La venta de futbolistas jóvenes es cada vez más prematura: cinco de los diez Sub 20 con más minutos en 2024 en la Liga y el Brasileirão de los países que definirán al campeón del Sudamericano ya fueron vendidos a Europa, un continente que compra potrero y “ginga” y los adapta a su juego más automatizado y frío.
En general, Europa compra jugadores de potrero y de ginga -mecerse, balancearse, movimiento vital de la capoeira– para luego ajustarles -léase recortales, limitarles- las cualidades intrínsecas del potrero argentino y de la ginga brasileña en post de adaptarlos a un juego europeo más automatizado y frío. Se ejecuta, también, porque es la “élite”, instaurada en gran parte por la fuerza del dinero. Hay eurocentrismo -esa relación unilateral que el fútbol europeo mantiene con el resto del mundo- y, a veces, una mirada europeizante desde Sudamérica. Giorgian De Arrascaeta, creativo uruguayo de Flamengo, reveló en la semana que Marcelo Bielsa, DT argentino de Uruguay, le advirtió, recordando su tiempo en la selección argentina: “Mirá que Riquelme no jugaba conmigo”. Juan Román Riquelme es un símbolo de los N° 10 en la historia del fútbol argentino. Dudu Patetuci, DT de la selección brasileña Sub 17, no convocó para dos amistosos previos al Sudamericano de la categoría a Ryan Roberto, joya de Flamengo, por “firuletero”. Brasil es el país do futebol. El de Garrincha, Pelé, Ronaldo, Ronaldinho y Neymar -de vuelta en Santos-, artistas de la pelota y la ginga.
La partida precipitada de los futbolistas argentinos y brasileños a Europa -aunque no sólo, porque entran en consideración otras ligas, y ahí tenemos a Ezequiel “Equi” Fernández en el Al-Qadisiya árabe- conlleva el riesgo de interrumpir el desarrollo que requiere al menos cuatro temporadas locales. Valentín Barco jugó 32 partidos en Boca en 2023. En 2024 llegó a Brighton de Inglaterra, se marchó a préstamo a Sevilla de España y recaló ahora en Estrasburgo de Francia. Tiene recién 20 años. “Ezequiel Fernández y Barco jugaron poco con la camiseta de Boca; ojalá que se puedan acomodar rápido al fútbol europeo”, dijo Riquelme, presidente de Boca. Diez de los quince jugadores argentinos que disputaron la final del Mundial de Qatar 2022 y debutaron en el fútbol argentino se marcharon al menos con 21 años. Cristian “Cuti” Romero partió a Genoa de Italia en 2018 con 20 años después de haber jugado 19 partidos en Belgrano. En el afán de acertar con el central argentino del futuro, Italia se llevó a Tomás Palacios (Inter, cedido a Monza, 8 partidos en Talleres y 16 en Independiente Rivadavia), a Matías Moreno (Fiorentina, 36 partidos en Belgrano) y a Marco Pellegrino (17 partidos en Platense, a préstamo hoy en Huracán tras un paso por Independiente). Palacios, Moreno y Pellegrino partieron antes de cumplir 21.
En enero, el extremo William Gomes emigró a Porto (9 millones de euros) después de haber jugado sólo 777 minutos en 20 partidos en São Paulo. Tiene 18 años. Palmeiras vendió a Endrick (Real Madrid, 47,5 M€) y a Estêvão Willian (Chelsea, 34 M€) incluso antes de que cumplieran la mayoría de edad. Y a Luis Guilherme (West Ham, 23 M€), a los 18. “Cuando me llamaron y era el City, supe que no había otro lugar a dónde ir. Cualquier jugador que quiera jugar en la élite tiene que venir aquí”, expresó Vitor Reis (37 M€) apenas abandonó Palmeiras.
En “Gol-balización, identidades nacionales y fútbol” (2003), el sociólogo boliviano-costarricense Sergio Villena Fiengo cita como un “factor de desterritorialización del fútbol” a “la profesionalización del oficio de jugador, proceso acompañado de la introducción creciente de principios racionales para mejorar el rendimiento de los jugadores y los equipos, lo que hace que éstos sean cada vez menos producto de condiciones y saberes locales específicos, en mucho idealizados hasta ahora en los discursos que rondan el populismo aderezado con romanticismo telúrico y que han buscado explicar la conformación de ciertos estilos futbolísticos acudiendo con entusiasmo a factores ambientales como ‘el potrero’, en Argentina, o ‘las playas’, en Brasil”. Así, alerta Villena Fiengo, “los jugadores se convierten en crecientes productos relativamente estandarizados de escuelas y gimnasios”. Es la domesticación y la extranjerización del futebol y del “fulbol”.
Palmeiras, inmerso en un ciclo sostenible y millonario, es una excepción. João Paulo Sampaio, coordinador de sus inferiores, decidió que las categorías “chicas” se entrenen una vez por semana en un peladeiro, en una cancha de polvo con piedras acondicionada. Sampaio notó que el fútbol se había robotizado, se había vuelto demasiado académico. Y que en los terrãos, los chicos juegan más libres. Ponderó la inventiva y la creatividad. En la entrada a una de las canchas de la Academia de Futebol de Palmeiras hay un par de carteles: “Proibido treinadores. Somente formadores”, y “Espaço de liberdade, improviso e autonomia”. “Brasil es el mayor productor de futbolistas de todos los tiempos. Y parece que quieren hacer jugadores como en Europa. Es un error. Hay que retroceder, ir detrás de las raíces y los fundamentos del fútbol brasileño, dar libertad a los jóvenes, a cometer errores, a experimentar, a no estar apegados a sistemas tácticos. Estaban bien, fueron a copiar a Europa y ahora mismo están mal”, dijo José Boto en enero, durante su presentación como director de fútbol de Flamengo. Boto es portugués. En 2008, cuando trabajaba en Benfica, fichó a Pablo Aimar. Y Aimar, sabemos, es una figura clave en el rescate de la esencia del juego en las selecciones juveniles de Argentina.
En el siglo XXI, la balanza del fútbol se inclinó hacia Europa (en Mundiales, Europa ganó cuatro y Sudamérica, dos, mientras que en el XX fueron ocho para cada lado). El caso Bosman y la creación de la Unión Europa -ya no hay jugadores “extranjeros” en las ligas europeas- rompió lo conocido. Y la posterior inyección de millones rusos, estadounidenses, árabes y asiáticos estiró aún más la brecha. Entonces todos son “europeos”, y argentinos y brasileños deben jugar como tal, control y pase, a uno o dos toques, respetando las posiciones y “fijando” a los rivales. En 1998, Ariel Ortega, exégesis de la gambeta argentina, jugaba en Sampdoria de Italia. “En Europa -marcaba el Burrito- no se vive el fútbol como yo lo siento, pero el consuelo es que voy a volver a jugar en Argentina”. Sudamérica, año tras año, se transformó en una de las canteras de las que Europa extrae talentos de origen natural al por mayor, ya sin prueba de calidad -como en las décadas pasadas-, para más tarde formatearlos. En 1982, César Luis Menotti le decía a Celso Kinjô, periodista de la revista brasileña Placar: “Argentina y Brasil representan el fútbol-arte, no deben luchar entre sí; al contrario, precisan unirse contra el fútbol-fuerza de Europa”.
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