «

Benito Cerati – ¡Viva la devolución!

1. «Fácil de amar».

2. «Quiero tengo» (ft. Gurise).

3. «Antes del después».

4. «Surmemage» (ft. China Roldán).

5. «Interludio».

6. «Tus fantasmas» (ft. Plastina).

7. «La paz de los cementerios» (ft. Blair).

Canciones, contrapuntos y sonidos recuperados

Responder con amor a la desconsideración reinante. Poner de manifiesto que hay una prédica de empoderamiento (¿de libertad?) que habilitó una postura egoísta que justifica el avasallamiento del otro. ¡Viva la devolución! juega mucho con pares de opuestos, tensiones, contrapuntos: luz/oscuridad, sintético/orgánico, vintage/moderno, duda/razón, angustia/furia, frío/calor. Según Benito, no ocurrió de casualidad. Fue absolutamente buscado. “Es lo que estuve tratando de encontrar en todo este recorrido: el contraste y cómo lograr ese balance. Creo que lo conseguí porque cuando suena en vivo no estamos todos pensando en lo que digo: ¡la gente baila! Y, sin embargo, siempre que hablo del disco, termino tocando estos temas más profundos, porque me parece que está bueno que se entienda de qué se trata. Ahora pasa mucho que se pierde el metamensaje, que lo que ves es lo que ves. Todo es un meme. Me gusta recordar que pueden existir las capas».

–En el disco citás los primeros 2000, la emergencia de internet. ¿Se pueden leer estos pares como una manera de decir que los opuestos son capaces convivir?

–Si hay una época en la que existen los extremos es esta. Entonces, hablar desde los extremos es una manera de decir que pueden existir la convivencia y el vínculo. Llegamos a un punto de tal desconexión que todo es a través del teléfono, mediado por las redes. Uno se la pasa comparándose con el otro. A lo que apunto es a algo más comunal. Volver a cosas humanas. Hay que desarmar el círculo vicioso que se armó con la tecnología. Tomé esa refe de los 2000 porque justamente en ese momento todo lo que pasaba con internet parecía revolucionario, que venía a unir, a hacer que estemos más cerca. Pero, como la pólvora y otros inventos, no lo hemos usado bien.

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