Desde 2007 el periodista australiano venía publicando en su portal documentos que probaban las atrocidades que cometían las tropas de EE UU.
Desde 2007 el periodista australiano venía publicando en su portal documentos que probaban las atrocidades que cometían las tropas de EEUU en Irak y Afganistán desde 2001. Pero la gota rebasó el vaso el 25 de julio de 2010 cuando más de 90.000 archivos vieron la luz en simultáneo en los principales diarios de Occidente: The Guardian, The New York Times, Der Spiegel, Le Monde, El País, y fueron reproducidos por el resto de los medios. El 20 de agosto, la fiscalía sueca dictó una orden de detención tras la denuncia de dos mujeres que lo acusaban de abuso sexual. Assange temía que detrás de la denuncia estuvieran las agencias estadounidenses y que, si resultara preso, fuera extraditado para ser juzgado por crímenes que implican hasta 175 años de prisión en EE UU.
Decide entonces refugiarse en la embajada ecuatoriana en Londres, el 19 de junio de 2012. De allí fue sacado a empellones por la policía británica el 11 de abril de 2019 después de que el presidente Lenin Moreno aceptara violar la institución del asilo diplomático. El 18 de noviembre la fiscal general adjunta de Suecia, Eva-Marie Persson, cerró el caso de abuso porque dijo que se habían «agotado todos los recursos de la investigación sin que haya pruebas claras para una acusación formal”. Todo muy sintomático.
La causa se centró a partir de ese día en la insistencia de Washington para llevarse al australiano y la mayor o menor resistencia de los jueces del Reino Unido en aceptar las órdenes que vienen del otro lado del Atlántico. Los mismos medios que habían firmado el compromiso para la publicación de los archivos en 2010 fingieron demencia desde entonces hasta que Assange acordó declararse culpable de un delito que no había cometido pero dejaba tranquilos a todos. A Joe Biden porque el caso compromete su campaña tanto como su senilidad; a los medios porque les permite seguir presentándose como garantes de la libertad de prensa, el gobierno de Australia porque en el marco de su alianza con EE UU nunca se había jugado por su súbdito. Finalmente, estos 12 años resultaron una condena sin juicio.
De este lado del Océano, el ataque contra los periodistas comprometidos con la profesión se verifica de varias maneras. Por un lado, resultan blancos móviles para las fuerzas de la represión durante las marchas. Similares agresiones padecen por las condiciones laborales en los medios. El primer mandatario, que disfruta como pocos del ninguneo y la denigración, no deja afuera de su ira fácil a los periodistas. Salvo porque estos son tiempos en que el odio prospera, esas guarangadas no deberían ser consideradas galardones. Estos 14 años también lo son para Assange. «
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