Beltrán Verdes: «Me gustan los escritores que se juegan la vida cuando escriben»

Por: Mónica López Ocón

Esteban Beltrán Verdes es poeta y director de Amnistía Internacional en España. Acaba de publicar su segundo libro de poemas, "La jodida intensidad de vivir" y lo presentó aquí. En esta nota, habla, sobre todo, de su libro en el que la lucha por los Derechos Humanos que realiza desde hace cuarenta años deja lugar a lo más profundo de su intimidad.

“Nací en Madrid pero soy de muchos lugares” dice Esteban Beltrán Verdes (Madrid, 1961), que acaba de publicar su segundo libro de poesía, La jodida intensidad de vivir que fue editada en España y que la editorial Vaso Roto publicó para  América Latina. Su actividad en el campo de los Derechos Humanos como director de Amnistía Internacional en España lo lleva a viajar diferentes geografías. Su condición de poeta, en cambio, lo conduce siempre a su geografía interior.

Este es su segundo libro de poesía. El primero, Marian o la muerte que no admite olvido, fue publicado por Félix Grande en Cuadernos Hispanoamericanos en la década del 80. Dice que es poeta por necesidad y no por profesión y de este modo explica los casi treinta años que han pasado entre un texto y otro. Pero su primer libro fue un ensayo: Derechos torcidos: tópicos, medias verdades y mentiras sobre pobreza, política y derechos humanos.

Asegura que en sus diarios personales escribe sobre sus fantasmas interiores y sobre sus fantasmas exteriores, consigna reuniones y actividades, habla de política y de su trabajo en Amnistía Internacional. La poesía, en cambio, no sale del claustro de la intimidad, como bien lo demuestra su último poemario recorrido por la relación con tres mujeres y el dolor y la felicidad que vivió con cada una de ellas. En él confluyen el verso y la prosa, pero esta nunca deja de ser poética.

En su visita a nuestro país para presentar su libro, el poeta y luchador por los Derechos Humanos dialogó con Tiempo Argentino.

-Usted dice en su libro que la poesía es en usted una actividad clandestina. ¿Por qué?

-Porque cuando uno escribe un libro cada treinta años no es reconocido como poeta ni se presenta como poeta. Es clandestino porque lo escribí para mí, sobre mí, tratando –como decía Philip Roth- de meterme en la mina personal para extraer los minerales dolorosamente y porque antes de publicarlo sólo lo leyeron dos o tres personas. Además, no pensaba en publicarlo.

-¿Y cómo llegó a hacerlo?

-En esto hay una cosa misteriosa. Igual que pasó con mi primer libro, cuando lo terminé lo dejé un tiempo y una tía mía que es una persona muy importante en mi vida, en su momento muy amiga de Onetti y  crítica de literatura del diario El país, me preguntó si había escrito algo. Le dije que sí y se lo mandé sin haberlo corregido. Igual que  la primera vez, sin decirme nada, se lo hizo leer a otra gente y esa gente consideró que el libro estaba bien. Cuando uno escribe uno cada treinta años, no piensa en publicar. Levrero decía que hay dos tipos de escritores, los profesionales y los que escriben por necesidad. Yo me ubico en esta segunda parte. Luego me pasé dos años corrigiéndolo, pero no lo escribí con la intención de publicarlo.

-En La jodida intensidad de vivir hay un trabajo de edición de los textos muy importante.

-Sí, es un libro muy torrencial pero cuando me di cuenta de que era realmente un libro, que tenía una coherencia, que tenía tres personajes, que había en él una mezcla de diario, novela y poemario, encontré el gusto del jardinero minimalista que, como digo en el libro, poda hasta dejar sólo lo esencial. Esa poda era un reto y el reto me llevó a reflexionar sobre el reto. Para mí, menos es más. Si quieres descender hasta ti mismo y encontrar lo que hay dentro de ti, tienes que quitar toda la hojarasca, los disfraces, las autoayudas e ir a jugarte la vida interior. Encontré mucho gusto en ser un jardinero minimalista, al punto que cuando la editorial me dio las galeras, volví a corregirlo. Tenía la impresión de que siempre algo sobraba y es importante que no sobre nada, que el lector se encuentre con la palabra justa y eso es lo que intento.

-Además de torrencial, como usted lo clasificó, su poemario es también autobiográfico.

-Sí, para mí la poesía no puede ser sino autobiográfica.

-A veces lo autobiográfico aparece más disimulado, pero no es su caso.

-No, no lo es. No busqué disimularlo porque el disimulo implica artificialidad, implica hojarasca, metáforas complejas.

-Usted dice que el libro es también novela y diario. Pero incluso la prosa que usa en él es muy poética, por lo que creo que sería difícil considerarlo como otra cosa que poesía.

-Creo que el lector que se enfrente a este libro verá que es un libro de poemas, pero yo lo discuto porque en el fondo la poesía misma es muy narrativa. Son poemas muy largos y la prosa que hay  es muy corta. Además hay tres personajes que se ligan todo el tiempo. Esto no fue buscado, sino que se fue dando, me fui armando de palabras para intentar controlar el caos y para eso la poesía no era suficiente porque la poesía es sólo un instante, por lo que necesitaba una narración y un diario. Todo eso hizo que además de ser un libro de poemas también se pueda entender como una narración, como un relato.

-¿De qué forma escribe? ¿Es sistemático?

Ahora, desgraciada o afortunadamente, soy más sistemático porque la literatura se ha quedado conmigo y trabajo diariamente, pero La jodida intensidad de vivir fue escrito de madrugada. Yo estaba sometido a los vaivenes y circunstancias que vivía. Escribía con mucho esfuerzo y poco tiempo. Hay una primera parte de la escritura que nace, que sale naturalmente y una segunda parte en la que la palabra necesita ser pulida. Hay una mezcla de intensidad y corrección a la vez. Luego lo dejé descansar un tiempo para ver si valía la pena. Es una búsqueda para llegar al hueso.

-¿No le produce cierto pudor desnudar sentimientos tan íntimos?

-No. Una mujer a la que le di a leer los poemas me preguntó si  los iba a publicar con seudónimo. Pues no. En una primera etapa no sentí pudor porque no pensé en publicar y una vez que trabajé en él para publicarlo, me pareció que es lo suficientemente hondo y veraz respecto de lo que sentía en ese momento como para poder publicarlo.

-Quizá lo que sucede es que los sentimientos que muestra, si bien son suyos, son también de la mayoría de las personas. Todos hemos sufrido dolores, pérdidas, abandonos.

-Sí, creo que es un libro tan íntimo que es universal. Cuando uno lee, se encuentra con muchas otras vidas diferentes de la propia. En este caso, creo sucede a la inversa, porque uno se encuentra con su propia vida. Nunca busqué un lector, nunca pretendí que se identificara con lo que digo, pero mucha gente me dice que se ha sentido reflejada en los poemas. Quién no vivió un amor ordinario pensando que era extraordinario, quién no perdió a alguien. Por eso el lector encuentra su propia vida o parte de su propia vida. Y aunque nunca lo pretendí, eso es algo extraordinario.

En el libro está dividido en apartados que hablan de lo ordinario y lo extraordinario. ¿El amor transforma lo ordinario en extraordinario?

-Sí, el amor es una especie de locura que uno vive una vez, ninguna o quizá dos o tres veces. Por eso lo extraordinario es la parte más breve del libro. Soy escéptico respecto de eso porque en la locura de amar siempre hay un algo, un pero. Lo ordinario es lo que es, el olvido, el abandono, la esperanza de que no va a haber olvido ni abandono, el sentimiento de soledad, la reflexión sobre el derrumbe de los dioses, el darte cuenta de que fuiste ciego porque lo que pensaste que era una musa extravagante es una persona enferma. Esto se enlaza con la última parte del libro. Las dos primeras partes tienen que ver con el amor en sus múltiples locuras, desgracias y esperanzas y la última parte tiene que ver con la muerte que es lo más ordinario que le pasa al ser humano. Sin embargo, siempre hay un intento de cuestionarla, de no acostumbrarte al gran depredador. En la última parte también hay una gran esperanza: echar la infancia sobre la cama, volver a los lugares más hermosos. Eres derrotado por la muerte, pero también la derrotas porque conservas un recuerdo hermoso. Es una mezcla de las dos cosas.

-En el libro hay una tensión entre dos cosas contradictorias, el optimismo y el pesimismo. Unas veces se autodefine como optimista y otras, como pesimista.

-Bueno, como decía Fernando Pessoa, los poetas somos un poco mentirosos porque trabajamos con el instante y en ese instante es verdad todo lo que decimos.

-Trabajan con una fotografía, con una instantánea que luego se modifica porque la vida está llena de modificaciones y de cambios. 

-Eso, trabajamos con una instantánea que luego se modifica. En un minuto uno estás lleno de instantes maravillosos y al día siguiente se produce la caída de los dioses. Por eso necesité también los cuadernos, para hablar del instante. Me gustaría aclarar que no hubo deshago en el hecho de escribir. Por el contrario, me sentí condenado mientras lo hacía. Sólo hubo desahogo cuando escribí el último poema y entendí que era el último.

-Hay dos tiempos en su escritura, el cronológico y el interior. El presente, el pasado y el futuro sólo son tiempos verbales pero no rigen el tiempo interior.

-Totalmente de acuerdo. Incluso no importa cómo fue la vida de uno porque lo importante es lo que uno recuerda de ella. Onetti decía que los recuerdos son como alambres. El presente no existe, es todo pasado o todo futuro y el libro es una lucha por el presente en la que siempre se mete el pasado, lo que recuerdas como feliz, la nostalgia que es un campo minado lleno de trampas. La nostalgia es una recreación.  Nada existe como fue, todo es ficción y realidad que se entrelazan.

-¿Qué poetas considera que han sido decisivos en su formación?

-Decisivo, ninguno. Yo comencé en la poesía por los cantautores, debo confesarlo. No me refiero sólo a Machado cantado por Serrat, sino también a músicos argentinos como Víctor Heredia. Hoy me gustan los escritores que se juegan la vida como Marío Levrero. Me reconozco en él. Él contaba que mandaba sus originales a las editoriales y se los devolvían con  comentarios sobre su estilo. “De qué estilo me están hablando –decía- si me estoy jugando la vida.” Me gusta Clarice Lispector porque va al hueso, a lo profundo, y también las poetas suicidas como Alejandra Pizarnik y Sylvia Plath. Me di cuenta de que mientras escribía mi libro, me dediqué a leer a autores suicidas como Édouard Levé. Intenté comprender qué es lo que lleva a una persona a suicidarse. En mi caso, nunca he tomado como posibilidad el suicidio, pero me produce un shock que alguien pueda decidir quitarse la vida.

-¿Cómo se conjuga su actividad de director de Amnistía Internacional en España con la poesía?

-Sin ningún problema. Llevo casi cuarenta años trabajando en Derechos Humanos, desde que era muy joven. Estuve en Argentina en la época de los carapintadas y estuve muy cerca de todo lo que sucedió. Dedico mi vida a perseguir a los verdugos y a intentar que la gente tenga una vida mejor y salga del desastre que se produce cuando es sometida por los verdugos. Esta persecución me produce dos cosas. La primera es que nunca me acostumbro. No sé si quien trabaja en una morgue se acostumbra a ver muertos, pero  yo no. La segunda es que, después de tantos años,  me sigue produciendo una enorme indignación. En el fondo soy una persona esperanzada. De hecho, en el libro hablo de la esperanza. A veces hablo de ella como una emoción vergonzante porque distorsiona la realidad, pero la esperanza, la indignación, el no resignarme son sentimientos que me acompañan siempre. Es cierto que no escribo sobre lo que hago en Amnistía Internacional. Admiro a los poetas sociales, pero yo no tengo la capacidad para hablar de esas cosas, no soy de los que tratan de hacer un mundo mejor a través de la literatura. Sólo trato de hacer mi vida mejor.  Hace pocos leí un informe de una investigación que hemos hecho de una prisión de extermino en Siria, Saydnaya. Durante años el régimen sirio ha ahorcado a cien personas por semana. Esa lectura me produjo llanto. No hay contradicción con la poesía, pero es verdad que soy Dr. Jekill por la mañana y Mr. Hyde por la noche. En la poesía me desnudo porque no puedo entender la literatura de otra manera, pero en la otra parte soy más discreto.

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