Andrés Neuman: «La infancia es un texto vital que nunca termina»

Por: Mónica López Ocón

"Pequeño hablante" es el último libro de Andrés Neuman. Al igual que su libro anterior, Umbilical, con el que forma un díptico involuntario, está referido a los primeros años de su hijo, en este caso a la adquisición del lenguaje, un punto sin retorno.

Hay viajes que parecen de cabotaje, pero que llevan a  una lejanía sin retorno. Uno de ellos es el que se emprende muy poco tiempo después del nacimiento hacia el país del verbo donde, de inmediato, el balbuceo anárquico es desterrado por el sentido.  “Antes era un anfibio: entendía palabras pero no estaba hecho de ellas –dice Andrés Neuman en su último libro, Pequeño hablante, refiriéndose a su hijo-.

Y agrega: Se las iba arreglando en su habla materna, cuando le hacía falta, como haríamos en un idioma extranjero. Su cuerpo era su auténtica gramática. Pero ya piensa y come y corre y goza y duerme con el léxico. Ya no le queda un poro preverbal. No hay regreso de aquí: es un hablante. Ahora empieza el juego de verdad”.

Si en Umbilical Neuman salvó del olvido  los pormenores de la vida prenatal y los de los primeros años para regalarle a su hijo una suerte de memoria imposible, en Pequeño hablante sigue el trayecto de lo preverbal a lo verbal, un viaje sin retorno que es a la vez ganancia y pérdida, tierra anexada al reino de la existencia y exilio.

 Del verbo no hay regreso. Por eso los poéticos textos breves que conforman el libro son a la vez despedida y bienvenida, conquista y pérdida, celebración y duelo.

Pequeño hablante es un libro que redescubre las palabras mientras el autor narra la odisea existencial que significa conquistarlas, y tiene el tono melancólico de aquello que se deja atrás: “Ojalá –le pide Neuman a su hijo- que me enseñes a no dar el cuerpo por perdido”.

Andrés Neuman

Resulta imposible no pensar Pequeño hablante como una continuidad de Umbilical. ¿Los concebiste así?

-Creo que los dos libros constituyen un díptico involuntario en la medida en que cuando escribí Umbilical no tenía ningún plan respecto de continuarlo y no sabía que Pequeño hablante existiría. En este sentido, no era un programa, pero a posteriori ha quedado un díptico en el que ambos libros tienen algunas cosas en común pero que  se pueden leer de manera independiente. Fueron escritos y pueden ser leídos de manera independiente. Son autoconclusivos pero entre los dos me doy cuenta de que abarcan ese periodo de la vida que está destinado a que no lo recordemos: la vida prenatal, el nacimiento y la muy primera infancia.

A la literatura y el cine la infancia empieza a interesarles después de los primeros años de vida, porque en etapas previas se topan con las dificultades o lagunas, memorias casi líquidas, que a mí me parecen muy atractivas.  Hay  ausencia de lenguaje o herramientas muy básicas del lenguaje, una identidad de información.

Quiero decir con esto que la edad de 3 o 4 años es una especie de agujero negro en nuestra propia memoria, es también una laguna narrativa en nuestro modo de representarnos artísticamente la infancia. Además es una edad sobre la que recae una especie de mito cultural y es que a los padres nos cuesta vincularnos a esa edad en donde todavía no hay un logos, una razón.

Muchos hombres hemos sido educados en la convicción de que de que un bebé y después una criatura pequeña pertenecen a un reino que nos es relativamente lejano, como si la biología hubiera construido también los relatos culturales y familiares que legitiman esa distancia. Todo eso ha hecho que nos sea difícil aproximarnos a esa edad desde en el paternar diario, aproximarnos literariamente esa realidad. Hemos delegado la crianza en las madres. 

En términos literarios, hemos delegado en las autoras la narración de esa experiencia que es muy fuerte, muy importante y que marca nuestras vidas. Creo que son experiencias diferentes de las que tenemos los papás y a mí me interesan. He leído muchas historias de escritoras que crían y eso me sirvió de guía y también para pensar que el costado de la paternidad en términos de crianza y el día a día no lo hemos considerado digno de literatura. 

¿Por un lado, Pequeño hablante es una celebración de la palabra y, por otro, un duelo? 

-Sí. Hay mucho que decir sobre eso y voy a tratar de sintetizarlo. En Umbilical y Pequeño hablante se cuenta una historia de amor entre el papá y su criatura pequeña. El primero de esos libros narra la fase preverbal del vínculo. Pequeño hablante se ocupa del proceso de verbalización, cómo modifica los vínculos y la identidad de esa relación la aparición de la lengua. El primero registra el nacimiento de una nueva vida y el segundo, el nacimiento de la lengua en esa nueva vida

A mí me pasa que  a la pasión amorosa de padre se le une,  por un lado,  mi trabajo con la herramienta verbal que ha sido mi vocación desde niño y, por otro,  mi formación como filólogo. Yo estudié  lingüística muchos años en España. No tuve la ocasión de estudiar en Argentina porque buena parte de mi familia se exilió en dictadura. Mis padres se quedaron y cuando se promulgaron los indultos decidieron marcharse. Mi hermano estaba en plena infancia y yo en la pubertad, ya que  acababa de terminar la escuela primaria.

Mi infancia transcurrió en Argentina y el resto de mi vida, en España, y la infancia tiene un peso enorme en nuestra identidad. Estos libros son un homenaje de infancia y una celebración de la lengua misma. Me formé como filólogo en la Universidad de Granada. Cuando nuestro hijo empezó a hablar sentí, por un lado, el asombro, la emoción que cualquier padre siente cuando su criatura empieza a hablar. Por otro, resurgieron ciertas preguntas literarias y poéticas que me había hecho siempre.

¿Cuáles, por ejemplo?

-Preguntas respecto de qué es nombrar, si es acaso posible sentir que tenemos todo el lenguaje por delante, cuáles son los mecanismos del asombro que se juegan en la palabra, qué se queda fuera cuando nombramos y qué espacios se abren, cuáles son los límites de esa herramienta. Estas son preguntas que se hace la poesía. Después, todo lo que tiene que ver más con lo gramatical y con lo formal de la lengua a cuyo nacimiento me pareció fascinante asistir en el proceso del par de años que narra este libro, desde la aparición de los primeros sustantivos hasta el florecimiento de la sintaxis.

¿Escribiste algo entre Umbilical y Pequeño hablante?

-Estaba tratando de reanudar una novela larga que llevaba escribiendo y que fue interrumpida por el advenimiento y el deslumbramiento de la aparición de la lengua. Eso me llevó a escribir de nuevo sobre mi hijo. Considero que ambos libros forman un díptico, aunque cada uno se puede ver por separado. Ese díptico no es planificado, ya que no tenía previsto continuar escribiendo sobre mi hijo, fue algo que surgió naturalmente.

-¿Qué es para vos la infancia?

-Es un texto vital que nunca termina. Pasamos el resto de nuestra vida releyéndolo, interpretando, anotando, acotando. La infancia es el texto clásico de nuestra identidad que releemos en soledad o en compañía en distintos momentos de nuestras vidas. Los personajes principales pasan a ser secundarios y viceversa, cambia nuestra moral y nuestra política de lo que pasó, pero siempre estamos releyendo lo mismo.

-¿Cuándo un bebé deja de serlo en relación con el lenguaje?

-Puede haber muchas respuestas a esa pregunta, pero la respuesta poética, que es la que a mí me interesaba, es que el bebé deja de serlo cuando comienza a conjugar en pretérito, cuando tiene la posibilidad de nombrar lo que no está. Un bebé es un presente absoluto cuya gramática es el cuerpo. Umbilical narra la época en que la gramática es el cuerpo. Todavía hay un período en que todo se nombra como una sucesión de sustantivos inarticulados a pesar de que hay una intuición de que existen esos tornillos llamados preposiciones con los me fascinaba ver cómo jugaba mi hijo.

Por ejemplo lo veía colocar la preposición «a» en cualquier lugar para ver cómo encajaba. Es decir jugar a ensayo y error. Fue fascinante ver eso durante meses, pero cuando se emancipó o desarraigó del presente y empezó a medir tu finitud con los tiempos verbales, especialmente el pretérito, sentí que le daba la bienvenida a  un hablante y me despedía del bebé. Como cuento en el libro, cuando escuché a mi hijo hablar en pasado fue un momento muy emocionante en mi vínculo con él. Dijo, simplemente, “pasó coche” y esa frase me llenó los ojos de lágrimas.

Tardé en entender por qué me había emocionado tanto esa frase y luego me di cuenta de que era la primera vez que hablaba en pasado. Yo la traduje como “pasó bebé” y “pasará papá”, “pasaremos todos”.  Ahí aparece en la lengua la posibilidad de una elegía. La lengua negocia con una ausencia, nombra lo que no está o lo que dejó de existir.

Creo que la lengua no sólo negocia con una ausencia, sino que la crea. El pasado y el presente son un artilugio de la gramática. Es pasado está también en el presente.

-Claro, la lengua no sólo refleja el tiempo, sino que lo moldea, le da un sentido que no preexiste a su articulación. El subjuntivo y el indicativo no existe en todas las lenguas, tampoco el pluscuamperfecto. Hay muchas maneras de conceptualizar y de imaginar el tiempo que vienen dados y dependen de la gramática. Son posibles gracias a la gramática y también son condicionados por ella. Eso es, precisamente, lo que trato de hacer en Pequeño hablante: preguntarme cuál es la elección entre lengua y vínculo afectivo y la manera de habitar la realidad.

Fragmentos de un discurso amoroso

1)»He pensado que no. Eso nos contestó cuando insistimos en que hoy también debía cepillarse los dientes. Sentadito en la cama, con las piernas abiertas, ojos grandes. –He pensado que no. Difícil resistirse a una sintaxis tan redonda. Podría habernos dicho lo de siempre–No quiero. Pero esta noche hay fiesta en el idioma. Lo ha pensado, nos dice. Es una conclusión muy meditada. Que ha tenido además la cortesía de exponernos como una sugerencia. Su madre hace un esfuerzo por contener la risa. Con su minicepillo azul en una mano y el dentífrico tutti frutti en la otra, me pregunto qué sigue. Cómo reacciono ahora para evitar las caries sin menospreciar  su aventura socrática. Intrigado por la trama que él mismo ha puesto en marcha, nuestro hijo nos mira, sospechando que acaba de comenzar otra historia».

2)»–Adiós, árbol Adiós fuente. Adiós, silla. No sólo te depides de personas y animales. Repites el ritual con cada objeto al que le hayas prestado una pizca de atención. Porque le insuflas vida al vincularte, o presientes que todo tiene vida más o menos callada. Primero te concentras, eso es muy importante. Lo miras fijamente antes de abandonarlo. Y agitas una mano como un ramo te tiempo. Adiós perrito negro. Adiós, globo en el parque, Adiós, papá, adiós».

Un amor preverbal

–¿Cómo fue para vos el vínculo con tu hijo en la etapa preverbal?

–Me impactó mucho lo completo que podía ser el vínculo con una  criatura preverbal.

–¿Por qué?

–Como fui educado para creer eso , pensaba que me iba a faltar algo antes en la relación con mi hijo antes de que aprendiera la lengua. Además de la educación recibida en mi casa,  me dedico a lengua, la amo y tiene un papel central en mi vida. Entonces creí que sin la ella al vínculo iba a ser incompleto. Me sorprendió y me conmovió comprobar que en la relación con un ser preverbal no falta absolutamente nada, que el  vínculo tiene un sentido completo. Por esta razón,  el aprendizaje lingüístico de mi hijo fue una extraña mezcla de sentimientos. Esa sorpresa también tiene que ver con mi generación que es la que históricamente  tiende a tener hijos más tarde que en otros momentos históricos. Somos en promedio la generación de padres y madres quizás más tardía y por eso tenemos una distancia cronológica mayor con nuestro hijos.

 

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