La investigadora franco-argentina, especialista en el autor de El Aleph, se refirió a él en la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires. En diálogo con Tiempo habló, entre otras cosas, de su cambiante posición frente la dictadura cívico-militar.
Invitada Internacional de la 47º edición de la Feria del Libro que tiene como uno de sus dos ejes al autor de El Aleph, dado que se cumplen 100 años de la publicación de Fervor de Buenos Aires, su primer libro de poemas, Louis participó activamente de ella.
Nació en Argentina, país en el que obtuvo su Licenciatura en Letras por la Universidad de Buenos Aires, pero desde 1991 reside en Francia. Allí se doctoró por la École des Hautes Études en Sciences Sociales y es docente-investigadora de la EHESS y la Universidad de Reims.
Especialista en teoría literaria y en literatura argentina y latinoamericana, quizá como una forma de seguir habitando un poco en su país de origen, Borges es el centro de varios de sus libros. El primero se refiere al escritor como narrador y s u relación con la cultura popular. El segundo, Borges: obra y maniobras, fue editado en castellano por la Universidad Nacional del Litoral. Le sucede Borges ante el fascismo y actualmente está trabajando en la figura autoral de Borges durante los años de la dictadura cívico-militar.
En diálogo con Tiempo Argentino, se refirió al autor de manera familiar, sin la solemnidad del bronce que suele alejar a potenciales lectores.
–¿Cuántos Borges hay en Borges? Creo que el Borges que más ha trascendido es el Borges cuentista. ¿Es así?
–(Risas) Sí, es así. Si hablamos desde el punto de vista genérico, hay que pensar que hay un Borges crítico, porque en realidad el ensayista y el traductor son las primeras facetas que surgen. Luego aparece la poesía y más tarde la narrativa. Desde lo genérico es así, pero también es verdad que hay mucha relación entre la poesía, la narrativa y la ensayística.
–¿Y cuál sería esa relación?
–En los años ’20 si uno mira El tamaño de mi esperanza y El idioma de los argentinos y compara esos ensayos con la poesía de esos mismos años, es decir, Fervor de Buenos Aires, Luna de enfrente y Cuaderno San Martín, ve cómo se despliegan en la ensayística una serie de reflexiones que tienen que ver con su práctica poética y con la búsqueda de su estética. Esto es algo permanente y lo interesante de Borges es que pasa de un género a otro. El ensayista está siempre, del ensayo pasa a la poesía y la poesía es reemplazada por la narrativa. Y tenés razón en que él es universalmente famoso por la narrativa. La poesía ha tenido menos difusión y menos éxito. En los años ’30 a ’40 la poesía pasa a un segundo plano. No es que no escriba poesía, pero muy poca y luego pasa a la narrativa y se convierte en el célebre narrador que conocemos hoy. Después, a fines de los ’50, pero sobre todo en los ’60, ’70 deja de lado la narrativa para volver a la poesía.
–Borges es el más universal de los escritores argentinos. Sin embargo, en su narrativa hay por lo menos dos Borges, uno más ligado a lo argentino, a los suburbios y cuchilleros y otro más filosófico. ¿Qué trasciende de él en el exterior?
–Respondería que es el tipo de trama que concibe en la que combina elementos muy diferentes. El Borges más nacional fuera de Argentina durante mucho tiempo era ignorado. Hay ediciones que dejaron de lado, por ejemplo, Hombre de la esquina rosada, porque no resultaba lo más interesante. Cuando yo comencé a trabajar con los textos de Borges, el Borges nacional era muy desconocido.
–¿Te referís a cuando comenzaste a trabajar sobre sus textos en Francia?
–Sí, pero también acá era muy desconocido. Muchos de sus textos no estaban reeditados y creo que eso duró hasta fines de los ’90/2000, cuando aparecen más masivamente las reediciones. Lo que pasaba en Argentina es que era un personaje muy popular. Hay un artículo que cuenta que un día tomó un taxi y el taxista le dijo que no le iba a cobrar, que cómo le iba a cobrar a Borges. Nunca lo había leído, pero lo conocía. Todo el mundo se lo cruzaba, lo paraban por la calle. Creo que por eso también terminó yéndose a Ginebra (risas), porque se cansó de ese acecho permanente no sólo de la prensa, sino de la gente que se amontonaba alrededor de él. Como decía, el juego de la trama de Borges es extremadamente original y es algo que puede reconocerse desde diferentes culturas. Las traducciones, a veces, borran los rasgos muy locales en el vocabulario, en algunos detalles.
–¿Podrías dar un ejemplo?
–Recuerdo la traducción de La casa de Asterión al francés. Es un cuento en el que es muy importante decir «casa» porque si uno dice, como hicieron en la traducción, «gruta» ya se sabe que se está hablando de un animal y la gracia del cuento es que cuando uno lo lea no se sepa que se está hablando del minotauro. Lo mismo pasa con su humor. Borges tenía mucho humor y sus textos son muy graciosos. Lo que pasa es que a veces cuesta descubrir ese humor, sobre todo en las traducciones. Mis estudiantes en Francia suelen decirme: «no se entiende nada, madame», pero una vez que descubren el humor, se matan de risa y se hacen adictos a Borges.
–¿Continúa siendo un autor más conocido que leído?
–Sí. Yo estoy justamente escribiendo un libro sobre la figura de autor de Borges en los medios durante la última dictadura y el retorno de la democracia y tengo como 7000 artículos. Es algo increíble lo popular que era su figura.
–Era muy contradictorio. Adhirió a la Revolución Rusa, luego aceptó la última dictadura cívico-militar, más tarde se manifestó en contra, pero nunca cambió su antiperonismo visceral.
–Sí, es así, pero también es cierto que tuvo una vida muy larga en la que pasaron muchas cosas. Efectivamente, tuvo un momento de entusiasmo con la Revolución Rusa. Sin embargo, siempre fue antifascista, pero el problema es que identificó el peronismo con el fascismo y no entendió los neofascismos latinoamericanos. Él decía que lo acusaban de fascista pero que siempre había sido antifascista.
–¿Cómo se entiende eso?
–Lo que pasa es que no usaba el término fascista en el mismo sentido que lo hacemos nosotros. En los años ’70 para nosotros Pinochet y la dictadura argentina eran fascistas, pero para él el fascismo seguía siendo el de los años ’30. Sí, es verdad que fue un antiperonista violento, virulento e irracional. Tengo una entrevista del 73 en la que el periodista le hace preguntas y en un momento le revela que es peronista. Borges le contesta «ya no tenemos nada para decirnos, váyase de acá». Pero también avanzó, aunque no diría que hay declaraciones de él favorables al peronismo. Pero en 1980 cambia de opinión respecto de la dictadura, comienza a firmar solicitadas por desaparecidos, a criticarla en términos políticos. Sus declaraciones de esa época son muy buenas. Dice públicamente varias veces que él se equivocó al juzgar al peronismo. No es una declaración favorable al peronismo, pero… La cuestión de la tortura aparece mucho en los textos de esa época. En Argentina se tortura por los menos desde 1930 y también sucedió en los gobiernos de Perón. No sé si ahora se hace, no conozco lo suficiente.
–Hoy no es una política de Estado, pero la policía funciona a veces como un cuerpo independiente.
–Eso, precisamente, es lo que decía Rodolfo Walsh en los ’70, que en las comisarías se estaba preparando la próxima represión de la dictadura. Él habla de cómo se tortura al linyera, al vagabundo de manera sistemática. A Borges lo obsesionó el tema de la tortura y creo que en algún punto se dio cuenta de que no se ejerció sólo durante los gobiernos peronistas. Ahí cambia un poco de opinión. Incluso, cuando se hizo el Juicio a las Juntas, en el 85 él va a una de las sesiones de ese juicio y luego escribe un texto muy bello sobre lo que escuchó ese día de la declaración de una víctima de la tortura (se refiere a la declaración de Víctor Basterra). Ese período final es el único en el que vivió en armonía con la sociedad argentina, porque estaba contento con la vuelta de la democracia y contra la dictadura, como la mayoría.
–¿Era naif políticamente, respondía a una lógica de clase, no entendía lo que era el peronismo, o era muy provocador?
–Por qué el no entiende el peronismo es una pregunta que nos hacemos todos, pero creo hay cosas casi físicas de lo que fue la presencia del peronismo que a él le provocan un rechazo muy profundo. Además, como lo asimila al fascismo, no logra ver más allá para entender qué hay en el peronismo y ser un poco más justo. Es una pena porque su evaluación del fascismo es realmente muy inteligente y comprende muy bien cómo es la relación del fascismo con la cultura. Creo que hay que tener en cuenta que a Borges siempre le interesaron las culturas populares y el peronismo se apropia de una zona de la cultura popular que a él también le interesaba. Entonces ahí hay un conflicto. Por eso cambia mucho de estética y se vuelve más universal. El antiperonismo empieza a escribir textos que tienen que ver con la cultura occidental, grecolatina. Un ejemplo es La casa de Asterión. Hay todo un movimiento hacia las temáticas más universales. Hay críticos que piensan que esto se da por la censura del peronismo.
–¿Y vos qué pensás?
–Creo que no, que ellos buscan su identidad, pero para Borges es especialmente doloroso. La comparación puede resultar rara, pero en esto se parece mucho a Bertolt Brecht, quien habla de que el nazismo se apropia de zonas de la cultura popular que él trabajaba, que le interesaban. A Borges le pasa lo mismo. El peronismo se apropia de zonas de la cultura popular que a él le interesaban y entra como en competencia. Ya no puede trabajar esas zonas porque eso es para él asociarse al peronismo.
–¿Por ejemplo?
–El caso más claro es Rosas. Él dice que viene de una familia antirosista, pero si vas a los textos de los años ’20, dice que los grandes varones de la historia argentina son Rosas e Yrigoyen. Son textos en los que exalta la figura de Rosas. Pero llega el peronismo y él dice «no, no, yo siempre fui antirosista». Es decir, miente. Pero también es cierto que, como decías, era muy provocador. En sus respuestas a la prensa hay mucha provocación. Era un enfant terrible y juega a eso hasta el final de su vida.
–El componía un personaje, el del señor que no sabía bien, que no entendía, que parecía un poco tonto…
–…y de pronto largaba el dardo (risas). Sí, juega al naif, a ser ingenuo y muy modesto. Cada año la prensa le hacía una entrevista cuando no le daban el Nobel. Estoy trabajando sobre eso y él daba respuestas graciosísimas. En una nota dice algo así como «es que ahora la Academia Sueca se dedica a descubrir talentos y a premiar a escritores desconocidos. Yo quisiera que la Academia me descubriera». Para la dictadura, si le hubieran dado el Nobel, habría sido, para decirlo en porteño, un golazo porque no tenía un intelectual propio.
–En general, la derecha no tiene grandes intelectuales. –Claro, no tiene un intelectual-faro y él apoya la dictadura hasta un determinado momento, porque se opone al peronismo. Quizá no la apoya exclusivamente por eso, pero sí hay en él una incomprensión de la realidad nacional. Incluso, no tiene ganas de comprenderla. En ese momento se aleja mucho de los jóvenes. Juega con la ingenuidad, con hacerse el tonto, pero es una estrategia.
–¿Borges tiene algo lúdico en su escritura? Por ejemplo, la clasificación de esa supuesta enciclopedia china y su clasificación de los animales que sacude toda certeza.
–Sí. Enrique Pezzoni decía que socava las bases del pensamiento occidental. Tengo colegas franceses y alemanes que no aguantan esa enciclopedia china, les destruye el mundo. Creo que lo que más le queda de la vanguardia a Borges es ese gesto de desautomatización de lo real, pero no lo aplica exactamente a los aspectos a que los aplicaba la vanguardia, ni lo hace del mismo modo. Pero le queda ese gesto de que nada es natural, que todo es una construcción. Creo que esa subversión es uno de los factores de su universalidad. Él tiene una estética que habla de lo real, pero de modo no temático, yo la llamo «estética oblicua». En lugares donde no se podía hablar de lo real como los países comunistas, esta estética tuvo muchísimo éxito. En Rumania, por ejemplo, Borges y Cortázar son lo más. En China y en otros países orientales se produce el mismo fenómeno con Borges. Él postula que la relación entre la literatura y lo real es un enigma que no necesariamente hay que resolver.
«Borges –dice Louis– jugaba a ser ciego, pero nunca fue enteramente ciego, veía formas y colores. Contaba una colega que trabajó con él en la Universidad luego del golpe de Estado del 55 que ella se había dado cuenta de que no era totalmente ciego. Cuando servían té y café, por supuesto, las tazas de té eran más grandes que las de café. A propósito, le ponía delante en la bandeja la taza de té, si había pedido café y él nunca se equivocaba de taza. Iba directo a la taza de café pasando su mano por encima de la bandeja porque veía dónde estaba. Por supuesto, no podía leer, pero no era enteramente ciego.
–¿Y por qué decía serlo?
–Porque de esa forma reavivaba la figura homérica. Homero es la figura del viejo poeta ciego y sabio. Ése es el rol que cumplió Borges en la cultura argentina, porque le iban a preguntar todo, hasta qué opinaba del mundial de fútbol, cuando era sabido que no le gustaba ese deporte. Una vez llegó a sugerir que le dieran una pelota a cada jugador, así se dejaban de correr detrás de ella. Sus declaraciones son muy incisivas y socavan la lógica del gobierno militar en un momento en que el país está exacerbado con el mundial de fútbol. De todos modos, la primera solicitada que firma por los desaparecidos es de agosto de 1980. Una persona de clase alta le habló de su hija o hijo desaparecido y él le creyó. Hasta ese momento había pensado que se trataba sólo de rumores. Se equivocó, pero lo dijo.
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