Atalanta: la belleza entre el dolor

Por: Alejandro Wall

“Podemos ayudar a Bérgamo a recuperarse respetando el dolor de la gente que guarda luto”, dijo el DT Gasperini tras el parate por la pandemia. Su equipo es una máquina de hacer goles: lleva 96 en la Serie A. En toda Europa, sólo lo superan dos gigantes, Bayern Munich y Manchester City.

A la región de Lombardía, el norte de Italia, llegaron dos cepas del virus. Una de ellas, según los estudios científicos, resultó incendiaria: se expandió a una gran velocidad, generó otras dos, y abrasó los valles de Bérgamo, una de las ciudades más golpeadas, en el epicentro de la pandemia en Europa. Se presume que todo procedió de Alemania, la escala obligada desde China. El 20 de febrero, a las 20, se diagnosticó el primer caso de Covid-19. Nueve días después, cuando el virus circulaba por la región, Atalanta, el equipo de Bérgamo, jugó en Milán frente al Valencia por la Champions. Unos 40 mil hinchas, además de 2500 valencianos, recorrieron cuarenta kilómetros para ver el partido en el San Siro. Al desastre de ese movimiento se lo consideró una bomba epidemiológica.

El 10 de marzo se jugó el partido de vuelta en España. Ya no hubo público en el estadio. Unos día antes, Gian Piero Gasperini, el entrenador del equipo italiano, se sintió mal. La tarde previa al partido todo era peor. Gasperini salió a la cancha, se sentó al banco, su equipo se clasificó a los cuartos de final. El entrenador regresó a Zingonia, donde vive, con dolores en el cuerpo. El test serológico le daría positivo. También su arquero suplente, Marco Sportiello, contrajo el virus. Otros cinco positivos fueron de jugadores y cuerpo técnico del Valencia. El plantel del Atalanta entró en cuarentena. La tragedia de la pandemia, con miles de muertos y escenas de guerra en las calles, replicada al fútbol.

No hubo más partidos hasta que las ligas europeas comenzaron a ponerse en marcha con protocolos. “Atalanta puede ayudar a Bérgamo a recuperarse respetando el dolor de la gente que guarda luto”, dijo Gasperini, un italiano de 62 años. Su equipo, con un presupuesto bajo y sin grandes figuras, es una máquina de hacer goles. Lleva 96 en la Serie A. En Europa, sólo lo superan dos gigantes: Bayern Munich, que llegó a los 100 con su título de Bundesliga, y Manchester City, que tiene 97 en la Premier. Atalanta es fútbol de ataque zurcido con un juego desinhibido que se simboliza en la gambeta de Alejandro “Papu” Gómez. En sus pases. Si esas asistencias llegan desde la Argentina, los goles del equipo también llegan desde afuera de Italia, los colombianos Luis Muriel y Duvan Zapata, el esloveno Josip Iličić,el croata Mario Pašalić, el alemán Robin Gosens y el ucraniano Ruslan Malinovskyi, una geografía extraña para el Calcio.

Hay otro argentino, el defensor José Luis Palomino, pero el que marca el ritmo es el Papu. Sin estrellas, la estructura colectiva del Atalanta, formateada en la ideología holandesa de Gasperini, le pelea al hegemonismo de la Juventus, que este domingo con un empate conseguirá su noveno Scudetto consecutivo. Pero Atalanta, que todavía tiene la Champions, significó algo más que sus resultados. La reivindicación de los más débiles también fue belleza en la desolación de la pandemia. El juego del Papu fue la guía. Y no fue sólo fútbol. 

Los días sin fútbol dejaron un tendal de vivos de Instagram, challenges desde mansiones y algunos jugadores de elite convertidos en streamers, como el Kun Agüero, una revelación en ese campo. A Papu Gómez lo hizo podcastero. Libres de Humo, el podcast que hace junto al periodista Martín Reich en Congo -lo encuentran en Spotify- nació en los días sin fútbol. Cada capítulo -y ya van nueve más el inicial- Papu charla con Reich y un invitado, los tres por Zoom, cada uno en su casa. El Papu, a veces, en la concentración. Lo novedoso no es quizá lo que tenga para contar de su vida en Bérgamo, ese lugar que ocupa como entrevistado cada vez que un periodista lo requiere. Lo novedoso son sus preguntas, la curiosidad de un futbolista sobre otros oficios, en diálogos con Emmanuel Horvilleur, Chapu Nocioni, Mario Pergolini o Juan Pablo Varsky. Esa curiosidad, esa búsqueda, demuestra también por qué a los 32, sin haber pasado por ningún grande de Europa, su fútbol, como dijo en una nota, «abre un mundo». Le tocó construirse en un club desde abajo, en Arsenal de Sarandí. Y llegó hasta arriba. Esa belleza del juego de su equipo, de sus gambetas, valen mucho en una ciudad que todavía no se recupera del dolor.

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