El periodista, autor de "La final de nuestras vidas", convirtió su experiencia personal a través de la final de la Libertadores que River le ganó a Boca en un bestseller que, de alguna manera, hermana a todos los fanáticos.
–¿Ser un hincha no es un poco una sobreactuación?
–El fútbol es una sobreactuación, es la guerra ritualizada, todo está exagerado: el papel de los jugadores, el de los técnicos, el de los representantes. Salvo el de los clubes, tienen más de cien años. Después, los hinchas nos prestamos a eso también. Este River-Boca fue una gran exageración, el más exagerado de todos los tiempos. Pero el sufrimiento de los hinchas no fue una puesta en escena, eso seguro.
–Vos no querías que se jugara.
–Nadie quería que se jugara. Porque cualquiera se exponía a un jaque mate. Para nosotros, era Boca dando la vuelta en el Monumental.
–Te imaginabas a Tevez dando esa vuelta.
–Sí, y era darle revancha a Boca por los últimos cuatro años. De repente tenés que jugar esta final y las otras te las pesificaron. Al mismo tiempo había otra gente que decía que era ahora o nunca. Y también una vez que llegamos a la final estamos jugados. River y Boca siempre estuvieron parejos. En la década del ’40 fue La Máquina, después vinieron los 18 años sin campeonatos, se acerca Boca en cantidad de títulos, River desciende, y ahí quizá hay una desbalanceo.
–¿Y no era una manera de equiparar eso?
–Claramente, estabas perdiendo uno a cero. Y era una bala más. Por eso mucha gente estaba a favor de este partido. Yo no.
–¿Y ahora?
–Es una felicidad atemporal, no tiene fecha de vencimiento. Yo digo en el libro que sabía que River era mi alegría diaria, pero me fui del Bernabéu con el pecho inflado. Era una alegría nueva. No estaba en los parámetros. Ganarle una final de Copa Libertadores al rival de todos los tiempos era algo nuevo. Lo que se siente es eso. Igual que no se juegue más. Porque estás coqueteando con el desastre todo el tiempo.
–¿Y todo lo que pasó en el medio no importó? Las idas y vueltas, las suspensiones, la violencia en Núñez, que se haya jugado en España.
–Pero la pelota empieza a rodar. Y te olvidás. Fue una estafa. Pero ser hincha es dejarte mentir todo el tiempo. En el fútbol convivís con estafadores. Ahí nomás tenés una barra brava.
–¿Y no te sentís cómplice?
–Eso siempre lo sos, te vayas a la B, empates cero a cero con Argentinos Juniors, en el fútbol convivís con el estiércol todo el tiempo. Después del Monumental un grupo de amigos dijo que no iba más a la cancha. Pero ellos saben que hay gente que tira piedras, que el fútbol es victimario y es víctima. ¿De qué se sorprenden?
–¿Sentiste algún límite ante todo eso?
–Que ese sábado en el Monumental no se podía jugar. No le podés tirar piedras a un equipo. Y no podías jugar en esas condiciones. Después estaba el tema de la barra. Había una idea que sobrevolaba que era que no nos enojemos entre nosotros, aunque hagas partícipe a la barra de un nosotros. Está bien, que la barra no vuelva más, pero no en ese momento. Es como cuando le preguntaron a Gallardo cómo hacía para no perder el foco. No se perdía el foco porque todo era Boca, Boca y Boca.
–¿Qué clase de persona fuiste durante esos días?
–Era nuestro antepasado. Era un neardenthal. Un stralopitecus. Empecé a escuchar durante un mes a George Harrison porque me tenía que tranquilizar. En el medio de la serie tuve renovar el registro de conducir. Y el psicotécnico, que es una pavada, lo hacía mal. Sólo pensaba en si jugaba Scocco o no, si el juez de línea estaba comprado, y la mina que me lo hacía se enojó. «Hacelo bien», me dijo. Tomé ansiolíticos, que no tomo. Y temblé como una hoja. Pero al final viví algo increíble. Cuando salí del Bernabéu pensé en tres cosas. Que haber ido a Madrid fue uno de los mejores regalos de mi vida. Que ese día fue el segundo día más feliz de mi vida. Y que fue el partido de mi vida.
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